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Ni secos, ni mojados

Una embarcación utilizada por cubanos, encallada en la costa de Florida (Foto: Diario Las Américas/Archivo)

Una embarcación utilizada por cubanos, encallada en la costa de Florida (Foto: Diario Las Américas/Archivo)

MIAMI, Estados Unidos.- La noticia apareció por sorpresa en la pantalla mientras buscaba información en Internet. Una escueta nota marcaba el suceso de última hora: El Gobierno de Obama ponía fin a la medida conocida como de “pies seco, pies mojados” que firmara el también demócrata Bill Clinton en 1995. Eran los días de aquella memorable estampida en la que más de 30 mil cubanos se lanzaron al mar por todos los puntos de las costas cubanas buscando llegar a Estados Unidos. El hecho quedaba enmarcado en el no menos famoso Maleconazo, un estallido popular del que siempre tuve dudas sobre su pura espontaneidad.

Unos años antes, a finales de 1993, cuando el Período Especial tensaba la situación social en la Isla y la disidencia comenzaba a hacerse sentir con mayor fuerza, algunos miembros de esa oposición, presintiendo la posibilidad de una salida similar a la ocurrida con el Mariel, alertaban sobre la necesidad de prevención ante lo que se veía venir.

Los eventos ocurridos en agosto del 94, cuando los apagones y la crisis general añadían grados de temperatura al ya insoportable calor veraniego caribeño, dieron el pie forzado a un castrismo supuestamente debilitado, casi al borde de la ruina y desbordado por un trance político inédito. La repentina aparición del Comandante en el escenario de los disturbios produjo un no menos inesperado giro de los acontecimientos. Los que hasta hacía unos minutos gritaban “abajos”, “libertades” y otros lemas antigubernamentales mientras rompían vidrieras de los pocos comercios a los que tuvieron acceso, se tornaron en una aguerrida turba revolucionaria que daban vivas al dictador. Castro inmediatamente identificó los sucesos con el sempiterno tema del bloqueo norteamericano.

La respuesta inmediata del régimen fue abrir las fronteras cubanas a todos los que quisieran irse, dejando de asumir el papel de “garantes” de la seguridad fronteriza del país norteño. Bastó aquella disposición para apagar el fuego de rebeldía contenida por el popular muro del paseo habanero. A partir de se instante todos los esfuerzos se concentraron en agenciarse de cualquier artefacto capaz de flotar. Balsas de todo tipo e ingenio. Incluso botes y lanchas salieron a cara descubierta sin el temor de ser detenidos por las unidades guardafronteras. En varios casos fui testigo de la protección que estas daban a los que salían de Cojímar para evitar que testigos presenciales se lanzaran al abordaje, haciendo zozobrar las embarcaciones por el sobrepeso.

Fue aquella marea humana entre dos orillas la que indujo al entonces presidente Clinton a firmar la polémica medida que el gobierno cubano catalogó de ley asesina que alentaba la salida ilegal desde la Isla con el consecuente riesgo de vidas. El sentido propagandístico no fue la única ventaja obtenida por La Habana. La aceptación de los miles de navegantes improvisados vino convoyada con la garantía de 20 mil visas anuales (cantidad que el negociador Ricardo Alarcón proponía llevar a 50 mil) y el no menos famoso “bombo” o lotería de visas.

Las salidas por mar constituyeron un aliviadero por el que, según los cálculos más conservadores, han salido de Cuba 660 mil ciudadanos, muchos de ellos ilegales llegados por mar o por terceros países. Por tomar un dato, hasta abril del 2016 se contabilizó la entrada de 27 644 migrantes cubanos por esa vía, la mayoría por las fronteras de Texas. Hasta septiembre la cifra calculada pasaba de 50 mil. De esta cantidad, el ochenta por ciento entraba por la frontera mexicana, según reporte publicado por TV Martí bajo la firma de Rolando Cartaya.

Llama la atención que Obama anunciara el fin de esta disposición justo al término de su mandato y no durante estos ocho años en que su gobierno se caracterizó por ser el que más deportaciones de emigrantes ilegales produjera comparado con administraciones anteriores. Una explicación pudiera ser dejar un difícil legado a su sucesor respecto a la política migratoria que se avecina. Si se aplica la lógica de construir un muro para impedir la entrada de mexicanos y de otros países, sería muy difícil conciliar esto con la reapertura de una brecha, expresamente dedicada a los cubanos bajo el supuesto de que huyen de una dictadura. Una excusa cada vez menos sostenible cuando se sabe que la razón del escape es el factor económico.

En Cuba los medios locales comunicaron la noticia con inmediatez. Las cámaras de la televisión oficial trasmitieron las opiniones de algunos transeúntes tomados por sorpresa con esta nueva. De los tres testimonios solo uno valoró de positivo el final a la medida, acotando que de haberse producido de manera más temprana se hubieran evitado muertes y desventuras. En contraste las otras entrevistadas coincidieron en manifestar su malestar, ante una decisión que eliminaba la posibilidad de que los cubanos “pudieran conocer otros países aunque fuera de esta manera ilegal”.

En el exterior proliferan las voces cubanas que critican a un saliente Obama, al que acusan de traición por este último gesto. Pero olvidan muchos de los que se resienten, que la medida hasta ahora vigente, así como otras tantas leyes y gestos que les han favorecido, salieron con la firma de administraciones demócratas. En el caso que nos preocupa, la del presidente Clinton, algo que olvidaron en las últimas elecciones muchos votantes cubanoamericanos beneficiados en su momento con la polémica disposición. La misma contra la que habían arremetido los representantes republicanos durante la última campaña electoral.

El final de la fórmula de “pies secos, pies mojados” llega casi veinte años después de su puesta en práctica. Las autoridades cubanas se congratulan de este desenlace que significa el cierre de un acceso, que permitió a muchos cubanos acceder a tierras norteamericanas de manera privilegiada obteniendo de forma automática del derecho a residencia. Con ello se estableció la empresa más rentable que el gobierno cubano haya podido concebir en toda su existencia. Millones de residentes han ayudado a aliviar la situación de la Isla con el aporte significativo en remesas, mercancías y gastos de todo tipo. Un grupo solidificado que en las nuevas circunstancias será oportuno en muchos aspectos. En medio del camino quedan otros miles que ahora enfrentan la novedad de quedar atrapados entre las dos orillas y un sueño que se torna en la pesadilla ilegal que hoy soportan millones de emigrantes en Estados Unidos.