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Economía liberal y corridas de toros

Como cada verano cuando visito España, llega el día en el que nos tomamos un café en algún bar donde un nutrido grupo de gente, normalmente de avanzada edad, parece disfrutar de algún espectáculo taurino.  Mis hijos, que han crecido fuera de España, perplejos ante el sanguíneo espectáculo me hacen siempre dos inevitables preguntas: ¿cómo es posible que alguien disfrute viendo algo así? y ¿esto no está prohibido? Mi respuesta a la primera pregunta siempre es: “No tengo ni idea.” La respuesta a la segunda suele ser: “Los toros en España es un asunto muy delicado.” Vaya por delante que detesto las corridas de toros. No las puedo entender. Pero en esta entrada me quiero poner el sombrero de economista liberal e intentar responder a dicha pregunta fríamente, sin dejar que estos sentimientos afecten el análisis.

Los economistas liberales creemos que el gobierno debe entrometerse más bien poco en la vida de la gente a no ser que haya una evidencia clara que los mecanismos de mercados no funcionan. Un supuesto clave en nuestra forma de pensar es que la gente es utilitarista, en el sentido de que van por la vida maximizando lo que llamamos su función de utilidad o de felicidad. Podríamos hacer el supuesto que los toros también maximizan su utilidad, pero tal vez esto es un poco irreal. Supongamos, en cambio, que queremos, de forma altruista, lo mejor para el toro. Existen tres opciones para el tipo de vida que puede tener un toro en un país moderno: la primera, vivir toda su vida en una pequeña jaula hasta ser sacrificado de forma rápida y sin apenas dolor, para el consumo de su carne. La segunda, puesto que la carne de toro no tiene demasiado valor comercial, dejar de criar toros, lo que, eventualmente, llevaría a su extinción. Y la tercera, vivir una vida en el campo, con espacio y bien alimentado, pero eso sí, muriendo lentamente y pasándolas canutas una tarde de agosto en cualquier plaza de toros. ¿Qué elegiría alguien que se preocupa principalmente por el bienestar del toro? Es posible que mucha gente piense que la primera opción, vivir enjaulado y morir sin sufrimiento, es la mejor para el toro. Sin embargo, es difícil justificar elección si eres un economista utilitarista. Es cierto que el modelo utilitarista asume que a la gente (a los toros, en este caso) les molesta mucho tener grandes cambios en la felicidad a lo largo de su vida -es preferible, por ejemplo, consumir la misma cantidad de bienes a lo largo de la vida, que disfrutar mucho algunos años y pasar hambre en otros-. Es decir, se prefiere alisar el consumo a lo largo del tiempo a tener cambios bruscos en él. En este caso hablamos del consumo de bienestar y el modelo implica que la aversión a unas horas de tortura podría pesar más que una vida disfrutando de espacio y buenos alimentos. Sin embargo, es difícil imaginar que esa pérdida de utilidad le haría elegir al economista liberal la opción de vivir en cautividad (y por lo tanto con la misma bajísima felicidad) toda su vida. Así que, el modelo utilitarista nos dice que seguramente el toro, si se le hiciese la pregunta, elegiría morir en la plaza. La segunda opción -dejar de criar toros de lidia y por lo tanto, llevarles a su extinción- es más difícil de evaluar. Por un lado, seguramente muchos de nosotros damos valor a que sigan existiendo cuantas más especies de animales como sea posible, aunque hay que decir que el toro de lidia es una especie artificial. Esta preferencia es obvia para un biólogo y algo abstracta para la mayoría de la gente, pero parece que, bajo esta perspectiva, también la opción de morir en la plaza es la menos mala. Otra forma, aun mas filosófica, de plantearse el efecto de la extinción de una especie es pensar en el bienestar de los toros que nuca llegaran a nacer. Esta discusión es la misma  (ver aquí) que la que analiza  hasta qué punto una sociedad está peor si nacen menos niños en el sentido de que privamos de disfrutar de la vida a gente que aún no existe (¿qué peso le asignamos a seres que aún no han nacido?). Si pensamos que estos aún inexistentes seres deben ser respetados, seguramente la opción de las corridas sigue siendo la mejor.

Pensándolo así, ¿cómo puede justificarse la prohibición de las corridas desde un punto de vista utilitarista? Seguramente el argumento de fondo es que, la mayoría de gente (donde me incluyo) no entiende que alguien disfrute y esté dispuesto a pagar bastante para ver sufrir a un animal. Los defensores de las corridas argumentan que eso es lo de menos, que lo que de verdad importa es el arte asociado a cómo se mata al animal. Pero este argumento es muy subjetivo: para los que no entendemos (ni queremos entender) este supuesto arte, el espectáculo de ver sufrir a un animal pesa mucho más. El otro clásico argumento de los defensores de las corridas es que se trata de una tradición muy antigua, pero huelga decir que la longevidad de una tradición no puede, per se, justificar su perpetuación. La realidad es que las corridas de toros vienen de una cultura de antaño y que hoy es totalmente ajena a muchos españoles, incluso los que han vivido siempre aquí. La sensibilidad por los derechos de los animales va aumentando a lo largo del tiempo, aunque eso sí, va tan despacio (véase la normativa sobre la explotación de carne y sobre jaulas) que es difícil pensar que tenga la suficiente fuerza para que desaparezcan las corridas de toros en el medio plazo

Me gustaría hacer ver al lector que en el párrafo anterior ya no estamos hablando de la felicidad del toro, sino de nuestras preferencias sobre lo que es moralmente aceptable y lo que no lo es. Y ahí el economista utilitarista entra en terreno pantanoso. Ya nos contaron los premios Nobel Gary Becker y George Stigler hace muchos años (aquí) que de gustibus non est dispuntandum, o sea que poco podemos (ni debemos) hacer para cambiar los gustos de la gente. Por lo tanto, el argumento de prohibir un espectáculo cruel porque nos molesta tiene poco peso. Lo que sí tendría más sentido, en mi opinión, es interpretar las corridas de toros como algo que genera una externalidad negativa en la mayoría de la sociedad. El hecho de que en un pueblo se torture a un animal y los espectadores disfruten del espectáculo, genera un efecto negativo en muchos de los aldeanos y, por lo tanto, es eficiente que los que van a la corrida les compensen de alguna forma por esta externalidad. Alguien podría decir: “lo mismo ocurre con permitir a parejas homosexuales caminar de la mano por la calle.” A un homófobo le molesta eso y podría argumentar que esas parejas deberían pagar un impuesto por la externalidad que a él le genera verles. Jose Luis Ferreira escribió sobre el tema aquí. No obstante, una diferencia clave es que en este caso no hay un abuso contra nadie, mientras que, en el caso de las corridas de toros, la legislación de protección y bienestar animal deja claro que hay formas mucho menos crueles de acabar con la vida de un animal. Así que el economista liberal estaría conforme con preguntar a la sociedad si quiere aplicar un impuesto pigouviano que corrija la externalidad causada por las corridas de toros. En caso de ser aprobado, ese impuesto se añadiría al coste de la entrada y su recaudación podría usarse para compensar al resto de la sociedad, por ejemplo, construyendo una bonita fuente. O, tal vez, para financiar una ONG que se dedique a proteger o a mejorar la calidad de vida de otros animales. Esto me recuerda cuando hace tres años un cazador norteamericano mató, por deporte, al famoso león africano Cecil (ver aquí). El principal argumento en contra de castigar al individuo fue que había pagado por un permiso (bastante caro, si no recuerdo mal) que le permitía matar leones. Además, aunque supongo que a mucha gente nos pareció horrible su acto, se dijo que ese dinero se usaba (desconozco cuánto hay de cierto en esto) para, tal vez paradójicamente, proteger la vida de muchos otros leones de la zona.

En resumen: si la cuestión fuera prohibir corridas de pollos que se pasan la vida en una jaula y el ultimo día en el planeta se les tortura, el economista utilitarista sugeriría que se prohibieran, puesto que cualquier pollo estaría objetivamente peor con la práctica de ese espectáculo. Pero como a los toros de lidia se les compensa con una muy buena vida… el modelo no tiene esa implicación. Solamente si aceptamos que las corridas de toros generan una clara externalidad negativa en una parte sustancial de la sociedad, el modelo apoyaría la instauración de un impuesto para compensarle por ello.

David Cuberes

David Cuberes

Es Doctor en Economía por University of Chicago (2005). Actualmente es Profesor Asociado en la Clark University. Sus campos de investigación son Urban Economics, desarrollo y crecimiento económico y la macroeconomía.