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¿Cómo reconstruir la clase media en tiempos de globalización y robotización? (parte 1)

Radicales Libres [1]

La importancia creciente de la “economía emocional”.

La ley de la oferta y la demanda ha muerto. Bueno, no en todos los mercados de bienes y servicios, pero sí en un número creciente de ellos. En todos los mercados en los cuales una ciega confianza de los consumidores sobre la supuesta calidad de los productos es lo que determina el precio que estamos dispuestos a pagar por ellos. En estos mercados los consumidores confían en que el precio es la señal más potente sobre la calidad de los bienes: “si es tan caro es que será bueno”.

Esto no es algo nuevo, numerosos economistas han resaltado desde hace bastantes años que en algunos mercados, en los cuales hay información asimétrica entre consumidores y vendedores (los vendedores saben lo que están vendiendo de verdad mientras que los consumidores no sabemos realmente lo que estamos comprando), los precios son fundamentales para que el consumidor se oriente sobre la calidad del bien.

Eso no quiere decir que la calidad de esos productos siempre esté en relación con su precio, ya que en la mayor parte de los casos los consumidores no estamos en disposición de acceder a esa información, o nos es muy costoso adquirirla. Cuando estamos dispuestos a pagar un precio elevado por la supuesta mayor calidad de un producto sin que tengamos una idea fehaciente de sus verdaderas características, en esos casos estamos hablando de los bienes superiores. La demanda de bienes superiores crece a pesar de que sus precios se incrementen, lo que pone en cuestión la ley de oferta y de demanda.

El ejemplo más utilizado es el del mercado de los coches de segunda mano. Si un vendedor de vehículos usados baja los precios de sus coches lo más probable es que venda menos, ya que la mayor parte de los posibles compradores pensará que la reducción de precios tiene que ver con una peor calidad de los coches ofertados.

Tal como indicó Joseph Stiglitz en su artículo “The causes and consequences of de dependence of quality on price”, publicado hace ya treinta años, en los mercados de bienes superiores la tradicional competitividad vía reducción de precios, y costes de producción, no es una garantía de que las empresas eliminen a los competidores con mayores precios y salarios y, por tanto, aumenten su cuota de mercado.

Para crear mercados de bienes superiores las empresas desarrollan innovadoras “tecnologías de comercialización” cuyo principal objetivo es crear valor emocional para sus productos, mediante la valorización de la marca, la creación de intangibles o la diferenciación del producto. Cuando un producto consigue “algo de valor de obra de arte” ello significa que los consumidores dejamos de tener criterios objetivos-racionales sobre la relación precio-calidad de dichos productos. Cuando el principal criterio para comprar un bien es subjetivo-emocional -“lo compro porque me gusta”-, los precios de venta, como en las obras de arte, se desconectan de los costes de producción.

Olvidando gran parte de la estúpida economía que nos enseñan[2].

¿Qué ha cambiado en relación con los mercados de bienes superiores en los últimos treinta años, desde que Stiglitz escribiera dicho artículo?

El principal cambio ha sido el enorme volumen que han adquirido los mercados de bienes superiores en las sociedades desarrolladas. Ya no es algo propio de mercados marginales como el de coches usados, ocurre en multitud de bienes y servicios que consumimos habitualmente: lavadoras, coches, zapatos, vacaciones, formación, telefonía móvil, ropa, hostelería, restauración, etc. En las Sociedades de la Abundancia de los países desarrollados consumimos un porcentaje creciente de productos y servicios cuyos precios no vienen determinados por los costes de producción, sino por nuestra capacidad de gasto, y por la confianza emocional que depositamos en su supuesta calidad.

Resulta obvio que los mercados de bienes superiores no pueden crecer si de forma paralela no se incrementa el volumen de consumidores con una creciente demanda sofisticada, esto es, la clase media. A partir de los años cincuenta del siglo XX la clase media creció en la mayor parte de los países desarrollados gracias a que se produjo un reparto más equilibrado de la riqueza, en ello tuvieron un papel crucial los sindicatos. En las últimas dos décadas también se ha podido observar un notable incremento de la clase media en un número creciente de países emergentes, según un estudio del Credit Siusse la clase media china la conforman ya 109 millones de personas, mientras que la clase media de EEUU está compuesta por 92 millones. Ello ha permitido la creación de una robusta demanda sofisticada global, que en sus decisiones de consumo no se guía solo por el precio.

La evolución de las ventas de fideos instantáneos en China es un buen ejemplo de cómo los hábitos de consumo se modifican, de cómo la demanda se hace más sofisticada, cuando mejora la riqueza de los ciudadanos de un país. Entre 2011 y 2015 el consumo de este producto de alimentación low cost –un paquete puede costar 40 céntimos de euros-, de escasa calidad y valor nutricional, se ha desplomado en un 25%, reduciéndose en 12.130 millones de euros, de forma paralela a la mejora de las condiciones de vida de decenas de millones de chinos.

La existencia de los mercados de bienes superiores también tiene efectos importantes en los mercados de trabajo, nos dice Stiglitz. En países con un elevado porcentaje de consumo de bienes superiores las bajadas de los salarios no reducen sustancialmente el desempleo, ya que el resultado de esas políticas será el empobrecimiento de la clase media y una consiguiente contracción de la demanda sofisticada, lo que generará más desempleo, principalmente en sectores cualificados. A la vez puede producirse un incremento de la importación de productos low cost para los nuevos consumidores empobrecidos. Es lo que ha sucedido en España, como se puede ver en los gráficos adjuntos.

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Fuente: Elaboración propia a partir de datos de Eurostat.

Por un lado en el gráfico 1 se puede observar como las políticas de devaluación salarial aplicadas a partir de mayo de 2010 han incrementado la desigualdad y la pobreza en España, la consecuencia del empobrecimiento global de la sociedad española ha sido que la tasa de desempleo se ha mantenido por encima del 20% durante más de cinco años.

Como se puede comprobar en el gráfico 2 las políticas que empobrecen a los trabajadores nacionales y reducen la demanda sofisticada nacional, terminan angostando la complejidad económica del país, esto es, disminuyen su capacidad de producción de bienes superiores y, por tanto, de mejorar su productividad por esta vía. Esto sucede en todos los países, excepto en el caso de economías muy dependientes de los mercados exteriores (de la demanda sofisticada de otros países), que no es el caso de nuestro país.

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Fuente: Elaboración propia a partir de datos de Observatory of Economic Complexty, OEC.

Este es un proceso inverso al que impulsó Henry Ford hace 103 años cuando dobló el salario, hasta los 5 dólares la hora, de sus trabajadores de la planta de montaje de Michigan que fabricaban el famoso “Ford modelo T”. Dicha subida salarial incrementó la demanda sofisticada entre sus propios trabajadores, permitiéndoles comprar los mismos coches que fabricaban.

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Bruno Estrada

Economista, adjunto al Secretario General de CCOO.

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[1] Por la extensión de este artículo su publicación se ha dividido en dos partes. La segunda parte se editará en breve en este mismo medio.

[2] Me refiero a una anticuada perspectiva de la economía, basada en supuestos neoclásicos, que sigue siendo mayoritaria en nuestras Universidades. Por supuesto no me refiero al esfuerzo que realizan numerosos profesores de Economía por dar otra visión. Aprovecho para agradecer a los catedráticos F. Javier Braña, Emilio Huerta y Emilio Ontiveros los comentarios que me han hecho sobre este artículo.

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