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El yuan, ¿la moneda del futuro?

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha hecho públicos sus planes de promover el uso del yuan chino como moneda de pago en el comercio de Rusia con Asia, África y América. La noticia ha generado un gran revuelo debido a que se abre supuestamente la puerta a destronar al dólar como moneda internacional de reserva. Sin embargo, el anuncio puede que finalmente no acabe teniendo demasiada trascendencia.

De entrada, hay que tener en cuenta que utilizar una moneda como medio de pago no significa necesariamente que vaya a utilizarse como moneda de reserva. La moneda de pago simplemente es aquella que acepta el vendedor a cambio de un bien o servicio, pero esto no implica que vaya a mantener esa divisa dentro de su saldo de tesorería. Por ejemplo, si yo tuviera una tienda en España y un extranjero quisiera comprarme en libras esterlinas, podría aceptar cobrarle en libras e inmediatamente después cambiarlas a euros. Por tanto, que el yuan se convierta en una moneda de pago para el comercio entre algunos (o muchos) países no significa que esos países vayan a querer mantener tales yuanes en su cartera.

Para que el yuan se convirtiera en una moneda de reserva internacional –una en la que los diversos agentes económicos de los diversos países quisieran mantener en su cartera de inversiones–, China tendría que ejecutar reformas importantes en su mercado financiero, como levantar los actuales controles de capitales permitiendo que sus propios ciudadanos así como los extranjeros compren y vendan yuanes sin restricciones. Esto no parece probable en el corto o medio plazo, ya que supondría permitir que los extranjeros adquirieran cuantos activos chinos desearan.

No sólo eso, para que China pudiese suministrar una moneda internacional de reserva, sería necesario que el país estuviese dispuesto a incurrir en déficits exteriores (puesto que la única forma que tienen los extranjeros de incrementar sus reservas de yuanes es exportando a China más de lo que importan de ella), lo que a su vez limitaría la capacidad del Partido Comunista de China para planificar la economía (por ejemplo, si los ciudadanos chinos prefieren comprar automóviles fuera de China que en China, la industria del automóvil nacional se vería seriamente frenada).

En definitiva, aunque Putin y otros líderes políticos promuevan el comercio en yuanes, es improbable que el yuan se convierta en una moneda de reserva internacional relevante en el panorama financiero global mientras China no levante sus controles internos de capitales y acepte la posibilidad de tener que incurrir en déficit exteriores persistentes.