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Economía Política. Anticapitalistas en Podemos: Entrevista a Daniel Albarracín

Otra Mirada Social y Económica Es Posible

Este texto, realizado como entrevista por Brais Fernandez a su autor, forma parte del libro Anticapitalistas en Podemos. En este capítulo del libro Daniel Albarracín muestra la perspectiva del autor, miembro de Anticapitalistas, sobre la perspectiva económica necesaria para abordar los problemas políticos actuales. Para conocer aportaciones de enorme interés de la perspectiva política de Anticapitalistas, recomendamos la lectura del libro.

Crisis económica global y crítica de la economía política.

La explicación política reciente más común suele referirse a aspectos ligados al mundo de lo subjetivo para comprender lo que nos sucede. Crisis de confianza para unos, crisis de legitimidad y de régimen para otros. Ni que decir tiene que debemos conceder una gran importancia a los factores subjetivos, en tanto que la acción humana es decisiva en la resolución o disolución de las contradicciones que la atraviesa. Sin duda, en una crisis objetiva como la que vivimos, que impide que las cosas puedan persistir como están, lo que orientará las transformaciones será la acción de los sujetos. Ahora bien, la contestación, reformulación o superación de las estructuras que nos sujetan -somos sujetos porque estamos sujetados-, depende de los diagnósticos y las respuestas a los problemas materiales que nos aquejan y no al margen de su realidad. Conducir el sentido de los cambios sólo es posible acometerlo transformando lo existente, conociéndolo bien. En tanto que la disputa social se dirime en ese escenario material, el único en que se puede concebir las condiciones de existencia y las relaciones sociales concretas, parece que lo más indicado es manejar un esquema, para el diagnóstico, que únicamente la crítica de la economía política provee.

Bien es cierto que entender las dinámicas sociales en términos de economía política puede hacerse con diferentes esquemas o presupuestos de partida, pero en nuestra opinión comenzar con la idea de que los sujetos hacen la historia, pero no eligen el contexto en el que la hacen, parece inapelable.
Y, no, no se trata de una crisis de confianza, como dirían las élites. No se trata de que los políticos, los sindicatos y las regulaciones impidan el funcionamiento del mercado y generen incertidumbre a las decisiones de inversión, por ejemplo. La crisis de inversión que nos atraviesa, es fruto de las condiciones de desarrollo intrínsecas a la dinámica de la acumulación capitalista. Hay razones que ocasionan el desplome de la inversión, ese factor clave que a algunos les preocupa cuando se trata de crecimiento del negocio, y que ni que decir tiene, determina, para bien y para mal, la evolución de la cantidad de empleo producido. Desde el punto de vista del funcionamiento del modelo económico en vigor, en el que la toma de decisiones se concentra en aquellos que se han apropiado de una riqueza que adopta diferente formas de capital, la tasa de rentabilidad efectiva, cuyo nivel y evolución está determinado por factores socioeconómicos, entraña el principal explicativo de la evolución de la inversión.
En el campo de las clases populares la emergencia de nuevas formaciones políticas se ha levantado en torno a la idea de que la clave del éxito político se ampara en la capacidad de conducir el sentido del discurso, identificando al adversario, involucrar a las muy diversas mayorías en torno a una legitimidad que, básicamente, se construye a partir de una nueva narrativa, bastando la voluntad política para que se forjen los cambios. Esos cambios se verían empujados por el sentido común, dañado e indignado por una distancia. Una distancia entre las expectativas creadas en un periodo anterior y respecto a nuevas agresiones añadidas por las oligarquías que, al reformar su propio fracasado régimen, permitirían la agregación de demandas muy diferentes en torno a significantes vacíos aglutinadores.
Nosotros compartimos que, más allá de la ya muy larga crisis material objetiva, nos encontramos ante una profunda crisis subjetiva, fundamentalmente en la dirección política para las clases populares. Y, por tanto, es precisa la construcción colectiva de un discurso articulador, crítico y propositivo, que cimente las bases de una nueva legitimidad para gobiernos de transformación. Sin embargo, impugnamos la valoración en virtud de la cual el campo de lo económico sería un espacio ligado a dinámicas meramente técnicas que impiden grandes márgenes de maniobra. La economía política entiende el campo de la disputa por la apropiación, distribución y uso de los recursos como uno de los ejes fundamentales que determinan las condiciones de vida, la posibilidad de la democracia y la libertad, y es precisamente el campo social donde se concentra las principales pugnas políticas. En suma, la política va primero, pero para tener una influencia decisiva ha de moverse en el campo de los siguientes interrogantes: ¿qué producir?, ¿cómo producirlo?, ¿para quién?. Es más, cualquier otro avance social en otros campos de lo social (los derechos y libertades civiles) podrán hacerse más o menos efectivos sólo si hay unas condiciones de empoderamiento, gestión, reparto y capacidad de uso de los recursos materiales. Con ello no decimos, ni se nos ocurre, que el campo cultural o el de las ideas sea inócuo o vacuo, más bien al contrario. Pero cualquier idea o planteamiento que no tenga traducción práctica en el ámbito de las condiciones de vida materiales, es pura palabrería.

Desde que comenzó la crisis económica mundial en 2008, hemos visto un auge del marxismo como herramienta para explicar la crisis. Antes de meternos en detalles más concretos, ¿Podrías explicarnos brevemente en que consiste la “crítica de la economía política” marxista?
La crítica de la economía política es una de las piedras angulares de todas las aportaciones que realizó Karl Marx. En el apartado teórico, la aproximación del materialismo histórico aportó un marco clave para comprender la formación de las sociedades y sus tensiones. En virtud de la cuál se entiende el comportamiento social y las condiciones de vida como fruto de las relaciones de producción de la existencia material. Esta idea, que puede parecer en principio compleja, viene a significar que la conciencia de lo social no emana en términos generales de un ejercicio libresco o del fruto de la historia de las ideas, o de una iluminación genial. Por el contrario, las prácticas culturales y la subjetividad existente, la conciencia social y política, resultan de la experiencia, la vivencia y la reflexión sobre las condiciones de vida reales, y no al margen de ellas. Esta aproximación no puede confundirse, sin embargo, con la vulgarización, en ocasiones atribuida a Engels, que propone que la conciencia es fruto mecánico de las condiciones económicas. No, debemos entender que las diferentes subjetividades de un contexto sociohistórico, se interrelacionan, como un proceso de elaboración, con las condiciones de existencia material, en torno a las cuáles los discursos y prácticas concretas cobran sentido. En ellas la acción humana puede transformar las bases de su existencia, pero en modo alguna surgen del vacío, de tal modo que sólo podemos afrontar los desafíos a los que nos confronta los problemas sociales de nuestra época y no otros al margen de ella.
La crítica de la economía política constituye la contribución madura para el análisis de la sociedad capitalista. Como análisis específico de formaciones sociohistóricas concretas, fija la atención sobre algunos ejes sobre los que se levanta las estructuras y dinámicas que nos conforma, tales y como pueden ser la forma de propiedad y concentración de la riqueza en la sociedad, la relación salarial como vínculo en virtud del cuál las clases dirigentes se apropian del fruto del trabajo de las mayorías productivas, las formas de competencia oligopolística que tienden a predominar entre las unidades productivas, y la emergencia de nuevas formas institucionales como el Estado moderno que garantiza un determinado orden social. De tal modo, que considera que el origen del valor está en el trabajo, y que el capital es la forma social que impone el trabajo asalariado y la competencia como formas de apropiación y distribución del excedente social. Este marco teórico, tan sugestivo como válido para unas mayorías sociales que identifican sus problemas con su experiencia de explotación, problemas de desempleo, desigualdad y pobreza, erosión de derechos y retroceso de servicios públicos, está en la base de su atracción como teoría explicativa y, también, como un buen punto de partida para construir nuevas propuestas de cambio.

También ha habido muchos cambios estructurales en el capitalismo que el marxismo ha tratado de explicar ¿que cambios consideras más relevantes y que aportaciones desde la crítica de la economía política consideras que merece la pena resaltar?
Es preciso advertir que la crítica de la economía política sólo es aplicable a las sociedades capitalistas. Sólo puede aplicarse adecuadamente mediante el análisis concreto de las situaciones concretas, y que no agota en sí todo el campo integrado de la realidad, faltaría más. En efecto, Marx trabajó escasamente, aunque haya pasajes en que lo enuncia, el contexto biosistémico de nuestra ecología, aunque ya afirmó que el origen de la riqueza radica en la naturaleza. Tampoco desarrolló los aspectos de la dimensión reproductiva de lo social. La magnífica obra de Marx no puede manejarse como un recetario ni de manera vulgar o mecánica, y es preciso complemetarla y articularla con otras grandes aportaciones como la ecología política y algunas elaboraciones del feminismo. Al igual que, sin duda, otros paradigmas socioeconómicos, que en ocasiones han contribuido con excelentes explicaciones –por ejemplo, en el campo de las finanzas- que para cualquier analista crítico no pueden quedarse inadvertidas, debiéndose articularse para potenciar nuestra capacidad de comprensión y de intervención en la realidad.
Desafortunadamente, el discurso que ha cristalizado en una parte de la dirección de las fuerzas del cambio, en gran medida desprecia la economía política. Se funda en un posible malentendido, considerando que lo económico es mero aparato técnico de gestión. Cuando se propone cambios en la política económica, plantea principalmente en torno al fortalecimiento de la demanda agregada, con especial énfasis en la recuperación del consumo, los niveles adquisitivos, y la restauración de las prestaciones del ya muy erosionado Estado del Bienestar. Así, reclamaría una postergación y alivio del cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, impulsaría moderadas reformas fiscales, y plantearía graduales modificaciones en el campo de la protección social. También incluiría una tímida reestructuración de la deuda pública, exigiendo la devolución de los rescates al sistema bancario. Esta aproximación, además, se sujetaría en una idea implícita: la crisis es cíclica, temporal, y por tanto si se aplica una gestión neokeynesiana que conduzca el momento ya llegarán tiempos mejores.
Debemos de partir de algunas constataciones que, aunque necesiten precisión, merecen tenerse en cuenta. Atravesamos una larga crisis de acumulación, intrínseca a la dinámica capitalista, que para esta fase además ha tomado rasgos propios más problemáticos que en viejos periodos. La onda larga que se inauguró tras la II Guerra Mundial, que tomó cuerpo en los países desarrollados del Norte, se agotó al entrar los años 70, perdiendo el vigor de su capacidad de acumulación. Si bien allí no cesó su capacidad de depredación. La derrota de las clases subordinadas y el movimiento obrero, y la pérdida de legitimidad de los modelos del Este, permitieron el ascenso de una nueva gestión política para las clases dirigentes, especialmente a partir de mediados de los 80 y que se extendió a partir de los 90 y en adelante.
El nuevo “neoliberalismo de Estado” empezó a emplear al sector público para restaurar un nuevo orden, de racionalización social y de soporte al campo de los negocios transnacionales. Las políticas de austeridad social y devaluación salarial y fiscal corrían el riesgo de hundir la economía. Aquellas intentaron, lográndolo durante un buen tiempo, restaurar la tasa de beneficio, pero necesitaron una serie de medidas en el plano financiero, bancario y monetario para afianzar una solución que traía consigo problemas adicionales. Las políticas de financiarización incluían un paquete de medidas fundamental para compensar la depresión del consumo que la austeridad social causaba. Se abarató el crédito, se estableció un marco flexible para la gestión bancaria y, finalmente, se introdujo un modelo de política monetaria expansivo sorprendentemente inédito, que privilegiaba la obtención de liquidez para la banca. Se promovieron burbujas en varios sectores, que acompañaron un repunte en el consumo, y, sobre todo, una expansión del capitalismo adquisitivo, también denominada “acumulación por desposesión”, y un comportamiento estrictamente rentista para el mundo de las finanzas.
Este efecto de anabolizante, sin embargo, tuvo nefastas consecuencias que, sin resolver los problemas estructurales de la acumulación capitalista, añadieron nuevas contradicciones
Siguiendo a Anwar Shaikh, posiblemente el mejor economista marxista vivo, y el mejor economista del siglo XXI en nuestra opinión, la inversión, factor fundamental explicativo de la acumulación y de los ciclos, en tanto que guarda consigo factores multiplicadores que el consumo no contiene, se guía por la tasa de beneficio efectiva. Shaikh mejora el aparato explicativo que ya inauguró Ernest Mandel, posiblemente el economista de referencia de la segunda mitad del siglo XX. Shaikh entiende que el capital invierte en base a la dinámica de los negocios orbitada en torno a la rentabilidad del capital, pero en su detrimento han de contemplarse las cargas financieras. Esto es, la tasa de beneficio efectivo sería el resultado de la tasa de rentabilidad menos el coste financiero.
En los años 90 y primeros del 2000 la recuperación de la tasa de rentabilidad, notable en un primer momento, se vió crecientemente contrarrestada a partir de 2007, por los costes financieros, fruto de la hipertrofia originada por las políticas de financiarización. El estímulo de la tasa de rentabilidad tuvo un recorrido se agotó. Se estaban gestando las bases de una tormenta perfecta, incluso una larga etapa de decadencia, de oscilación entre el estancamiento y la recesión.
El marxismo de Shaikh y Mandel, constituyen un intento serio de evitar cualquier mecanicismo. En primer lugar, Mandel evitó cualquier reduccionismo tecnocrático o automático de la dinámica capitalista. Las condiciones de desarrollo están sujetas a una serie de “fundamentales” en los que entran en juego los actores sociales, laborales y políticos.
Mandel comprendía la tasa de rentabilidad[1] como el resultado paramétrico de un campo de fuerzas en tensión, que se sintetizan en un indicador. En su numerador encontramos la tasa explotación del capital sobre el trabajo. La porción del excedente que arrebata periódicamente el capital al trabajo, la tasa de plusvalor, está sujeta directamente a la disputa social, política y laboral. En el denominador del ratio, la composición orgánica del capital (que es al mismo tiempo un factor que determina la productividad y está sujeto a aspectos técnicos –disponibilidad de técnicas, competencia, rotación de capital, etc…-, si bien también sociales). Este ratio no sólo se mueve internamente por dinámicas sociopolíticas, técnicas y laborales. También lo hace en contexto históricos concretos en los que influyen el tipo de régimen global existente, el grado de rivalidad e interpenetración de las distintas fuerzas hegemónicas internacionales, la disponibilidad de materias primas, la disponibilidad de mercados, el tipo de régimen institucional y la forma de Estado, o el grado de evolución de la técnica, etcétera. Ni siquiera la técnica se escapa al factor social, porque desde los fundamentos y descubrimientos científicos, el grado de evolución de la innovación aplicada, hasta la puesta en práctica por el capital de cambios tecnológicos está sujeta a disputas por el control, por las ganancias de productividad y búsqueda de intereses. Ningún conocimiento o innovación disponible se desarrolla o aplica sin el concurso de actores concretos, y todos ellos, en el mundo que vivimos están determinados por la búsqueda de rentabilidad o, cuanto menos, la garantía de que proporcionan mayor influencia o control para quienes lo llevan a efecto.
Asimismo, Shaikh ha venido yendo más allá y mejorando lo que Mandel en su día anticipó, subsanando algunos de los problemas en su interpretación. Shaikh identificó que los costes financieros son determinantes como variable para la toma de decisiones del capital en lo que concierne a la inversión, lo que da pie a un marco teórico más apropiado para un periodo tan marcadamente afectado por los problemas de la deuda, las fnanzas y las crisis bancarias como el nuestro. También corrigió a Mandel al identificar que el curso de la acumulación guarda retardos en relación a la tasa de rentabilidad, porque las crisis necesitan no sólo un descenso sino también un descenso del volumen del negocio, algo que frecuentemente se materializa un periodo más tarde (normalmente un año).  La crisis de 2008, así, ya se vió anticipada en estos indicadores desde 2007, por ejemplo.

Hablamos de neoliberalismo, como una fase específica del capitalismo tardío ¿Qué rupturas y continuidades existen con respecto al llamado capitalismo del Estado del bienestar?
Tras los años setenta, los fundamentos que impulsaron la “edad de oro occidental” de posguerra se agotaron. Las clases dominantes sustituyeron la gestión keynesiana de la economía por un esquema que ha venido a llamarse neoliberalismo, especialmente a partir de los 80. NI que decir tiene que la fase expansiva industrial y el crecimiento ascendente de la productividad se agotó una vez que los mercados se fueron contrayendo, los costes directos e indirectos del salario crecieron, y la competencia internacional se intensificó. El neoliberalismo, con el mismo propósito, exigía una racionalización de costes, mayor margen de maniobra para las finanzas, la mercantilización de servicios hasta ese momento reservados a lo público.
Pero también, es importante señalarlo, hemos vulgarizado en demasía la cuestión. El neoliberalimo realmente existente no ha supuesto la retirada de las instituciones públicas, preconizadas por la escuela neoclásica y austríaca, en aras de mayor eficacia del mercado. No, ha puesto en marcha su cambio de función. De tal modo que el “neoliberalismo de Estado” enfrente nuestro, se ha encargado de aplicar, junto a las políticas de austeridad (social), políticas de laxitud financiera, políticas monetarias expansivas, y una potente intervención del sector público para rescatar al sistema bancario y subvencionar a la gran industria energética y militar, entre otras. El abandono del keynesianismo, que potenciaba la demanda agregada en un periodo de expansión que incluía algunas compensaciones dentro del “salario indirecto” y los servicios públicos, se sustituyó por este nuevo esquema que ha sido, asimismo, muy mal estudiado. Para poder enfrentarnos a nuestros enemigos, conviene antes caracterizarlos debidamente. Más aún, cuando entramos en una fase de construcción de Estados supranacionales laxos e intergubernamentales donde el Estado se despliega para dar nueva protección a las grandes transnacionales y oligopolios, en una forma inédita para el funcionamiento concreto de los mercados.

Entremos a lo concreto. ¿Por que podemos hablar de crisis global, como se desarrolla, que conexiones existen entre paises y capitales?
Decía mi viejo y admirado maestro Alfonso Ortí, que lo concreto es lo completo. Debemos partir de que la formación del capitalismo global es una constatación y una tendencia. Pero no es algo terminado, en tanto que no tenemos un mercado mundial unificado. En su fase actual, se han formado grandes mercados regionales, que están permanentemente determinados por las políticas de las grandes potencias internacionales, sus alianzas y rivalidades, que han abierto un circuito supranacional muy favorable para el desarrollo de los negocios de las corporaciones transnacionales privadas, hasta el punto de que constituyen uno de los actores más influyentes. Estos mercados regionales, que abarcan continentes, han venido acompañados por grandes acuerdos comerciales, la formación de instituciones financieras internacionales. Incluso con la incipiente formación de “Estados supranacionales”, como la Unión Europea, que aunque se han plasmado mediante instituciones de base intergubernamental liderada por una serie de países como Alemania o, en segundo plano, Francia, también sería una respuesta a la necesidad histórica de que cualquier espacio mercantil ordenado exige la presencia de un Estado de algún tipo.
En mi opinión, seguir a Claudio Katz es una exigencia intelectual para entender está dinámica mundial, y me permito sugerir su reciente libro Bajo el imperio del Capital. Allí muestra como el fuerte liderazgo de EEUU está contrapesado con una serie de complicidades de todas las burguesias de las grandes potencias, en la que se forma una competencia intercapitalista desigual y una rivalidad mercantil persistente, que incluso conduce a conflictos militares locales. Lo que viene a indicar es que la burguesía mundial suele encontrar acuerdos, desiguales pero ciertos, y suele evitar para la nueva fase grandes conflagraciones como las dos grandes guerras mundiales, porque al final suele ponerse de acuerdo en garantizar las condiciones de dominio y explotación de las clases trabajadoras allá donde estén.

En Europa vivimos una etapa, ya prolongada, de estancamiento, ¿Cuales son las causas? ¿En que consiste la especificidad de la crisis europea? ¿Qué papel juega el euro en la crisis?
La Unión Europea es posiblemente la institucionalidad moderna más novedosa de la historia capitalista. Ha conseguido articular un suplemento estatal a los Estados Nación que permite gobernar pueblos de origen muy diverso bajo principios económicos tales y como son el libre movimiento de capitales, de mercancías, y, aunque sólo de manera muy selectiva y ventajosa para los empleadores, de la fuerza de trabajo.
El sistema euro entraña una innovación diseñado para el gobierno de un amplio mercado continental. Cuenta con un entramado legal y operativo que facilita la concertación política de las burguesías europeas, bajo el liderazgo alemán. Ha sobrepuesto una política monetaria, con un Banco Central con un diseño muy particular y favorable al sistema financiero privado, a toda la zona euro. Ha aplicado una divisa única que, con un presupuesto europeo de irrisorias dimensiones, empuja a una devaluación interna, salarial y fiscal, que facilita unas condiciones de cultivo muy favorables para las transnacionales privadas centroeuropeas, y que conduce a un desequilibrio permanente entre centro y periferia. Y ha conseguido extender las políticas de austeridad que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y todos los acuerdos de governanza económica posteriores a casi todos los países, con la ventaja de que, cuando les convenía, los países más fuertes no han tenido por qué cumplirlo.
En gran medida puede afirmarse, que el Sistema Euro es la forma histórico-institucional específica que el neoliberalismo de Estado y las políticas de financiarización han cobrado cuerpo en Europa occidental. Así, a los problemas estructurales del capitalismo se han añadido otros, específicos, para el continente, que tienen relación directa con esta forma incipiente de Estado supranacional intergubernamental y concertados de los Estados Nación europeos.

Has escrito mucho sobre la cuestión de la deuda, uno de los ejes de la política anticapitalista. Explicanos un poco el tema.
En varios artículos y en el libro “No debemos, no pagamos” señalamos su dinámica, pero también la experiencia griega nos aportó material de primera mano para comprender su desarrollo en lo concreto. Las políticas de financiarización, de crédito barato y regulación flexible del sistema bancario, empujaron a un crecimiento de la deuda privada. Las políticas de soporte del Estado para respaldar a la economía privada al borde de la bancarrota explican su ascenso. ¿Cómo?. En el plano de los ingresos la caída de la fiscalidad al capital y al patrimonio redujo la capacidad de recaudación de los sectores públicos, en el plano de los gastos los rescates bancarios, las generosas subvenciones a la industria privada o los costes del desempleo causados por las políticas de austeridad desencadenaron el ascenso de las deudas públicas, en un proceso de socialización de deudas privadas y su progresiva conversión en públicas.
En los últimos años, desde 2010 al menos, se han puesto en marcha mecanismos supranacionales para ampliar esta conversión a gran escala, como ha sido el desarrollo del Mecanismo Europeo de Estabilidad, encargado de aplicar también fuertes condicionalidades a países enteros mediante memorandos de entendimiento, imponiendo condiciones de dependencia financiera a muy largo plazo que, en la práctica, van a conducir políticas nacionales enteras, ya meramente protectorados, bajo el designio de los intereses financieros de la gran banca centroeuropea.
A este respecto, acabar con este círculo vicioso ha de formar parte de nuestras iniciativas políticas. Estos grandes acuerdos han de ser derogados, se han de emprender auditorías públicas, y establecer marcos de impago selectivo de toda la deuda ilegal, odiosa e insostenible generada.

En el Estado Español uno de los mayores problemas que tenemos es el paro. Desde la izquierda ha habido muchas propuestas para combatirlo: ¿Renta básica o trabajo garantizado?
Nosotros desarrollamos una propuesta aquí, que no opone ambas propuestas, pero que las lleva más allá. En este sentido, de lo que se trata es de democratizar el mundo del trabajo (algo que sólo tendrá un alcance significativo si se democratiza la toma de decisión de las inversiones).
La propuesta de trabajo garantizado ha de integrarse en una política de pleno empleo en condiciones estables, libres y para las personas en condiciones de trabajar. Para eso, convendría contar un organismo público que asumiese tareas de preselección de personal que reconozca el mérito, la experiencia y capacitación, garantizando que no es el empresariado quien se arroga la compentecia plena de la selección – y que es, junto con la amenaza del despido, una de sus ventajas fundamentales-.
En nuestra opinión, la evolución del empleo está fundamentalmente determinada por la inversión. Sin embargo, hay una medida dentro de las políticas de empleo que no sólo determina su calidad, sino también puede influir en la reducción del paro y el reparto del trabajo: la escala móvil de horas de trabajo, o lo que es lo mismo la reducción del tiempo de trabajo. Otro principio interesante es el del empleo estable y con derechos, pero la estabilidad en el empleo no tiene porque exigir trabajar siempre en la misma ocupación, para evitar las rigideces del modelo taylorista, y evitar las tendencias al corporativismo.  Ahora bien, Jorge Riechmann señala que para evitar que algunos trabajos desagradables, pero necesarios, se dejen de realizar y no se concentren siempre entre los más vulnerables, habría que, junto a la configuración de un derecho universal al empleo, acompañarle la obligación de que, por un limitado periodo de vida, y con la debida formación, estas ocupaciones (limpieza, atención a mayores, cuidado del entorno, determinados servicios colectivos…) se socializasen y todo el mundo cooperase en su desarrollo. La sociedad se cimenta en cómo define el trabajo, esto es, la relación con la naturaleza y su concepto de sociabilidad. Todo el mundo capaz de trabajar ha de contribuir a la sociedad, y en la medida de que las necesidades sociales y los derechos se cubran, podrá desarrollarse una actividad libre. Sin embargo, siguiendo el principio “de cada uno según su capacidad, para cada uno según su necesidad”, y contemplando que no todo el mundo puede trabajar por múltiples razones, temporales, parciales o permanentes, habría que establecer una renta que garantizase no sólo que nadie haya de trabajar de manera obligada sin los derechos que eso corresponde, sino también que nadie que no esté en condiciones de trabajar se quede sin los derechos y elementos de garantía material necesarios y específicos para una ciudadanía plena.

Sigue siendo fundamental para renovar la propuesta socialista la necesidad de abordar la cuestión de la propiedad privada. Cualquier proceso de democratización de la economía y de la política pasa necesariamente por abordar ese tema. ¿Que propuestas se han trabajado desde el anticapitalismo?
La clave, en términos modernos, es democratizar el plano de las inversiones. Eso supone que no sólo hay que cuestionar la propiedad privada de los medios de producción (admitiendo la propiedad de medios de consumo) sino también la toma de decisiones en el ámbito de las inversiones. El alcance y carácter de las inversiones determinan el rumbo de la producción y es el poder central que determina la capacidad de apropiarse de su fruto, cuando entra en combinación con el control y propiedad de los medios estratégicos. A este respecto, parece que sectores estratégicos como las finanzas, la energía, las telecomunicaciones o el sector alimentario, no pueden quedar en manos de una minoría privilegiada, porque no sólo podrán imponer precios de oligopolio, sino también doblegar Estados y amplios sectores de la población que quedan dependientes de bienes tan elementales. Estos sectores deben formar parte del ámbito público. Sector público que, bajo control democrático popular, debe cooperar con la economía comunitaria para desarrollar lo que sería las bases de un socialismo autogestionario.

¿Que nos podrías decir del programa económico de Podemos?

En nuestra opinión hay elementos muy interesantes, medidas moderadas y muchos temas pendientes. Hemos dado cuenta en varias contribuciones. Sin duda, plantea elementos necesarios como una reforma fiscal, o la restauración de los niveles de protección social, incluyendo impulsos a una inversión que contemple elementos para una transición ecológica y energética. Lo mejor que plantea es un notable avance con una reforma laboral con garantías a favor del mundo del trabajo, que iría más allá de una mera derogación de las últimas dos contrarreformas de PSOE y PP.
Sin embargo, son muy insuficientes sus propuestas para hacer frente a la Troika, los retos que plantea el Pacto de Estabilidad y Crecimiento o el Informe de los 5 presidentes, y su planteamiento de reestructuración de la deuda es tan inaceptable por los bancos como insuficiente para descargar a la economía española del lastre de su endeudamiento.

Por último, hemos visto en Grecia la agresividad y violencia de las instituciones del capital frente a cualquier gobierno que trata de plantear una mínima ruptura con las políticas de austeridad. ¿Que programa y que medidas debería poner en práctica un gobierno del cambio y cómo?

Aquí los debates más importantes son los que se abre con la discusión sobre los planes B. También hablamos en su momento de Grecia, epicentro de la crisis europea y sus alternativas. Hay diferentes propuestas que pueden polarizarse en dos: la de una solución paneuropea, propuesta por Varoufakis, y la salida del euro desde la izquierda, planteada por Lapavitsas.
A escala europea hay que señalar, que, por muy racional e inteligente que sea la propuesta de Varoufakis, se torna impracticable dado el carácter oligárquico e intergubernamental de la UE. No es posible una reforma de tal calado cuando se exige que 28 países tengan que firmarlo, y tampoco lo será mientras Alemania siga imponiendo su agenda, privilegiada por un entorno de reglas que favorece permanentemente a sus empresas exportadoras y su banca nacional, con la complicidad de otros países centroeuropeos.
Tampoco nos convence que la solución pase por tomar pasos en falso hacia una salida del euro en un sólo país.
En suma, no podemos ni esperar a que todos se pongan de acuerdo, ni tampoco admitir soluciones de refugio nacional. En resumidas cuentas, aunque el discurso público más legitimador es posiblemente el que ha suscitado Varoufakis, posiblemente tengamos que aplicar el de Lapavitsas. La cuestión es cómo gestionar el orden de las medidas en función de los tiempos políticos.
Todo comienza por impulsar gobiernos populares, con una fuerte movilización organizada detrás, que una vez en el gobierno se planteen desde el minuto uno, una agenda política decidida.
Habría que trabajar paralelamente en diferentes iniciativas. Pero todas comienzan con la desobediencia de varios tratados europeos. El incumplimiento del pacto fiscal europeo es fundamental, proseguir con un establecimiento de control de capitales para evitar cualquier fuga, y emprender una moratoria del pago de la deuda hasta que una auditoria ciudadana determinase las condiciones de su legitimidad, impago o devolución selectiva. Mientras tanto, habría que emprender un conjunto de alianzas con países, pueblos o regiones, favorables a algo así como la implementación de una cooperación reforzada. Las cooperaciones reforzadas son acuerdos entre países que avanzan en la integración entre países. Pero debemos recordar que este cauce no sería válido porque la UE impide que el contenido de estos acuerdos transgreda los principios rectores de sus tratados. La cooperación reforzada que nos referimos debiera desarrollar acuerdos de cooperación financiera, comercial y de inversión que incluso avanzase en formas de integración y armonización fiscal y de iniciativas públicas.
NI que decir tiene que, de lo que se trata, es de que las condiciones de la ruptura con el Sistema Euro (Michel Husson) se aborde en las mejores circunstancias. Una salida del euro no es por sí una garantía para la mejora, pues hay otros países como Noruega o el Reino Unido sin esa moneda aplicando políticas neoliberales igualmente. Ha habido varios países que han incumplido tratados europeos, especialmente Alemania y Francia, y no han recibido sanciones. Las decisiones de expulsión, con serias consecuencias, no serían inmediatas, menos aún para un país como España. En ese interregno, entre la desobediencia, la puesta en marcha de políticas alternativas, y la expulsión, cabría un tiempo político y material necesario para poner en pie una nueva autoridad monetaria que, idóneamente, convendría que fuese supranacional. Tanto si lo puede ser como si se establece a escala de un país, esta autoridad monetaria debe tener nuevas competencias de intervención bancaria, una política monetaria bien diferente, capacidad de prestar directamente al sector público, y poner en circulación dinero interno que garantice transacciones fundamentales, sin tener por qué desprenderse del euro como divisa de comercio internacional.
Ese dinero podría electrónico, y hacerse circular mediante el cobro de impuestos, pago a empleados públicos y de prestaciones sociales. Un nuevo sistema fiscal progresivo recaudaría euros en los sectores de actividad internacional que estaría conectado con la regulación bancaria y el control de movimientos de capitales, persiguiendo la evasión fiscal. La clave del proceso se encontraría en un plan de inversión socioecológico, creador de empleo, generador de desarrollo endógeno, en el marco de una transición energética hacia renovables.
Se trataría de expandir ese modelo más allá de un país, construyendo un nuevo área supranacional solidaria. Para ello, hay que estar preparados, contar una mejor teoría política, una propuesta de economía política, y organizar a la población y explicarle las dificultades que se pasarían en los primeros años tras tomar estas medidas emancipatorias.


[1] Realmente la Tasa de Beneficio es igual a p/(c+v) donde p es la plusvalía, c es la inversión en capital –maquinaria, edificios, materias primas, etc…- y v el coste de mano de obra. Dividiendo todo por v arrojaría el siguiente parámetro: (p/v)/(c/v +1)= Tasa de rentabilidad.

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