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Donald Trump contra la tiranía que quieren implantar las élites

GEES.- Hace tiempo ya que hemos entrado en los grandes países europeos, no digamos en el modelo de la Unión Europea, en lo que podría describirse como la democracia liberal inercial. Es el modelo que reconstruyó Europa, y en general Occidente, tras la II Guerra Mundial, pero sin la fe en él, sin el alma y sin los principios que lo rigen. Es la mera cáscara, o formalismo, en que lo ha convertido su uso por las generaciones más recientes que habiéndolo heredado, y no teniendo a la vista un modelo enemigo letal, no lo valoran en su justa medida.

Esto es, claro, un desastre. La cuestión es si ese desastre se dejará llevar hasta su término, la desaparición efectiva del modelo de la democracia liberal en el marasmo de la tiranía relativista que conocemos como lo políticamente correcto impuesto por el progresismo dominante, o si se cortará la trayectoria temeraria que hemos emprendido.

De modo que no es excesivo interpretar el zeitgeist actual como un enfrentamiento cuasi apocalíptico entre la idiota tiranía de nuestro tiempo, obra de seudo-proclamadas élites y gente colocada varia, y la causa del pueblo. Expresión que tomamos aquí prestada del título de un libro de un antiguo colaborador del expresidente Sarkozy, Patrick Buisson, sobre las indiscreciones de su antiguo jefe.

En este combate épico destaca por el momento la figura de Donald Trump en Estados Unidos, país tan relevante para Europa y el resto del mundo. Frente a él se ha alzado toda la Europa oficial en una actitud que acaso recuerde a la de María Antonieta frente al tumulto parisino pidiendo pan en las vísperas de la Revolución: “que les den brioches”.

El “pan” que quiere el pueblo es la soberanía. Las “brioches” que le quieren ofrecer a cambio, son una magdalena más etérea que la de Proust: sin mantequilla animal ni harina de trigo ni levadura artificial. Es la enésima reencarnación de la manera de mantener al mando a los mismos de siempre, con los mismos efectos, empeorados por el paso del tiempo.

La soberanía, dice el Derecho político -esa criatura que había antes de que se la comiera su superior jerárquico en la cadena alimenticia de los conceptos, la burocracia- es un atributo consustancial a los estados. Procede de la facultad del soberano de ejercer su poder, que es el del Estado, sobre su territorio y hacia sus súbditos. Tras la Edad moderna se ha mantenido como lo que puede hacer -con los límites de las libertades personales- en su nación, quien manda hoy jurídicamente: a saber !sorpresa¡ el pueblo. La soberanía nacional reside en el pueblo, del que emanan los poderes del Estado, dice la Constitución española. Y lo mismo, poco más o menos, todas las de los países democráticos. La élite cree que esto es una broma para endulzar los oídos a la pobre gente ignorante y torpe; que es una ficción a la que hay que pagar tributo demagógico para sentirse uno muy bien consigo mismo y luego ir corriendo a hacer lo que hay que hacer: imponer arbitrariamente aquello que perpetúa la preponderancia de los intereses de esa élite.

Partidarios de Donald Trump.

Partidarios de Donald Trump.

Sin embargo, no siempre fue así. La soberanía significaba algo. De hecho, la conocemos porque vivimos encaramados sobre los hombros de nuestros antepasados que construyeron el Occidente de nuestros días a base de un esfuerzo sólo admisible en un entorno de libertad personal, respeto a la propiedad individual y gobiernos de leyes y no de hombres. Esa soberanía, dentro de sus límites, defendía, protegía y hasta garantizaba, todas esas cosas. Era muy bonito. Sobre todo porque fuera de esos límites había otras realidades: la Alemania Nazi, el Imperio Soviético, dictaduras y satrapías varias. En términos bíblicos también se explicaba muy gráficamente. Estaban los “ciros” frente a los “nabucodonosores”. Para ilustración de la élite progre mal versada en estos temas religiosos anacrónicos, más adelante se encontrará la aclaración a estos crípticos términos.

Hillary Clinton, títere del establishment.

Hillary Clinton, títere del establishment.

Total, que la élite actual cree que eso es un mito libresco y que no estamos para esas bobadas sino para cosas serias como multi-culturalizar, cambiar el clima, el sexo de las personas pero sin tocar el código genético de las plantas y presumir de ser todos muy buenos, tolerantes y amables. Pero claro, para lograr ese nuevo paraíso terreno exige, y parece natural para tan alto premio, una adhesión completa. Total. ¿Suena esto a algo?

El proceso, en Europa, es, como corresponde a la ideología que lo ha puesto en marcha, progresivo. La arbitrariedad se ha convertido en la segunda naturaleza de los Estados burocratizados que nos gobiernan. Su capricho del momento es vestido invariablemente como la solución técnica correcta que el ciudadano no es siempre capaz de ver. Una nueva Providencia laica administrada por semejantes con una alta, desmesurada, concepción de sí mismos, vela por nuestro bien.

El poder es visto como un fin en sí mismo que se busca por frivolidades personales, no como una carga que implica un servicio que no es fácil prestar correctamente.

George Soros.

George Soros.

– Primer ejemplo. La Unión Europea iba a lograr no sólo una unión cada vez más estrecha entre sus pueblos sino un crecimiento económico sostenido. Sin embargo, el sostenimiento económico de Europa, como el de buena parte de Occidente, depende de factores relativamente ajenos a ella, y a la élite gobernante, como el precio del petróleo (bajo en comparación histórica) y de la artificial supresión del precio del dinero, que debía ser una cosa muy molesta, reliquia reaccionaria del pasado, destinada sin duda a perpetuar desigualdades.

Manifestantes negros gritan consignas contra Trump.

Manifestantes negros gritan consignas contra Trump.

El caso es que si C.S. Lewis escribió un libro sobre la decadencia de los valores titulado “La abolición del hombre”. Bien podría escribirse hoy uno sobre la decadencia del pensamiento económico que se llamase “La abolición del dinero”. El dinero, declaran nuestros banqueros centrales, no vale nada. Lo que significa que tampoco hay ninguna diferencia entre gastar hoy o hacerlo mañana, afirman; lo que equivale a derogar de un plumazo milenios de comportamiento humano. Un observador perspicaz podría pensar que se trata de propaganda y que realmente no piensan cuanto dicen, pero en todo caso expresiones tan a contracorriente de la lógica económica de los últimos veinticuatro siglos no presagian nada bueno. Pero lo cierto es que la generación de riqueza con las honrosas excepciones de Reino Unido (antiguamente miembro de la UE, pero ya no) y la España in-gobernada se mueve a ritmos bajísimos.

No importa. Hay que seguir confiando en la Unión Europea y dejarle hacer. No moleste.

Pero cuando los tipos están a cero no pueden bajar más – aunque hay gente curiosísima que hasta esto plantea – y cuando el petróleo ya ha bajado todo lo que puede bajar, sólo puede subir.

– Segundo ejemplo. Alemania iba a integrar cuantos inmigrantes vinieran, lo que iba a resolver varios problemas económicos de producción y empleo además de insuficiencias demográficas, coronando además de solidaridad, bondad y angelidad (cualidad de los ángeles y las ángelas) a quienes lo impusieran a los ciudadanos.

Un par de violaciones y atentados terroristas más tarde –que no cunda el pánico, aún no ha pasado nada realmente grave– hemos decidido obligar a los vecinos (turcos, marroquíes), previo pago, a hacer el bien por nosotros, a saber, a ejercer de tapón para que no nos lleguen tantas oleadas. Bravo. No es suficiente con hacer el bien, hay que contagiar a otros.

Refugiados sirios se toman selfies con Merkel.

Refugiados sirios se toman selfies con Merkel.

Es cierto que es enormemente complejo no ya integrar, ni siquiera absorber, sino meramente impedir que mueran transportados como ganado, casi cómo los judíos durante la solución final, por las mafias, los inmigrantes causados fundamentalmente por la guerra de Siria – ese Chernóbil geoestratégico, a decir del General Petraeus – y la inestabilidad de Oriente Medio. Impedir la guerra de Siria cuando se estuvo a tiempo mediante el uso de ese otro concepto reaccionario de la disuasión y favorecer la estabilidad de Oriente Medio como efecto de la paz garantizada por la presencia de amplios contingentes de soldados, tampoco hubiera sido mala idea. Pero hacía mal efecto. Quedaba fatal en un Nobel de la paz con ansias de ser reelegido. Obama no iba a tolerar tanta debilidad moral habiendo venido precisamente a decirnos a todos lo que hay que hacer.

– Tercer ejemplo. Francia resiste, como en Asterix, todavía y siempre, al invasor. ¿Siempre? Se crece al uno por ciento y no disminuye sustancialmente el paro, pero se come tres veces al día y no es un atentado de vez en cuando lo que hará desparecer el país.

A pesar de su notable empeño bélico y de seguridad interior, mayor al de ninguna otra nación occidental, el socialismo que gobierna Francia fracasa en encuestas y realidad en los temas claves de seguridad y economía. Resiste, sí, pero a duras penas. Así que la expresión nuestros ancestros los galos, propia de los antiguos libros de Historia – pero impropia de ciertas regiones con personalidad como Bretaña o Córcega que han vivido muy bien estudiándola y aplicándosela, o sea integrándose en la Nación, qué cosa más rara – ha reverdecido en el discurso político. Juppé y Marine se disputan la corona de la República, valga la paradoja.

-Cuarto ejemplo. Los países del Este no hacen ya ni caso a las lecciones de sus compañeros de continente del Oeste, sobre todo tras gozar del tránsito de refugiados que han debido orientar con la conocida solidaridad de los demás. ¿Seguirán pasando por el aro de nuestras lecciones occidentales de “moral” democrática actual porque necesitan nuestras transferencias? No parece.

Toynbee, en su “Estudio de la historia” decía que las civilizaciones sobrevivían o morían en función de los retos, desafíos o incitaciones a los que debían hacer frente. Funcionaban gracias a un mecanismo de incitación y respuesta. Si se las ponía en cuestión o se sentían amenazadas, las civilizaciones sanas respondían y sobrevivían. Hoy, siguiendo en esto el discurso ya acreditado del presidente Obama, como no hay amenazas “existenciales” del tipo de la Nazi en la II Guerra Mundial o del Imperio Soviético en la Guerra Fría; al faltar la incitación, no hay tampoco necesidad de respuesta. Así, lo que puede muy bien haber es, si se cumple la receta de Toynbee, muerte. Pero no está claro que así sea. En primer lugar, porque la amenaza existencial, sí existe. Podrá discutirse su inminencia, no su realidad. La amenaza en Europa es sustancialmente doble: el acomodo del Islam, del que es expresión máxima Francia; y la debilidad interna: económica y cultural o social, debida fundamentalmente a la presión de una elite depravada, hostil a los valores de Occidente. En segundo lugar, porque hay quien quiere responder. Media Europa no se resigna a morir.

¿Habrá pues un despertar? Y, de haberlo, ¿será esta causa del pueblo tan pacífica y benéfica como la (americana) heredada por Trump del Mayflower, los Padres Fundadores y Lincoln (gran beneficencia, ciertamente que no impidió los 600.000 muertos de la Guerra Civil); o tan violenta e ingrata como la que representa la línea (europea) que va de Robespierre a Lenin, pasando por Napoleón o Hitler?

Los Países Bajos eligen gobierno el año que viene. Francia elige presidente. Más tarde, Alemania votará en elecciones generales. Las tendencias son parecidas. La gente vuelve sus ojos hacia la derecha y atiende a quienes piden revolución frente a corrección política. Respuesta frente a molicie.

Para la Historia Sagrada, hay dos tipos de gobernantes, dos tipos de gobiernos: el de Nabucodonosor y el de Ciro. El primero es opresivo y supone el exilio de la patria (que no es sólo un lugar geográfico, Israel, sino la tranquilidad que da el orden justo de las cosas); el segundo es liberal y amable y devuelve al pueblo a su tierra, que no es sólo una zona específica, sino también el orden justo de las cosas. Se habita en el primer reino, capital, Babilonia, por castigo de Dios, por “dureza de corazón”, por haber olvidado y desoído los mandatos del Señor; y sólo se vuelve al segundo por voluntad divina, una vez reaprendido el camino.

Es decir es mejor Ciro que Nabucodonosor, y es legítimo – incluso obligatorio, si queremos renunciar a la idolatría – luchar hic et nunc por vivir bajo el primero desalojando al segundo.

*Grupo de Estudios Estratégicos.