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¿Cómo reconstruir la clase media en tiempos de globalización y robotización? (parte 2)

Radicales Libres

Sindicatos más fuertes y modernos.

En los países más desarrollados los incrementos de productividad experimentados en los últimos años cada vez en menor medida han tenido como origen la automatización de las cadenas de producción industrial, debido a que la mayor parte de estos procesos industriales ya fueron mecanizados con anterioridad, o deslocalizados a países emergentes con salarios más bajos.

Es cierto que en los países desarrollados se está produciendo una notable mejora de la productividad de los servicios, debido en gran medida a la digitalización e informatización de muchos procesos productivos repetitivos, que hasta hace poco se consideraban propios y exclusivos del conocimiento racional de los seres humanos. Sin embargo, por ahora, los incrementos de la productividad de los servicios están siendo muy inferiores a los obtenidos hace unas décadas en la industria. Hay que tener en consideración que la mayor parte de las actividades de servicios suponen una actividad económica que requiere una profunda interacción humana (entre vendedor y comprador, entre alumno y profesor, entre enfermo y personal sanitario) por lo que los bruscos incrementos de la productividad en muchos casos pueden suponer un deterioro de la calidad del servicio ofrecido.

Lo más relevante en la actualidad en estos países es el nuevo tipo de “productividad emocional” generada en los mercados de bienes superiores, en la que más importante que fabricar barato es vender caro. Esta nueva “productividad emocional” depende de dos factores: 1) de la capacidad de las empresas para crear valores intangibles-emocionales en sus bienes y servicios; 2) del poder de mercado de esas mismas empresas en las cadenas globales de producción, para imponer precios baratos en el suministro de piezas y componentes estandarizados.

Una parte importante de los procesos de producción industrial de los bienes superiores se ha trasladado a los países emergentes, sin embargo, el grueso de su comercialización y, por tanto, del proceso de creación de valor sigue teniendo lugar en los países desarrollados. El caso del valor de Iphone es paradigmático: en 2009 con un precio de venta al público de 500 dólares el valor de la producción que se retribuía a los fabricantes chinos de piezas y componentes era tan solo de 7 dólares, un 1,5% del valor final del producto, mientras que en EEUU se quedaba el 64% del valor del teléfono, 320 dólares, donde apenas se producía nada físicamente de teléfono móvil. Es indudable que en esos bajos salarios influye el hecho de que los 280 millones de trabajadores afiliados a los sindicatos chinos no tienen derecho a la negociación colectiva. En China no hay sindicatos libres.

Esta nueva “productividad emocional” tiene unas características muy diferentes. En el pasado las inversiones de capital físico en “tecnologías de la producción” tenían como principal objetivo mecanizar los procesos productivos, de forma que los fuertes incrementos de productividad alcanzados permitían retener, durante un largo periodo de tiempo, las ventajas comparativas que se obtenían en los precios. Las empresas eran capaces de fabricar productos homogéneos a precios más bajos que sus competidores durante varios años, hasta que nuevas inversiones en “tecnologías de la producción” permitían mayores reducciones de costes. Sin embargo, en la actualidad gran parte de las inversiones de capital se concentran en “tecnologías de la comercialización” cuyo objetivo es crear confianza emocional del consumidor en el producto de forma que el precio deje de ser el elemento determinante de su competitividad.

Resulta evidente que es mucho más difícil retener por un largo tiempo la confianza emocional de los consumidores frente a las ventajas de costes que se obtenían en el pasado después de afrontar fuertes inversiones en capital físico para mecanizar los procesos productivos. Por tanto, las ventajas competitivas obtenidas mediante las “tecnologías de la comercialización” son mucho más efímeras y volátiles que las obtenidas en el pasado a través de las inversiones en “tecnologías de la producción”.

Asimismo para los trabajadores, y para sus sindicatos, resulta mucho más difícil disputar los incrementos de productividad en la actualidad, en procesos productivos muy segmentados y localizados en varios países, que en las grandes fábricas fordistas donde la mayor parte del proceso productivo estaba integrado verticalmente y donde la propia homogeneidad del trabajo incorporado al proceso productivo era mucho mayor.

No obstante, donde ello se ha conseguido, como puede observarse en el gráfico 3 en el caso de Suecia, los incrementos de los salarios reales (líneas discontinuas) han sido superiores a los de la productividad (línea continua). En Suecia esto ha sucedido ¡!Durante los últimos veinte años!!, sin que se haya visto afectada la competitividad de su economía, que durante la última década se ha mantenido entre los diez países más competitivos del mundo, según el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial de Davos.

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Mientras que en España el resultado de que los crecimientos salariales hayan sido inferiores a la productividad durante las dos últimas décadas han sido que se ha generado pobreza, desigualdad social y se ha favorecido un modelo productivo basado en el low cost. La posición española en el Índice de Competitividad Global en la última década ha estado entre el puesto 29 y el 42.

Es imprescindible reforzar el mermado poder de negociación de los sindicatos, pero no se trata solo de recuperar capacidad de negociación pérdida, sino de afrontar una profunda modernización de las relaciones laborales que democratice la empresa, con el objetivo de incrementar la participación, y corresponsabilidad, de los trabajadores en su gestión.

Los sindicatos, también en España, ya están afrontando estos cambios productivos mediante una rearticulación de su acción sindical, y de su estructura organizativa, de forma que les permita cubrir un universo laboral mucho más segmentado y diverso, fruto tanto de la creciente complejidad de nuestras sociedades como de la externalización productiva y dispersión geográfica de los procesos de creación de valor.

Asimismo, la robotización y digitalización de una parte creciente de los procesos productivos debe ser un estímulo para que los sindicatos pongan en valor la inteligencia emocional que los trabajadores aportamos al trabajo, cuya remuneración a menudo está infravalorada por parte de las empresas. Las empresas, como el conjunto de nuestra sociedad, suelen reconocen en mucha mayor medida, sobre todo en términos retributivos, la inteligencia racional que ha sido validada a través de un sistema de formación reglado. De esta forma los sindicatos lograrán alcanzar un reparto más igualitario de la nueva “productividad emocional”.

Una política industrial que permita una nueva inserción de las empresas españolas en la globalización.

Una política de extrema devaluación salarial, como la que ha vivido España durante los últimos años, genera negativas consecuencias en la capacidad de inserción de las empresas de un país en los procesos de globalización productiva y comercial existentes. No olvidemos que las cadenas globales de producción implican ya a más de 400 millones de trabajadores en todo el mundo.

El problema de las empresas españolas no es tanto una especialización en sectores con bajo valor añadido, sino que, independientemente de que en qué sector operen, tienen muchas dificultades para producir bienes superiores. No obstante, la creación por parte de las empresas de intangibles emocionales mediante la utilización de “tecnologías de la comercialización” es una condición necesaria, pero no suficiente, para incrementar de forma sostenible la productividad de las empresas de los países desarrollados.

Como hemos visto, debe ir acompañada de una política industrial moderna, que incremente el poder de mercado de las empresas nacionales. Que les permita disputar los precios a los proveedores extranjeros de componentes homogéneos y estandarizados de los bienes superiores. Sin una adecuada política industrial, el “mantra” del fomento de la economía del conocimiento es una apuesta insuficiente para la mejora de las condiciones de vida del conjunto de la población en países medianos-pequeños como el nuestro.

Una moderna política industrial, cuyo objetivo deber ser que el valor añadido generado por las empresas españolas gracias al desarrollo de las “tecnologías de la comercialización” no se pierda, como el agua entre las manos. Que permita que las empresas españolas se enfrenten a la creciente capacidad que tienen cada vez más empresas de países emergentes para imponer sus precios en las cadenas globales de producción, gracias a sus continuas mejoras en la innovación productiva y comercial que son propias de mercados muy dinámicos.

Un país con un elevado volumen de empresas capaces de crear bienes superiores, con una política industrial que facilite que esas empresas retengan su poder de mercado, y con unas relaciones laborales más democráticas y modernas, entrará en un círculo virtuoso que permitirá una mejora de las condiciones salariales del conjunto de sus trabajadores y de las condiciones de vida de sus ciudadanos.

Por el contrario, en un país cuya estructura productiva se caracterice por un creciente peso de empresas precio-aceptantes posicionadas en mercados low cost, en los que el elemento determinante de la competitividad sea el precio y que estén caracterizadas por un modelo autoritario de relaciones laborales donde se haya cercenado gran parte de la capacidad negociadora de los trabajadores, entrará en un círculo vicioso en el que se incrementará extraordinariamente la cantidad de trabajadores, y ciudadanos, pobres.

La creciente especialización productiva de las empresas españolas en aquellas partes de los procesos que menos complejidad incorporan, que menos productividad añaden, está haciendo que estamos saliendo de la crisis asemejándonos cada vez más a los países emergentes y no al club de los países desarrollados, al que aún creemos pertenecer.

Una crisis internacional, como la vivida en 2007, significa también una alteración de las relaciones de poder, esto es, de la capacidad de imponer precios que hasta ese momento han tenido determinadas empresas y países. La evolución de nuestro país dentro del contexto internacional indica que la recuperación de España no va por el camino adecuado para garantizar el bienestar presente y futuro de sus ciudadanos. Como hemos visto, en los últimos veinte años la productividad en Suecia se ha incrementado en más de un 40%, y los salarios reales cerca de un 50%, mientras que en España el aumento de la productividad ha sido inferior al 20% en ese mismo periodo, y el de los salarios reales no ha llegado al 10%.

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Bruno Estrada

Economista, adjunto al Secretario General de CCOO.

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Debido a la extensión de este artículo la primera parte se publicó el 4-09-2017. Es accesible en este enlace: http://radicaleslibres.es/reconstruir-la-clase-media-tiempos-globalizacion-robotizacion/

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