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Dinero de pico y pala “virtuales”

En enero del pasado año acaecía una anécdota reseñable en el mundo de la economía moderna, la cual, en realidad, pasó bastante desapercibida para la opinión pública no docta en el tema: todas las criptomonedas, esas divisas digitales tan en boga (por repetición, pues muy pocos han llegado a experimentarlas) batían su récord de capitalización. Es decir, el valor tangible del conjunto alcanzaba entonces la nada desdeñable cantidad de 800 mil millones de dólares –unos 700.000 millones de euros–. Para hacernos una idea, ello significó que con la suma de las criptodivisas del planeta se podrían haber comprado las 35 empresas que componen el IBEX y aún hubiesen sobrado 100 mil millones.

Pero entonces cabe preguntarse, ¿cómo han pasado de la nada en 2009 –nacimiento del Bitcoin, la gran referencia de este mercado– a semejante volumen 10 años más tarde? Pues, básicamente, porque la sociedad ha asumido su entrada con cierta confianza y las usa. Si no las emplease, desaparecerían. Claro que, más allá de su compra-venta puntual, el funcionamiento interno de estas piezas suponen un auténtico laberinto matemático de difícil comprensión. Por resumirlo. Tales monedas se basan en la criptografía (aquel método que usaban los nazis para camuflar sus mensajes al frente), a través de computadoras.

Este encriptado recurriendo a algoritmos es el que permite asegurar las transacciones financieras frente a cualquier ataque o interferencia, verificar las transferencias y, ahí está el quid, crear unidades adicionales. La concepción de nuevas criptomonedas yace sobre una cadena abierta a cualquier ordenador desde cualquier lugar del mundo. Cuando nacieron, la fórmula binaria era sencilla, pero conforme aumentó la circulación, también ha crecido la cadena y la complejdad del algoritmo. Ese «registro» constituye a su vez la contabilidad de la moneda y su codificación a través de miles de aparatos que garantizan su seguridad. ¿Y quién se encarga de sacarlas al mercado?

Los «mineros», expertos en computación que, mediante complejas tareas de cálculo aumentan la red por una recompensa en forma de la propia ciberdivisa. Ellos son la base del sistema. Con todo, hay dos mayores problemas: el consumo de electricidad que conlleva producirlas (ya son necesarias supercomputadoras) y su falta de control por gobiernos o poderes centrales. Razón por la cual han sido prohibidos en unas cuantas naciones.