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Aquel que dejó cenizas

Cartel de Fidel Castro en una ventana en La Habana (AP)

Cartel de Fidel Castro en una ventana en La Habana (AP)

LA HABANA, Cuba.- Fidel Castro falleció el 25 de noviembre a las 10:29 de la noche y, por voluntad propia, sus restos serían cremados, según el breve comunicado leído por Raúl Castro en la televisión cubana a las 12 de la media noche.

Como difunto, el exgobernante merece respeto. Seguramente expiró en un mullido lecho, rodeado de sus familiares más cercanos; quizás dejó las orientaciones para sus funerales. José Martí, el Apóstol de Cuba, lo acogería en su monumento de la Plaza de la Revolución y en el Cementerio Santa Ifigenia de Santiago de Cuba.

El gobierno decretó duelo oficial de nueve días y un recorrido desde La Habana a Santiago del cortejo fúnebre, siguiendo inversamente la ruta de la “Caravana de la Libertad” del jefe guerrillero en enero de 1959. El Comandante legó su predilección por el simbolismo en las fechas: el deceso coincidente con el 60 aniversario del inicio de la revolución por la salida del yate Granma de México en 1956, y el entierro el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, Shangó en el sincretismo religioso, venerados con grandes ofrendas. Toques de tambor y todos los rituales desde la madrugada serían suspendidos en esta solemne ocasión para disgusto de muchos miles de creyentes.

Gran parte de los cubanos dentro del archipiélago reaccionaron con el silencio, el comentario apagado, sin congoja. El desenlace se esperaba desde hacía tiempo. El alegre, chistoso, jovial y bullicioso cubano se protege en la concha cuando siente peligro por opinar distinto de la línea oficial, teme las consecuencias en su vida, y desencantado de las promesas incumplidas cuida su endeble status o atisba el horizonte para saltar al extranjero.

Respetuoso alivio flota en el ambiente, porque ya el Comandante permitirá descansar a todos, al no temer su interferencia en los cambios imprescindibles. Cada foto y cada escrito resultaban sobrecogedores. La impresionante presencia verde olivo y la voz atronadora se convirtieron en apariencia lastimosa y frases delirantes. Él aseveró: “la historia me absolverá”, al concluir el juicio por el ataque al Cuartel Moncada en 1953. Mucho acumuló durante 63 años, y su historia demorará en escribirse objetivamente, según se conozcan los secretos de todas las partes involucradas. Sin embargo, resulta imposible eximirlo del precario estado actual de Cuba, porque durante 47 años todo lo decidió y prohibió.

En 1959, Fidel Castro líquido una dictadura sangrienta, fue el político más popular de todos los tiempos en Cuba y aglutinó el poder con las falsas promesas de democracia y apego a la religión. Será recordado por desmembrar las familias y enviar sus hijos a escuelas en el campo, el éxodo de más de dos millones de cubanos, las penurias de un pueblo obnubilado y dispuesto a inmensos sacrificios; por el despojo inicial a los grandes propietarios, continuado con los pequeños durante la Ofensiva Revolucionaria de 1968; por sus inmensas obras improductivas: la fallida Zafra de 1970, la destrucción de la industria azucarera forjadora de la nacionalidad cubana y de toda la agricultura con el desarraigo del hombre de campo; por la dilapidación de los recursos llegados de la Unión Soviética y el campo socialista; por no haber invertido los petrodólares de Hugo Chávez en la capitalización de la destruida o anticuada industria.

Fidel Castro coartó los derechos, aduciendo las dádivas estatales de educación y sanidad universales, en realidad provenientes del aporte de todos los trabajadores. Legó una economía enclenque, salarios y pensiones de miseria, la dualidad monetaria, las grandes deudas acumuladas desde 1986, y un tejido social desprovisto de los elevados valores éticos y morales, orgullo de los cubanos durante siglos.

Fidel Castro será recordado por los fusilamientos y largas condenas de prisión; por el castigo con trabajo agrícola y la expulsión de los puestos laborales a causa de opiniones distintas a las oficiales; por el acecho de la Seguridad del Estado, los informantes y los Comités de Defensa de la Revolución; por la imposibilidad de acceder a una universidad “solo para los revolucionarios”.

El tiempo no hará olvidar que estuvo a punto de provocar una conflagración nuclear en octubre de 1962, el fomento de las guerrillas en América Latina y las guerras en el extranjero, la persecución a homosexuales, la prohibición de las minifaldas y los Beatles hasta finales de los años 1980, y de la práctica religiosa y el turismo hasta 1992.

Raúl Castro heredó las ruinas que él mismo ayudó a crear. Mencionó la necesidad de cambios estructurales y de conceptos en 2007, que redujo a la actualización del sistema económico y social fidelista fracasado. Pero reconoció que “el obstáculo fundamental que hemos enfrentado, tal y como previmos, es el lastre de una mentalidad obsoleta, que conforma una actitud de inercia, o de ausencia de confianza en el futuro”, en su Informe al VII Congreso del PCC del 16 de abril de 2016.

Diez años después de abandonar inevitablemente el poder absoluto, fuera del archipiélago cubano, de Fidel Castro se destaca la colaboración positiva de médicos, maestros y técnicos en el extranjero; y los elevados índices de salud y educación, logrados con el sacrificio y la baja calidad de vida de los cubanos durante 57 años. El ancianito desgastado se visualiza amablemente, gracias al proceso de limpieza de la nefasta imagen realizado por Raúl Castro con las oportunidades brindadas por la comunidad internacional, los papas y eminencias de diversas religiones, el vuelco en las relaciones con Estados Unidos, la colaboración con la Unión Europea, y la condonación de las deudas. Los intereses económicos han jugado un importante papel, pero también el general presidente tiene el espacio para abrir la participación ciudadana en la toma de decisiones.

La compulsión a los cubanos para firmar un Juramento a las palabras del Comandante podría buscar el fortalecimiento del inmovilismo o utilizarlas para revertirlo: “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”, discurso del 1 de mayo de 2000.

La elevada asistencia de la población a las dilatadas pompas fúnebres denota la usual compulsión a los estudiantes, trabajadores, campesinos y miembros de las llamadas organizaciones de masas y de la sociedad civil, así como la movilización de los cientos de miles de militantes del partido y la juventud comunistas, los organismos militares, los excombatientes y personas que realmente lo admiran. Sin embargo, las autoridades deberían reconocer los sentimientos reales de la mayoría de los cubanos y acometer cambios radicales.