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El euro y la batalla de las ideas

La crisis del euro ha generado una casi interminable lista de libros. El viento se llevará a la inmensa mayoría de estas obras que o se dedican a repetir lugares comunes (sean estos de un lado o del otro del debate) o carecen de rigor analítico alguno. Es por ello motivo de celebración la reciente traducción al castellano de El euro y la batalla de las ideas, escrito por un fantástico y complementario equipo: Markus K. Brunnermeier, profesor de economía en Princeton, Harold James, profesor de historia también en Princeton, y‎ Jean-Pierre Landau, antiguo “mandarín” francés y decano de L’ecole d’affaire publique en Science Po. Aunque sufro de sesgo (Markus es un buen amigo y Harold compañero de aventura en un par de proyectos; a Jean-Pierre no tengo el placer de conocerle), en mi opinión, el libro es una de las mejores aportaciones a la discusión informada sobre los orígenes de la crisis, su evolución y las perspectivas de futuro de la unión monetaria y, como tal, se convertirá en una referencia obligada para los investigadores y estudiantes en años venideros. Disponer de una edición más asequible a muchos españoles puede revivir el debate sobre el futuro de Europa (aquí enumeré algunas de mis posiciones al respecto), empeño de importancia transcendental ante los cambios que se avecinan.

Markus, Harold y Jean-Pierre parten de una premisa que, no por obvia, no deja de ser fundamental: mientras que el comportamiento de los estados dentro de la unión monetaria viene determinado en buena medida por sus intereses materiales, los mismos son interpretados a través de las ideas, o, en un lenguaje que nos gusta a los economistas, a través de su “modelo del mundo” (en Alemán, que para esto es mucho más chulo, Weltanschauung). Es cierto que los agentes económicos, en este caso los estados, persiguen unos objetivos individuales y que normalmente estos objetivos dependen casi exclusivamente de los pagos propios. No podría ser de otra manera: ¿por qué no va a defender Angela Merkel los intereses de Alemania? ¿Acaso no la han puesto ahí sus votantes para ello? Y, si no lo hiciera, ¿no iba a responder el sistema político sustituyéndola por un canciller alternativo? Pero para defender esos objetivos, Merkel requiere de un “modelo”, de un entendimiento de cómo sus acciones se traducen en resultados, bien como consecuencias directas de tales acciones o como consecuencia indirecta una vez que otros agentes responden a las mismas.

Todos empleamos “modelos” del mundo: desde el modelo de cómo se relaciona una medicina con un resultado de salud cuando nos tomamos una aspirina para el dolor de cabeza (no, el que haya funcionado hasta ahora no garantiza que lo haga la próxima vez; este es el problema de inducción de David Hume) a cómo un incremento del gasto público se traduce en un cambio en el nivel de actividad económica cuando diseñamos el presupuesto de las administraciones públicas. Pero mientras en las ciencias naturales la posibilidad de que existan distintos “modelos” del mundo compitiendo entre ellos en la cabeza de los científicos es reducida (aunque no inexistente), en política económica el campo de divergencia es mucho más amplio. La disciplina de la economía, lejos de imponer demasiadas restricciones en las observaciones permisibles, impone demasiadas pocas. Y con las muestras muy pequeñas que tenemos y la alta densidad causal de los sistemas complejos como una economía agregada, muchos “modelos del mundo” pueden coexistir simultáneamente con verosimilitudes positivas. Las discusiones de política económica son, pues, tanto discusiones sobre la primacía de unos intereses sobre otros como discusiones sobre “modelos”.

Markus, Harold y Jean-Pierre argumentan que describir cuáles son los “modelos del mundo” de los actores de la crisis del euro es imprescindible para entender el comportamiento de los mismos. En concreto, los autores se centran en los dos principales jugadores, Alemania y Francia, una vez que, sobre todo después de la primavera de 2010, la comisión queda relegada a un papel secundario en la gestión de la crisis (el libro, de manera más rápida, también habla de otros países con sus peculiaridades). A riesgo de simplificar lo que no deja de ser un continuo de visiones (y a quien no le gusten las simplificaciones en las ciencias sociales: esta es mi respuesta), el libro presenta dos tipos “ideales” de visiones. La primera visión, que podemos llamar teutona, aunque es compartida por finlandeses, holandeses, austriacos y muchos otros enfatiza las reglas como manera de diseñar la política económica. La segunda visión, que por falta de un mejor nombre podemos llamar latina, resalta el papel de la flexibilidad en la respuesta a los shocks que sufren las economías. La visión latina diverge, a su vez, de una visión anglosajona también favorable a la flexibilidad (que, dada que ni el Reino Unido ni Estados Unidos jugaban un papel central en este debate sobre el euro, es menos importante) por su mayor énfasis en la actividad gubernamental incluso en tiempos normales sin crisis.

La visión teutona, preocupada por la arbitrariedad de los gobiernos, los problemas de riesgo moral e inconsistencia temporal, se centra en el diseño de reglas claras, concretas y rigurosas de política. Por ejemplo, los gobiernos deben de tener un presupuesto equilibrado en el ciclo económico. Tal visión admite que las reglas serán violadas a menudo como consecuencia de las presiones políticas (Alemania fue la primera en no respetar la estabilidad presupuestaria durante sus difíciles comienzos del siglo XXI) pero interpreta tales violaciones como prueba adicional de importancia de las reglas, no como ejemplo de hipocresía. Desde esta perspectiva, todos entendemos que es mejor no pasarse con el alcohol en las fiestas y que, dejándonos a nuestro albedrío, exageraremos en las copas. Es por ello que la mejor regla es ni ir a la fiesta. Cada ocasión en la que vamos a una fiesta y terminamos bebiendo en exceso, es una observación que refuerza nuestro “modelo del mundo”. Este punto, que Markus, Harold y Jean-Pierre no resaltan, es una perspectiva que se les escapa casi siempre a los que critican a aquellos que fallan en sus propias reglas de autodisciplina. Caer en la tentación refuerza la creencia que las tentaciones son malas, no la destruye.

La visión latina, en comparación, piensa que los estados deben de tener los medios para responder a las crisis inesperadas con flexibilidad y profundidad, que los problemas de riesgo moral e inconsistencia temporal están exagerados y que las reglas son más guías de acción que criterios inexorables. Esta visión ve, por tanto, la violación de las reglas como una muestra de su inutilidad.

Un ejemplo concreto aclara esta divergencia de opiniones. Ante una crisis financiera o presupuestaria, la visión teutona identifica casi siempre una crisis de solvencia. El gobierno o el banco afectado tiene un problema estructural que ha de solucionar antes de que ningún tipo de ayuda sea efectivo. Aunque tal reestructuración sea dolorosa en el corto plazo, los pagos en el medio y largo plazo compensan el sufrimiento inicial. La visión latina cree, en cambio, que la mayoría de las crisis son crisis de liquidez, que los mercados sufren de equilibrios múltiples y que la intervención estatal nos puede coordinar a todos en el equilibrio “correcto”.

Y, para demostrar mi razonamiento anterior de la posibilidad de que estos “modelos del mundo” tienen suficientes elementos en los datos para sobrevivir de manera conjunta, vayamos a la experiencia europea reciente. Un partidario de la visión teutona puede señalar el ejemplo de Irlanda o España. Ambos países, argumentaría este teutón, sufrieron una reestructuración dolorosa en el medio plazo, pero ahora crecen con vigor (Irlanda 5.1% en 2016, España 3.3%). A la vez, Grecia, diría este teutón, nunca reformó con honestidad y se encuentra atascada sin muchos visos de mejoría. Un partidario de la visión latina respondería que la solución de los problemas de Europa pasó por el “whatever it takes to preserve the euro” de Mario Draghi en Julio de 2012 y que el crecimiento de Irlanda o España tiene más que ver con la reducción de las restricciones financieras que trajeron las palabras de Draghi que con las reformas estructurales que, en todo caso, solo tienen efectos en el largo plazo y que los mismos se cuentan en décimas de crecimiento adicional, no en puntos. En este mundo, como decía antes, de alta densidad causal, ¿cómo va a cambiar de opinión un teutón? ¿O un latino? Dada esta divergencia de visiones, el euro puede encontrarse con un problema a largo plazo mucho más radical que el meramente derivado de una crisis financiera: una divergencia, casi Schmittiana, entre “amigos” y “enemigos”, al menos conceptualmente.

Markus, Harold y Jean-Pierre no atribuyen, sin embargo, estas distintas visiones a pretéritos tiempos y por tanto dejan abierta la puerta hacia una convergencia de políticas, quizás basada en un compromiso entre Berlín y París forjado por sus puntos de encuentro como la creación de un Fondo Monetaria Europeo y de un presupuesto común de importancia. Para los autores la visión teutona nace del miedo que los alemanes se tienen a ellos mismos, de recordar lo que ocurre cuando los gobiernos se desatan de reglas de conducta y se lanzan a la arbitrariedad. Es muy difícil convencer a un alemán que observa que le ocurre a su país entre 1914 y 1945, desastre tras desastre, en comparación con 1948-2017, éxito tras éxito, que las reglas no funcionan. Algunos libros recientes sobre el ordoliberalismo (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí) exploran esta experiencia en mayor detalle con desigual agudeza.

Y la visión francesa surge, irónicamente, de la misma experiencia pero desde el otro lado de la trinchera: de una Francia paralizada entre 1919 y 1936 por el patrón oro, derrotada en 1940 cuando contaba con una clara superioridad material sobre su enemigo por falta de capacidad de reacción y que crece aceleradamente entre 1945 y 1975 (Les Trente Glorieuses) gracias, desde esta perspectiva, a un gobierno activista que moviliza los recursos de su economía.

El famoso gráfico de Barry Eichengreen en The origins and nature of the Great Slump revisited hace casi imposible ser francés y tomarse el patrón oro -o las reglas monetarias más en general- muy en serio (los lineas en color representan el comportamiento de cada economía después de abandonar el patrón oro, en blanco y negro, antes de abandonarlo; ignoremos la referencia al New Deal en el supertítulo del gráfico, que ni viene a cuento ni es correcta). Francia es la única gran potencia que insiste en el patrón oro hasta 1936 y la única gran potencia que no experimenta recuperación alguna (en realidad tomarse el patrón oro en serio siendo de cualquier país del planeta es praesumptio iuris et de iure de incompetencia intelectual, pero eso es otra historia).

El euro y la batalla de las ideas desarrolla este argumento principal y lo complementa con muchas discusiones adicionales, como las del papel del FMI en la crisis, que resulta imprescindible leer. Aunque mi propia interpretación de la crisis del euro difiere de la de los autores en algunos aspectos claves -por ejemplo, Luis Garicano, Tano Santos y yo hemos enfatizado mucho más los conflictos internos generados por el euro dentro de cada estado de la unión que desde mi perspectiva Markus, Harold y Jean-Pierre minusvaloran (y, formalmente, el libro podría haberse beneficiado un pelín del uso más agresivo de la tijera), los autores han escrito una obra magnífica que espero sea leída por muchos.