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El asesinato de Calígula

El asesinato de Calígula

En principio, nadie diría que Julio César, probablemente el líder militar y político más reverenciado de la antigua Roma, y Calígula, el emperador más despreciado junto con Nerón, tuvieran mucho en común, salvo la incuestionable fama de ambos. Sin embargo, entre el mítico fundador de la dinastía Julio-Claudia y su lejano y tiránico pariente hay varias y curiosas coincidencias, sobre todo en torno a su muerte, como ya el historiador Suetonio señaló en su obra Vidas de los doce césares, publicada hacia el año 121 de nuestra era.

La primera similitud es obvia: el nombre. Porque Calígula se llamaba en realidad Cayo Julio César Augusto Germánico, casi igual que su antecesor, Cayo Julio César. Su célebre sobrenombre se debe a que de niño acompañó a su padre, el llorado Germánico –uno de los más grandes generales del Imperio Romano, muerto prematuramente–, en su expedición militar a Germania, y allí solía calzarse las cáligas (especie de botas o sandalias reforzadas) de los legionarios. Por ello, estos le pusieron el afectuoso mote de caligula (botita) y serían su principal apoyo como emperador; otra similitud con César, que gobernó respaldado por sus legiones.

Asimismo, ambos se pusieron en contra al Senado, fuente de las conspiraciones que acabaron con sus vidas. En el caso de Julio César, porque los senadores recelaban de su acumulación de poder y empezaron a verlo como un tirano que ambicionaba dar carpetazo a la República para reinstaurar la monarquía (no andaban muy descaminados); en el de Calígula, porque sus arbitrariedades y abusos recayeron especialmente sobre los senadores, que decidieron que había que acabar con el Imperio y volver a la Roma republicana.

Del dicho al hecho, y con más asombrosas coincidencias: el primero en los idus de marzo –día 15– del año 44 a.C. y el segundo el 24 de enero del año 41, el viejo Cayo Julio César y el joven Cayo Julio César fueron asesinados por 30 conspiradores liderados por un hombre llamado Casio (Casio Longino y Casio Querea). Y en los dos casos, el propósito de la conspiración fracasó: la muerte de César no logró salvar el sistema republicano y dio paso al primer emperador, Octavio Augusto; el fin de Calígula no trajo de vuelta la República, pues los militares hicieron emperador a Claudio, tío del asesinado.