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La batalla de Mosul no es cosa de un día

La Operación Conquista comenzó en enero de 2015, aunque la decisión de Al Abadi de retomar primero Ramadi ralentizó seriamente el ritmo, para enfado de Washington. Lo que ahora arranca es una fase más que, sin garantizar el éxito militar, ya prefigura una catástrofe humanitaria de proporciones dantescas.

En Mosul se hacinan casi un millón de iraquíes que, a buen seguro, los alrededor de 7.000 yihadistas de Daesh tratarán de utilizar como escudos humanos. Esa es su mejor arma ante la superioridad aérea con la que parten los atacantes, apoyados por aviones estadounidenses y británicos. Aunque en otros casos los yihadistas han optado por la retirada, en este caso parecen decididos a resistir. Han tenido sobrado tiempo, desde su toma de la ciudad en junio de 2014, para preparar una resistencia urbana en la que la abrumadora superioridad convencional del atacante se verá notablemente debilitada ante la profusión de trampas explosivas y obstáculos físicos al avance. Además, también cabe prever que procuren abrir nuevos frentes para obligar a su enemigo a diversificar sus fuerzas, atacando sus líneas de suministro desde las posiciones que todavía mantienen en Hawiya, así como para reabrir las vías que le han permitido hasta ahora recibir apoyos de sus correligionarios en Siria.

En todo caso, los 40 a 50.000 efectivos acumulados por el bando atacante parecen en principio suficientes para imponer su fuerza. A unos 15 km al norte y este de Mosul se despliegan entre 10 y 15.000 peshmergas kurdos, encargados de protagonizar la primera etapa de la ofensiva final. Ellos serán la punta de lanza para ir avanzando hasta las inmediaciones de Mosul por las llanuras de la provincia de Nínive, al tiempo que cuatro divisiones iraquíes (de 30 a 35.000 efectivos), todavía a unos 50 km de la ciudad, avanzan desde el sur a caballo de las carreteras 1 y 80 hasta tomar posiciones en las orillas del Tigris y, posteriormente, desencadenan el ataque final. Mientras tanto, las Fuerzas de Movilización Popular, mayoritariamente chiíes (y, por tanto, mal vistas en una Mosul básicamente suní), serán las responsables de limpiar las posiciones que conserva Daesh en la citada Hawiya, al sureste de la importante base aérea de Qayara, convertida ya en un punto neurálgico para alimentar la ofensiva. A este esfuerzo se suman la policía federal y variadas milicias tribales suníes que deben asimismo asegurar las posiciones de retaguardia y ayudar a controlar zonas montañosas en el oeste de Mosul (Adaya, Atsan, Zambar…), evitando de ese modo la llegada de refuerzos y suministros a los asediados.

Todo eso, con el notorio aunque interesadamente discreto apoyo de comandos y asesores estadounidenses, es lo que dicta la lógica militar. Pero, como es bien sabido, los planes se suelen ir al garete en cuanto suena el primer disparo; sobre todo si las unidades no están bien instruidas y mandadas, si cada una sirve a intereses distintos (atención a Turquía, que también cuenta con tropas en el terreno) y si los actores políticos en Bagdad siguen siendo tan sectarios e inoperantes.

Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). @SusoNunez