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El legado de un presidente

Es apenas una hoja de papel que dice: “Memorando para el presidente. Asunto: Ejecutar la orden para comenzar la Operación Libertad Iraquí”. Primero, está la firma de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa en 2003. Debajo dice: “Plan aprobado para ser ejecutado cuando yo lo indique”. Y la firma del presidente George W. Bush. Es quizá uno de los documentos más impactantes, por las consecuencias que aún hoy tiene aquella decisión, que se pueden ver en la Biblioteca Presidencial George W. Bush en la ciudad de Dallas, Texas.

Las bibliotecas presidenciales se construyen con fondos privados y luego se donan a los Archivos Nacionales de Estados Unidos. Así, en ellas conviven dos vocaciones, la de contar la historia de forma equilibrada y pedagógica, una tarea en manos de los funcionarios federales, y una más hagiográfica, a cargo de la fundación privada que pone el dinero y bajo control del interesado. Normalmente, son excelentes lecciones de historia. La de Lyndon Johnson, en Austin, es un museo de los 60. La de Ronald Reagan, en California, es un flashback a los 80 muy divertido.

La pistola de Sadam Husein, en el museo de la Biblioteca Bush.

Esta de Dallas es “diferente”, explica la responsable de la exposición, Amy Polley Hamilton. No se fija tanto en el momento histórico sino en la presidencia en sí, en explicar “decisiones monumentales sobre cuestiones que nuestro país nunca había enfrentado antes”. La idea central de la exposición no es el momento histórico, ni lo que dejó tras de sí Bush, sino explicar cómo se tomaron las decisiones más críticas de su mandato: la respuesta a los ataques del 11-S, la invasión de Irak, el envío de tropas a Nueva Orleans tras el huracán Katrina o el rescate bancario de 2008. El visitante puede jugar a un juego en el que una docena de expertos le bombardean con argumentos contrapuestos sobre estos asuntos y tiene que decidir qué hacer en 4 minutos.

“Cuando estábamos montando la exposición pensábamos: un chico de séptimo no había nacido en el 11 de septiembre de 2001. Uno que acabe de empezar la universidad no se acuerda de nada de lo que pasó. Vamos a tener visitantes que no lo recuerdan”, explica Polley.

Tania Sierra y Abilene Gómez, de 17 años, visitaban el pasado miércoles el museo con su instituto. Eran bebés en el 11-S. En su caso, el museo parecía haber cumplido su objetivo. “No veo a los candidatos de ahora tomando ese tipo de decisiones”, decía Tania como primera reflexión de lo que había visto. “Me imagino cómo sería la biblioteca Trump: con un muro alrededor y llena de fotos de famosos”.

A Mike y Jeanne Millett, una pareja de mediana edad de Maryland, la exposición les había reavivado “muchos recuerdos” de la primera década del siglo. Y también algo más. “En este museo he visto el establishment”, decía Mike. Esa palabra que parece ser el eje por el que se ha partido el país en esta elección. “He visto dignidad, honor, trabajo, sinceridad. He visto lo positivo que viene del establishment. Me ha hecho pensar que no está tan mal”. Los Millett son demócratas. Nunca votaron a Bush. “El presidente Bush era mi presidente”, dice Mike. Votará a Hillary Clinton, sobre todo, porque no se ve diciendo lo mismo de un eventual presidente Trump.