Inicio Actualidad Económica El 58,1% se opone al fin de la minería del carbón español

El 58,1% se opone al fin de la minería del carbón español

Hubo un tiempo, a finales de los 50, en que Asturias fue la comunidad autónoma más próspera de España. O al menos lo aparentaba en términos de PIB per cápita. De las entrañas de la tierra de Don Pelayo se extraían por toneladas ingentes cargamentos de oro negro que alimentaban la pujante industrialización española.

El carbón era la materia prima, subvencionada por el Estado, que sostenía el crecimiento de todo el país mediante el esfuerzo y el sacrificio de una región que pasó a depender prácticamente por completo de la perforación de su subsuelo. En algunos municipios no había familia que no tuviese a miembro alguno en la mina, y sus economías pasaron a subyugarse por completo al dinero que tras duras jornadas brotaba por los castilletes. Tal fue la fuerza de la hulla asturiana, que hoy el Principado está horadado por –que se sepa– más de 5.000 kilómetros de galerías subterráneas.

Un auténtico queso gruyer. Así se fue gestando una burbuja (no sólo en Asturias, también en las autonomías limítrofes y otras comarcas nacionales) que, tarde o temprano, terminaría estallando. Primero se deshinchó lentamente al albur de las subvenciones millonarias que llegaron desde Bruselas. Pero con la entrada del siglo XXI la cosa se agudizó, y en apenas dos décadas 50.000 puestos de trabajo se fueron al garete. El pasado 1 de enero, la extracción de carbón patrio llegó a su fin. Las últimas cifras dicen que el sector apenas supone el 0,007% del PIB nacional y que el 90% de la hulla que quemamos es importada.

Según la encuesta de NC Report para LA RAZÓN, casi 6 de cada 10 interpelados están en contra del cierre total de la industria y un porcentaje similar cree que la descarbonización no mejorará la calidad socioeconómica del país. Además un rotundo 76,8% afea a los políticos no haber desarrollado un plan adecuado para paliar este previsible final. Porque es cierto, hemos tenido mucho tiempo para frenar –o al menos minimizar– un declive cuyas consecuencias aún están por escribir. Y fracasamos. El sueño del oro vegetal se esfumó, pero seguimos con las manos teñidas de negro.