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Un gordo blanco nada estúpido

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Michael Moore (Reuters)

LA HABANA, Cuba.- El documental ¿Dónde invadimos ahora?, de Michael Moore, televisado en un programa de escasa audiencia hace un mes, ha cobrado últimamente notable popularidad por haber sido incluido en el Paquete Semanal, y ahora hay quien hasta lo ha copiado en su móvil.

Resultan muy llamativas las bondades, casi escandalosas para nosotros, del sistema penal en Noruega, del almuerzo escolar en Francia y de las vacaciones y salarios concedidos en Italia. Por el modo de vida en los países nórdicos, muchos aseguran que los volibolistas cubanos, condenados por violación en Finlandia, no regresarán a Cuba cuando sean excarcelados, o, si regresan, les resultará trabajoso volver a adaptarse a su país.

El protagonista de la exitosa novela norteamericana La conjura de los necios, Ignatius Reilly, es un gordo enorme a quien su madre obliga a buscarse un trabajo, lo que provocará hilarantes peripecias. George W. Bush, blanco favorito de las críticas y burlas de Moore, le dijo una vez que se vieron: “Búscate un trabajo”.

No era absurdo, por fisonomía y carácter, comparar al pedante de carne y hueso de Michigan con el pedante ficticio de New Orleans, pero este era solo un maniático rimbombante y, a diferencia de Ignatius, Moore sabe muy bien lo que hace, incluso cuando payasea y forma algarabía, porque así se ha hecho célebre y millonario.

El guionista, director, productor, narrador y protagonista de esta docuficción dice en un momento de su filme, como adelantándose a futuras críticas: “Mi misión es recoger las flores, no las malezas”. O sea, su misión es cosechar las malezas, y no las flores, de Estados Unidos, mientras recoge las flores, y no las malezas, extranjeras.

Hacía seis años que Moore no estrenaba. La primera idea de ¿Dónde invadimos ahora?, sin embargo, surgió cuando tenía 19 años, viajando sin dinero por el Viejo Mundo. Esta película es un recorrido por varios países de Europa, y Túnez, en plan de “invasor” que va tomando lo que puede ser bueno para Estados Unidos.

Como acostumbra, solo elige lo que apoya su tesis y justifica su propaganda. En Alemania, recoge la intención de no olvidar los propios errores; en Finlandia, se “apropia” del admirable sistema educativo; en Francia, de la selecta alimentación en la educación primaria; en Islandia, del importante papel de la mujer en la sociedad; de Eslovenia se “lleva” los beneficios de una universidad gratuita incluso para extranjeros; de Túnez, cómo realizar una revolución sin extraviar el camino.

La sorpresa es que esas magníficas políticas sociales fueron adoptadas al otro lado del Atlántico partiendo de ideas norteamericanas. O sea, el país de Moore había engendrado y cultivado alguna vez los más altos ejemplos de humanismo. Como dice él: “Empecé a lamentar que el sueño americano pareciera estar vivo y saludable en todas partes menos en Estados Unidos”.

En sí mismo, este propósito es encomiable, aun si el autor solo pretende limpiar un poco su imagen de adicto al odio antinorteamericano y provocar una reacción ciudadana para rescatar los valores perdidos. Pero la verdad es que Michael Moore padece de una incurable inflación de su poder mediático y ya no es fácil tomarlo en serio.

De hecho, lo han ridiculizado en filmes como Filmando a Michael Moore, Michael Moore odia a América y Un villancico americano, y en libros como Michael Moore es un gordo blanco y estúpido. Este último es una réplica a su libro de 2001 Estúpidos hombres blancos. Muchos que se consideran progresistas lo tildan de hipócrita, propagandista, egocéntrico, glotón, explotador, petulante y vago.

Su Fahrenheit 9/11 —sobre supuestas razones financieras “ocultas” de la invasión a Irak— tuvo tanto éxito que resultaba lógico pensar que influiría en las elecciones presidenciales de 2004. No obstante, los estadounidenses votaron por un segundo mandato de Bush.

Los que defienden la censura en Cuba porque “dondequiera hay censura”, debieran explicar cuál ha sido la censura “imperial” contra Michael Moore, sin hablar de lo que le ocurriría a un cineasta cubano que se burle del socialismo, de los Castro, de su ejército y que se pavonee con los grandes enemigos del régimen. Y recordar que comenzó su carrera como periodista y editor y, en los 80, fue despedido de la revista Mother Jones por rechazar la publicación de un artículo contrario a los sandinistas en Nicaragua.

En cuanto al efecto de ¿Dónde invadimos ahora?, es seguro que a la audiencia cubana le importa un bledo lo que diga Moore sobre Estados Unidos, no solo porque durante casi sesenta años el castrismo ha denigrado mucho más que él a ese país con el rumor de las olas migratorias a fondo, sino también porque la televisión exhibió su documental Sicko, donde refulgen las maravillas del sistema de salud en Cuba, tan superior al norteamericano, y la gente pensó que el gran gordo era además un gran chistoso.

Basta verlo ahora cantar La Internacional con un grupo de trabajadores portugueses. Tremendo jodedor. Algunos le desean de escarmiento hasta un socialismo por la cabeza, por aquello de que se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las desatendidas. Pero sería muy raro que de veras esa fuera su plegaria. Moore sabe demasiado lo que le conviene.