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Obama: “El ISIS sigue a la defensiva, nuestra coalición está a la ofensiva”

Pregunta (P). Al principio de su primer mandato, las economías estadounidense y europea estaban inmersas en una profunda depresión. Desde entonces, la economía de Estados Unidos ha disfrutado de siete años de crecimiento, mientras que la europea sigue padeciendo un crecimiento bajo y un paro elevado. ¿Ha llegado la hora de replantearse la función de la política fiscal, la inversión pública y el modo en que podrían restaurar el crecimiento económico? En otras palabras, ¿han fracasado las políticas de austeridad?

Respuesta (R). Creo que la experiencia de Estados Unidos durante los ocho últimos años pone de manifiesto la sensatez de nuestro punto de vista. Poco después de convertirme en presidente, aprobamos la Ley de Recuperación para estimular la economía. Nos apresuramos a rescatar la industria automovilística, a estabilizar los bancos, a invertir en infraestructura, a agilizar los préstamos a las pequeñas empresas y a ayudar a las familias a conservar sus casas. Los resultados están claros. Nuestras empresas han creado más de 15 millones de nuevos puestos de trabajo. La tasa de paro se ha reducido a la mitad. Hemos recortado drásticamente el déficit. Por fin empiezan a subir los sueldos de los trabajadores. Las rentas han crecido y la tasa de pobreza ha descendido. Aún queda mucho trabajo por hacer para ayudar a los trabajadores y las familias a salir adelante, pero vamos por buen camino.

Algunos países adoptaron un planteamiento diferente. Como he dicho en ocasiones anteriores, creo que las medidas de austeridad han contribuido a ralentizar el crecimiento en Europa. En algunos países, los años de estancamiento han agravado la frustración y la angustia económicas que vemos en todo el continente, sobre todo entre los jóvenes que tienen menos probabilidades de encontrar trabajo.

P. El “fenómeno de Trump” en Estados Unidos ha estado precedido por movimientos populistas y nacionalistas en Europa. ¿Qué les propondría a sus aliados europeos para afrontar la situación posterior al Brexit? ¿Cómo responder a unos movimientos que quieren aislar Europa, construir muros, reducir la inmigración, restringir nuestra apertura al comercio internacional?

R. No cabe duda de que, en nuestros países, las mismas fuerzas de la mundialización que durante décadas han traído consigo tanto progreso económico y humano representan también un desafío político, económico y cultural. Muchos ciudadanos sienten que el comercio y la inmigración los están perjudicando. Lo hemos visto en la votación sobre la salida de Reino Unido de la UE. Lo vemos en el auge de los movimientos populistas, tanto de derechas como de izquierdas. En todo el continente, vemos que algunos cuestionan el concepto mismo de integración europea e insinúan que a los distintos países les iría mejor yendo por libre.

La economía mundial integrada, incluido el comercio, ha contribuido a mejorar la vida de miles de millones de personas en todo el mundo.

En momentos como este, aun siendo conscientes de esos retos tan reales a los que nos enfrentamos, es importante recordar que las fuerzas de la integración son muy beneficiosas para nuestros países y nuestra vida cotidiana. La economía mundial integrada, incluido el comercio, ha contribuido a mejorar la vida de miles de millones de personas en todo el mundo. La pobreza extrema se ha reducido de manera espectacular. Gracias a la colaboración internacional en materia de ciencia, salud y tecnología, la gente vive más tiempo y tiene más oportunidades que nunca. La UE sigue siendo uno de los mayores logros políticos y económicos de los tiempos modernos. Ningún país de la UE se ha levantado en armas contra otro. Familias de África y Oriente Próximo se juegan la vida por dar a sus hijos las oportunidades y la calidad de vida de las que disfrutan los europeos, logros que nunca deben darse por hechos. 

Nuestro reto, por tanto, consiste en asegurarnos de que los beneficios de la integración estén mejor repartidos y de que cualquier trastorno económico, político y cultural se afronte como es debido. Eso exige políticas económicas que sean inclusivas y de verdad inviertan en la gente mediante una educación, una capacitación y una formación que contribuyan a aumentar los salarios y reducir la desigualdad. Para ello, se necesita un comercio que proteja a los trabajadores y el medio ambiente. Es necesario que nos aferremos a nuestros valores y tradiciones de sociedades plurales y diversas; que rechacemos esa política del “nosotros” contra “ellos” que intenta utilizar a los inmigrantes o las minorías como chivos expiatorios. Y, en Europa, se necesita la clase de visión que han defendido dirigentes como el primer ministro Renzi: una Europa que avanza, no retrocede, haciendo hincapié en un crecimiento que genere empleo y oportunidades, sobre todo para los jóvenes.

P. A ambos lados del Atlántico, se han estancado las negociaciones de la ATCI (Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión) [TTIP]. El proteccionismo va en aumento en todas partes. Usted conoce bien las objeciones estadounidenses al libre comercio, pero la perspectiva europea es algo distinta: muchos de nuestros ciudadanos, incluso en países como Alemania, donde disfrutan de enormes excedentes comerciales, creen que el nuevo tratado con Estados Unidos rebajaría la protección de nuestros consumidores, nuestros trabajadores, nuestra sanidad. A ojos de muchos europeos, su país se ha convertido en símbolo de un capitalismo sin límites en el que las multinacionales dictan las normas. ¿Qué respondería a estas preocupaciones de los europeos?

La historia demuestra que el mercado libre y el capitalismo son tal vez la mayor fuerza para generar oportunidades, y que promueven la innovación y mejoran la calidad de vida.

R. Sí, la política comercial es compleja en todos los países. Pero la historia demuestra que el mercado libre y el capitalismo son tal vez la mayor fuerza para generar oportunidades, y que promueven la innovación y mejoran la calidad de vida. Lo vimos en Europa Occidental durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Lo hemos visto en el centro y el este de Europa desde el final de la Guerra Fría. Lo hemos visto en todo el mundo, desde África hasta América, pasando por Asia. Al mismo tiempo, también hemos visto que la globalización puede debilitar la posición de los trabajadores, hacer que les resulte más difícil ganar un salario decente y provocar el traslado de las fábricas a países con mano de obra más barata. Y yo he advertido acerca de un capitalismo despiadado que solo beneficia a unos pocos que están arriba del todo y que agrava la desigualdad y separa aún más a ricos y pobres.

En esta economía mundial en la que una parte tan grande de nuestra prosperidad depende del comercio internacional, es sencillamente imposible retirarse y subir el puente levadizo. El proteccionismo solo sirve para debilitar nuestras economías y nos perjudica a todos, sobre todo a los trabajadores. En vez de eso, tenemos que aprender del pasado y comerciar de tal manera que la economía mundial funcione mejor para todos, no solo para los que están arriba del todo. Los emprendedores necesitan ayuda para convertir sus ideas en empresas. Necesitamos colchones de seguridad más fuertes para proteger a la gente en épocas de dificultad. Y tenemos que seguir trabajando para frenar los excesos del capitalismo mediante normas estrictas para la banca y los impuestos, y más transparencia, para tratar de prevenir las reiteradas crisis que ponen en peligro nuestra prosperidad compartida.

También necesitamos acuerdos comerciales de gran categoría, como la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión. Aunque el comercio entre Estados Unidos y la UE mantenga unos 13 millones de puestos de trabajo en nuestros países, una gran cantidad de aranceles y distintos reglamentos, disposiciones y normas se interponen en el camino de un comercio, una inversión y una creación de empleo todavía mayores. Eliminando los aranceles y salvando las diferencias reglamentarias, facilitaremos el comercio, sobre todo para las pequeñas y medianas empresas. La ATCI no rebajará las normas. Al contrario, las reforzará para proteger mejor a los trabajadores, a los consumidores y el medio ambiente, y garantizará un Internet libre y abierta, lo cual es esencial para la economía digital. Por todos estos motivos, Estados Unidos sigue decidido a concluir las negociaciones de la ATCI, y ello requerirá voluntad política por parte de todos nuestros países.

P. ¿Estamos ganando la guerra contra el ISIS en Irak y en Siria? ¿Y qué se puede decir de la “otra” guerra contra el ISIS, la prevención de los atentados terroristas dentro de nuestros países?

R. Nuestra coalición mantiene una lucha incansable contra el ISIS en todos los frentes. Los bombardeos aéreos de la coalición siguen atacando objetivos del ISIS. Seguimos eliminando a sus principales líderes y comandantes para que no puedan volver a amenazarnos. Seguimos golpeando sus infraestructuras petrolíferas y sus redes económicas, privándolos del dinero que financia su terrorismo. Sobre el terreno, en Irak, el ISIS ha perdido más de la mitad del territorio poblado que ocupaba anteriormente, y las fuerzas iraquíes han iniciado las operaciones para liberar Mosul. El ISIS lleva más de un año sin concluir con éxito una gran operación en Irak o Siria. En resumen, el ISIS sigue a la defensiva, nuestra coalición está a la ofensiva, y a pesar de que esta seguirá siendo una lucha difícil, confío en que nosotros ganaremos y el ISIS perderá.

Dicho esto, aun cuando el ISIS sigue perdiendo terreno en Irak, Siria y Libia, todavía tiene capacidad para efectuar o inspirar atentados, como hemos visto en Oriente Próximo, en el norte de África, en Estados Unidos y en Europa. Impedir que individuos solitarios o pequeñas células terroristas maten inocentes en nuestros países sigue siendo uno de nuestros retos más difíciles. A pesar de que cada uno de nuestros países trabaja para reducir los atentados en su territorio, tenemos que colaborar más, compartiendo información e inteligencia, impidiendo que los terroristas extranjeros viajen y reforzando la seguridad fronteriza. 

P. Italia ha tomado la delantera en la crisis de los refugiados en el Mediterráneo. En ocasiones parece que nuestro país está prácticamente solo ante esta emergencia. ¿Cómo evalúa usted la importancia de la solidaridad europea en este tema?

R. Italia está claramente a la vanguardia en la crisis de los refugiados, que es una catástrofe humanitaria y una prueba para nuestra humanidad común. Las imágenes de tantos migrantes desesperados —hombres, mujeres y niños— hacinados en pequeños barcos y ahogándose en el Mediterráneo han sido mucho más que desgarradoras. Hay que reconocer que Italia y sus aliados han rescatado y salvado las vidas de centenares de miles de emigrantes. El primer ministro Renzi ha sido una voz elocuente en defensa de una respuesta compasiva y coordinada a esta crisis, incluida la necesidad de ayudar a los países africanos de los que proceden muchos de estos migrantes. Numerosos italianos han mostrado su generosidad al recibir a los refugiados en sus comunidades.

Pero como dije en la cumbre de los refugiados que convoqué en Naciones Unidas el mes pasado, un pequeño número de países fronterizos no puede soportar solo esa carga. Esa es la razón por la que la OTAN acordó este verano aumentar el apoyo a las operaciones navales de la UE en el Mediterráneo. Por eso Estados Unidos cree que el acuerdo entre la UE y Turquía es una forma importante de compartir los costes de esta crisis y garantizar una estrategia coordinada que respete los derechos humanos de los emigrantes y garantice una política migratoria ordenada y humana. Y por eso Estados Unidos seguirá poniendo de su parte como mayor donante de ayuda humanitaria en todo el mundo, incluida la ayuda a los refugiados, y con su compromiso de recibir y reasentar a 110.000 refugiados en los próximos 12 meses.

Dada la magnitud de esta crisis, todo el mundo debe hacer más. La cumbre sobre los refugiados del mes pasado fue un importante paso adelante. Más de 50 países y organizaciones han aumentado en unos 4.500 millones de dólares sus aportaciones a las organizaciones humanitarias y a los llamamientos de Naciones Unidas. Juntos, nuestras naciones están duplicando aproximadamente el número de refugiados que admitimos en nuestros países, hasta superar los 360.000 este año. Ayudaremos a más de un millón de niños refugiados a acceder a la educación, y ayudaremos a un millón de refugiados a acceder a formación, a adquirir nuevas aptitudes y a encontrar trabajo. Aun así, seguimos necesitando que más países donen más ayuda y acepten más refugiados. Y necesitamos reafirmar nuestro compromiso con la diplomacia, el desarrollo y la protección de los derechos humanos, contribuyendo así a poner fin a los conflictos, a la pobreza y a la injusticia que obligan a tantas personas a huir de sus hogares. Es una tarea urgente, en la que agradecemos la firme colaboración de nuestros amigos y aliados italianos.