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Nadie es de nadie

La idea de propiedad está en la base de la violencia machista. La mujer le pertenece al hombre. Es un concepto que atraviesa la historia. Como en la época de las cavernas, el hombre manda e impone. Es el más fuerte, el macho, el poderoso, el proveedor. Es el dueño de todo. Es el jefe de la casa, el patrón. Su conducta no se discute, sus palabras no se pueden cuestionar. Desde la cuna les transmitimos esos conceptos a niños y niñas. En mayor o menor medida. Dependiendo de la educación y la ideología, vamos conformando ese cuadro. Lo consolidamos en gestos pequeños, en tradiciones y mensajes. Hasta que no se logre romper está lógica abominable, la violencia contra las mujeres no cesará.

Como en la recordada película francesa de la década del noventa: La maté porque era mía. Desafiar la voluntad del macho conlleva un castigo. La infidelidad del hombre es celebrada como picardía. Cosecha entre los amigos, complicidad y aceptación. La infidelidad de la mujer es condenada como la peor de las traiciones. Pasa en la vida, lo refleja el arte en todas sus variantes y lo explicitan los medios de comunicación cuando se trata de famosos. El vivo y la puta. No importan las circunstancias. Papá lo puede todo. Mamá en la cocina aunque trabaje. Las hermanas son las que limpian, ayudan a levantar la mesa y hacen los mandados. El varón está para otras cosas. Así crecen nuestros hijos. Con esos parámetros, con esos ejemplos. Te propongo un simple ejercicio: cuántos gestos machistas tuviste hoy. Con tu pareja, con tus hijas, con tus compañeras de trabajo, con tus semejantes. Yo puedo recordar varios. No sólo hay que ser un abusador o un asesino para abonar a un estado de cosas evidentemente injusto.

Las mujeres dieron la semana pasada un ejemplo de lucha con un paro nacional y una movilización conmovedora. Pero lo más impactante es que no sólo reclaman lo que merecen: trato igualitario, también piden que no las maten. El sólo hecho de enfrentar el deseo del hombre las pone en peligro. Contradecirlos las convierte en blancos móviles.

El triple feminicidio de Mendoza es un ejemplo más en una sucesión interminable. “Me hicieron sacar”, dijo Daniel Gonzalo Zalazar para justificar el asesinato a golpes y puñaladas de su ex pareja, Claudia Lorena Arias y de otras dos familiares: Marta Susana Ortiz y Silda Vicenta Díaz, tía y abuela de Claudia. También apuñaló a Lucas, de 11 años, y a Mía, de 10 meses. Los dos están graves. La bebita es su hija. La filiación fue, según relataron allegados, el origen de las discusiones que mantenía con Claudia. “Me hicieron sacar”. Otra vez la culpa la tienen ellas. Las hijas de puta.

Bautista, de ocho años, otro hijo de Claudia, logró escapar de la muerte. Por instinto cargó a su perro “Coco” logró ocultarse en el baúl del auto de su tía. Fue quien avisó de la masacre a su otra abuela cuando logró salir del shock: “Llamá a cinco ambulancias. El Daniel mató a mi mamá”. El diario Clarín publicó ayer un dato impactante, brindado por la ONG La Casa del Ecuentro, 1617 menores de edad perdieron a su mamá entre 2008 y 2015 a causa de femicidios.

Zalazar abrió el gas y prendió una vela. Quería borrar todo con una explosión. Esa parte de su plan macabro fue la única que falló. Mató a Claudia porque estaba convencido de que le pertenecía. La mató porque ella no quiso hacer lo que él pretendía. La mató porque lo desafió. La mató porque le tenía miedo.

Mi amigo el poeta Zé Cordeiro escribió hace dos décadas un poema que se llama “Nadie es de nadie”. Podría ser una de las tantas consignas para defender la vida y el derecho a decidir de cualquier persona. La libertad no se puede acallar a trompadas.