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Catalunya y la dictadura financiera del BCE

El Salto

La derecha y, en general, la prensa española, lleva meses intentando buscar una especie de reacción económica de los mercados financieros para tener el argumento último contra el Govern de la Generalitat.

Esa reacción no ha existido y han seguido las tendencias que venían arrastrándose desde la intervención del Banco Central Europeo (BCE) hace ya tres años. Esto, faltaría más, ha sido interpretado como un signo de la fortaleza de la posición del Estado español frente a Cataluña. Los designios del dios de la lluvia son inescrutables.

Desde luego, esto es un reflejo de los “buenos tiempos” de la crisis económica, cuando las posiciones ideológicas del mainstream español se veía refrendado por las acciones y los discursos de los agentes financieros transnacionales.

Ayer, por fin, tuvieron algo que llevarse a la boca. Una caída del Ibex del 3% y un repunte de unos pocos puntos en la prima de riesgo. Por supuesto, inmediatamente se ha declarado el estado de emergencia económico.

Pero, lo cierto, es que esta es una bajada rutinaria que no tiene ni punto de comparación con las bajadas de los años 2009-2013. En aquellos momentos, hubo al menos 30 días peores que este en la Bolsa de Madrid. La prima de riesgo, a 133 puntos básicos, está en otra galaxia de los 649 que se llegaron a marcar en 2012.

Las finanzas tienen una forma de racionalidad propia en su discurso político. A partir de causas estructurales se acoplan a coyunturas políticas concretas. Los argumentos políticos son una justificación a posteriori de las lógicas internas de formación de beneficio en los mercados.

Por ejemplo, durante la crisis del euro, señalar gobiernos e imponer programas económicos era una cobertura político-ideológica para justificar la necesidad de un nicho de beneficios financieros extraordinarios a partir de la deuda griega, española, irlandesa o portuguesa.

EL PAPEL DEL BANCO CENTRAL EUROPEO

¿Por qué, entonces, esto no ha sucedido durante la crisis catalana? Fundamentalmente, por la acción de un actor clave, el Banco Central Europeo. Desde 2013, el BCE se lanzó a un ambicioso programa de compra masiva de deuda que relajó las primas de riesgo y que, junto a una política de tipos de interés extraordinariamente bajos, dio toneladas de oxígeno a las administraciones públicas españolas. Y lo hizo con el objetivo político central de confirmar el control del Estado por parte del Partido Popular ante una posible nueva desestabilización en el flanco sur tras el conflicto con Grecia.

En los ultimos meses, esta coyuntura se tambalea por la estrategia estadounidense de bajada del dólar y subida de los precios del petróleo. Una estrategia clásica para favorecer a la industria de exportación norteamericana sin dañar las entradas de flujos financieros a los mercados financieros de Nueva York y Chicago.

Esta coyuntura, por un lado, presiona a la baja los beneficios de la industria de exportación alemana. Y, por otro, genera la gran bestia negra económica del BCE, la inflación por el aumento de los costes de los hidrocarburos en los que la UE es deficitaria.

Alemania, mucho más con el empuje del partido AfD, presiona para una subida de tipos de interés en la zona euro, para recuperar por la vía financiera lo que pierde por la vía industrial. Y, a su vez, para que el BCE levante las compras de deuda y vuelvan a crecer las primas de riesgo de los países del sur, lo que significaría financiación pública más barata para el Estado alemán.

Desde luego, el conflicto entre las administraciones de España y Cataluña tiene algo de juego permitido por Europa siempre que la propia UE pueda defender que se mantiene en la órbita del estado-nación. Ambos actores institucionales, tanto España como Cataluña, aceptan estas normas y omiten intencionalmente que hay un poder en última instancia que tiene la última palabra, el poder monetario del Banco Central Europeo sobre dos territorios de la zona Euro.

Un movimiento público del BCE en este sentido, amenazando con levantar las políticas de compra de deuda y las transferencias de capital ordinarias a los bancos españoles o catalanes, cambiaría radicalmente el sentido del conflicto llevándolo a un terreno completamente ajeno al de ambos bloques.

Las finanzas no tendrían ningún problema para culpar a Cataluña, como lo hicieron con el “despilfarro” de Grecia de lo que no son sino sus movimientos hacia nichos de alto beneficio abiertos por las decisiones del BCE. Muy posiblemente los halcones ordoliberales alemanes seguirían en esta linea de discurso para justificar lo que no son sino las necesidades de financiación de Alemania.

Sin embargo, es de esperar que este movimiento público no suceda salvo riesgo real de desestabilización del Estado español o de que una independencia de Cataluña —que no sean fuegos artificiales— obligue a un posicionamiento fuerte por parte de un hipotético Govern independiente sobre la deuda catalana y su pago.

Este es el escenario en primer lugar porque, como se ha visto más arriba, esto desencadenaría, o mejor dicho aceleraría —en la medida en que justificaría a posteriori— una nueva crisis del euro para la que ya están dadas las condiciones. Y en segundo lugar, de forma relacionada, porque la UE post Grecia y post Brexit no va a asumir otra crisis política a las primeras de cambio. Esa es la línea de defensa, sin duda temporal, que está manejando el BCE frente a los intereses alemanes y no se va a abandonar hasta que sea indispensable hacerlo.

Otra cuestión son tanto los recordatorios no públicos desde la UE de su poder último y la propia conciencia de ambas administraciones de los límites y la tutela última de cualquier lucha en torno a la soberanía en la Zona Euro. Algo que habrá que tener en cuenta cuando se tengan elementos para valorar las causas del escenario de negociación que tiene todos los visos de haberse abierto y que podrían confirmarse el lunes.

En última instancia han sido los actores institucionales y de partido los que han tomado las decisiones a lo largo del procés y de su crisis de las últimas semanas. Sin embargo, ha sido la demencial respuesta represiva del Estado español, racional desde el punto de vista de sus intereses a corto plazo, del pasado fin de semana la que ha abierto la posibilidad de un desborde por abajo.

Más allá de los lugares comunes —heredados de la Tercera Internacional— del independentismo anticapitalista —”primero la independencia de España, después todo lo demás”—, es muy dudoso que haya desborde organizativo efectivo alguno sin que haya, acompañándolo, un desborde político de los marcos del Estado nación que apunte a la dictadura financiera europea como poder último.

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