Inicio Chiiist! Power Dressing: La ropa como clave y estrategia de imagen pública

Power Dressing: La ropa como clave y estrategia de imagen pública


Comenzamos a estudiar el fenómeno el pasado mes de junio. Letizia, recién investida Reina, estrenaba su agenda en Madrid, con nuevos compromisos pero con el mismo sobrio traje azul marino de Felipe Varela que ya le habíamos visto hasta en tres ocasiones anteriores. Y así, sin decir una sola palabra, Letizia impulsaba su imagen pública y lanzaba un mensaje de practicidad, austeridad y prioridades. Lo que en comunicación política se llama Power Dressing.

Ahora el Design Museum de Londres inaugura Women Fashion Power, una exposición sobre cómo princesas, modelos, directoras ejecutivas, mujeres y diseñadoras han utilizado la moda para redefinir y realzar su posición en el mundo. La muestra no habla de tendencias ni de estilo, sino del poder que tiene la ropa para definir a una persona y a su posición. En el eterno debate de género sobre si deberíamos (o no) fijarnos en la ropa de una persona influyente, lo cierto es que esta puede ser una poderosa estrategia de comunicación. El mejor ejemplo, con nombre y apellido: Margaret Tatcher.


Más casos. La historia habría sido diferente si al enviudar la faraona egipcia Hatshepsut no hubiera cogido prendas del armario masculino para reforzar su autoridad, pero también si Hillary Clinton no se hubiera puesto hasta la saciedad aquella blazer del mismo patrón en su candidatura a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008. Llegó un momento en que Hillary era la blazer, y la blazer era Hillary. De la misma manera que en nuestro país, Felipe Varela es Letizia, y Letizia es Felipe Varela.

Así, la muestra londinense incluye figuras del mundo de la moda, como Natalie Massenet -presidenta ejecutiva de Nêt-à-Porter-, la diseñadora y activista feminista Vivienne Westwood o la modelo Naomi Campbell. Pero también a Wei Sun Christianson -copresidenta ejecutiva de Morgan Stanley Asia Pacífico-, Anne Hidalgo -alcaldesa de París- o Alfiya Kuanysheva – presidenta ejecutiva del grupo financiero BATT de Kazajstán-. La exposición está comisariada por la jefa de comisariado del Design Museum de Londres Donna Loveday y la historiadora y periodista Colin McDowell, y el espacio está diseñado por otra todopoderosa, la arquitecta Zaha Hadid, la primera mujer en la historia en ganar el Premio Pritzker.


El análisis de la moda como herramienta de comunicación tiene su base en lo que los expertos en imagen pública llaman psicología de la autoridad. El primer axioma es tan evidente como lleno de contenido: Es inevitable tener una imagen. Como dide Víctor Gordoa, autor de El poder de la imagen pública, «primero hay que ser y después parecer». Y tan importante es lo primero como lo segundo.


La ropa se convierte así en el refuerzo de una posición, en vehículo trasmisor de un mensaje: A mejor imagen, mayor poder de influencia. Y si no, que se lo digan a los gurús aupados por miles de K en Twitter o Instagram, o a ese nuevo perfil llamado digital influencers, que ha hecho de la gestión de su imagen en internet un lucrativo negocio. No obstante, la imagen pública es una moneda de dos caras, como ya avanzaba el filósofo Marshall McLuhan el siglo pasado: «El político que se conforme solamente con una buena imagen, ese será el mayor logro que obtendrá».


Primero hay que ser y después parecer. Y tan importante es lo primero como lo segundo.


Las consecuencias de una decisión pública trascienden para bien y para mal en el tiempo. Esto mismo ocurrió en 2007 cuando la supermodelo Naomi Cambell -presente en la exposición de Londres- terminó, vestida con un Dolce&Gabbana de alta costura, su condena de cinco días de servicios comunitarios en la ciudad de Nueva York por lanzar un teléfono móvil contra su ex asistente personal. Ni una sola palabra y un mensaje: «A mí no me doblega nadie». La airada reacción de Naomi sigue teniendo eco hoy, siete años después.


La moda, publica el diario New York Times en el marco de la exposición, «es el elefante invisible en la habitación; como la desinformación, es la herramienta que todo el mundo utiliza para disparar desde que Juana de Arco se puso una armadura masculina«.