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Biden propone una tasa de ganancias de capital del 39,6% y estos son los motivos por los que no es una buena idea

Biden se está adentrando en el intervencionismo de manera lenta pero constante. El objetivo son las rentas altas y ya se está trabajando en incrementar la tasa marginal de impuesto a la renta al 39,6% desde el 37% (se revertiría la reducción al 37% en la ley de 2017 elaborada por la administración Trump). Pero no supone un gran cambio, ya que estaba programada para volver a 39,6 a partir de 2026.

Pero, lo que más aterra, es casi duplicar la tasa de impuesto a las ganancias de capital hasta llegar 39,6% para las personas que ganan más de un millón de dólares.

Recordemos que es un impuesto cedido parcialmente, por lo que para las personas que ganan un millón de dólares en estados con impuestos altos, las tasas sobre las ganancias de capital podrían estar por encima del 50%. Para los neoyorquinos, la tasa combinada de ganancias de capital estatales y federales podría llegar al 52,22 por ciento. Para los californianos, podría ser del 56,7%.

Según la ley actual, los ingresos netos de la venta de activos mantenidos durante más de un año y los dividendos relacionados se gravan a una tasa máxima del 20% (más una sobretasa del 3,8%), mientras que los ingresos del trabajo se gravan a una tasa máxima del 37% (más un impuesto sobre la nómina del 3,8%).

Además, cuando una generación hereda un activo de otra, la base del coste de ese activo se «incrementa» desde en el momento de la compra hasta en el momento de la transferencia, lo que significa que el valor apreciado del activo escapa a los impuestos de forma permanente.

Biden quiere eliminar el trato preferencial de ganancias de capital y dividendos para los que más ganan. En primer lugar, las ganancias de capital y los dividendos se gravarían como ingresos ordinarios. Además, Biden eliminaría la base reforzada para las ganancias de capital al momento de la muerte.

En total, estas políticas se estima que recaudarían entre 380.000 y 500.000 millones durante una década. Estas estimaciones son particularmente sensibles a los supuestos de cómo las ventas de activos responden a las tasas de ganancias de capital.

Las consecuencias de esta medida son obvias. Cuando el gobierno grava algo, va en contra del dinero de sus ciudadanos. En este caso, las tasas de impuesto sobre la renta más altas significan que algunos de los trabajadores más emprendedores y de mayor productividad, marginalmente se les quitará más. Pero la propuesta de duplicar el impuesto a las ganancias de capital para aquellos que ganan más de un millón de dólares al año está siendo toda una hazaña en un país como Estados Unidos, con una cultura capitalista tan arraigada.

El impuesto sobre las ganancias de capital crea un doble impuesto sobre el ahorro y la inversión. Los altos impuestos a las ganancias de capital reducen la capacidad de las empresas para recaudar fondos para nuevas inversiones a través de ofertas de acciones. También imponen impuestos desproporcionadamente más altos a las inversiones más arriesgadas, como las nuevas empresas que tienen pérdidas en los años iniciales con una pequeña probabilidad de éxito.

Además, elevar de esta manera la tasa de ganancias de capital podría afectar negativamente a los ingresos estimados para las arcas públicas porque se crea un incentivo para retener inversiones, en lugar de venderlas, para tratar de retrasar el pago del impuesto. De hecho, los impuestos sobre las ganancias de capital se pagan cuando se vende un activo y se aplican al monto de la apreciación del activo desde que se compró hasta que se vendió.

Ante esta maniobra el mercado no hizo otra cosa que caer. Las bolsas protagonizaban una sesión en verde e inmediatamente se giraron hacia los números rojos. El S&P500 cayó un 0,92%, y el Dow Jones y el Nasdaq compartieron una caída de un 0,94%