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Incentivos, Juegos Repetidos y Referéndums Vinculantes

vincuDe Pedro Rey Biel  (@pedroreybiel)

Ante la posible celebración de un «referéndum sobre la independencia de Cataluña» el 1 de octubre, el debate se ha centrado en las últimas semanas no tanto en si se realizará o no, donde las posturas, como todos sabemos, continúan diametralmente enfrentadas, sino en si dicho referéndum sería «vinculante» o no y, en general, sobre qué interpretación y consecuencias tendrían sus resultados. A nadie se nos escapa que la lectura de los mismos dependería claramente de las condiciones institucionales en que, lo que quiera que pase o no pase en octubre, ocurra. De hecho, el cese reciente de un conseller del gobierno catalán (y la crisis de gobierno posterior), la discusión interna dentro de Podemos, y la polémica respecto a la postura de Catalunya en Comú, se han relacionado con si el referéndum sería vinculante o no.

Sin ánimo de entrar en disputas ideológicas, que no corresponden a este foro, la discusión sobre si un referéndum vinculante induce comportamientos de los votantes distintos de si no lo es, me recuerda al  debate clásico entre quienes realizamos experimentos sociales sobre si debemos pagar a los sujetos experimentales en función de sus respuestas en nuestros experimentos. ¿Nos comportamos igual cuando realmente nos jugamos algo?  La idea en economía experimental, conocida como «valoración inducida» y proveniente del premio Nobel de Economía Vernon Smith, fue necesaria para que nuestros experimentos se tomaran en serio  entre los economistas académicos, puesto que la teoría económica tradicional no predice nada sobre cómo se comportarán los agentes económicos si sus decisiones no tienen consecuencias reales en sus pagos. Pongamos un ejemplo, imaginemos que dos científicos sociales quieren comparar cómo de generosas son dos sociedades. Para ello, y siendo consciente de que en el ejemplo estoy caricaturizando dos áreas complementarias y valiosas de investigación, el psicólogo podría preguntar en un cuestionario a los participantes de su experimento cómo de generosos se consideran y comparar las respuestas de los participantes de una sociedad u otra. Por contra, el economista, daría una cierta cantidad de dinero a la mitad de los participantes de cada sociedad y les diría que debían decidir cuánta de esa cantidad quedarse ellos, y cuanta dar a otro individuo con el que estarán emparejados de forma aleatoria. De esta forma, utilizando esta simple versión del juego del dictador del que tantas veces hemos hablado,  mediríamos la generosidad de las sociedades no por las auto-declaraciones de sus individuos, sino por la cantidad de incentivo a la que realmente están dispuestos a renunciar por otros. ¿Ofrecerían ambas metodologías similares resultados? ¿Cuál es la que correctamente identificaría el grado real de generosidad de los individuos?

El debate académico sobre en qué tipo de experimentos sociales el ofrecer incentivos contingentes o no tiene efectos sobre el objeto de estudio viene de largo y está lejos de cerrarse. Por ejemplo, Rachel Croson hizo ya un buena reflexión sobre las diferencias entre experimentos en Psicología y Economía aquí. No obstante, como hemos podido observar por la insistencia de los partidarios de la independencia por diferenciar el nuevo referéndum del «proceso participativo del 9N«, haciéndolo «vinculante», el que existan incentivos claros y concretos puede tener consecuencias importantes no sólo ya de caracter legal, sino también sobre quién decida participar, el sentido del voto de (una parte de) los participantes y finalmente, sobre las consecuencias y lecturas del resultado. Es importante remarcar que no digo que sólo en el caso de que el referéndum fuera vinculante existirían incentivos «claros y concretos». Sólo digo que los incentivos serían distintos si el referéndum fuera vinculante y que por tanto, el comportamiento de los individuos puede ser muy distinto en un caso u otro. Quienes decidieron participar (y quienes no) y mayoritariamente votaron a favor (a las dos preguntas) en la consulta del 9 de noviembre de 2014, lo hicieron sabiendo que su voto no implicaría la inmediata independencia de Cataluña, pero sí que dependiendo de la fuerza del resultado y de la participación, se podría presionar más o menos para conseguirla en un espacio más corto de tiempo.

Esta capacidad de poder utilizar el sentido del voto como un arma de negociación en un juego repetido provoca que la lectura de sus resultados resulte más compleja que el puro argumento «democrático», frecuentemente esgrimido: ante un problema como éste, lo «democrático es preguntar a la gente que es lo que quiere en una votación»  El resultado de un referéndum no vinculante no garantiza conocer las preferencias de la gente. La dificultad reside, como ya discutí en una entrada anterior, en que las preferencias sobre una cuestión tan compleja y los votos de un posible referéndum, se expresan en dos lenguajes diferentes, y la traducción de uno a otro no es inmediata. Quizá sea sencillo traducir a votos las preferencias del independentista convencido, que votaría «SI» en un referéndum sin importar mucho ni la pregunta, ni la condiciones institucionales en que se hiciera la consulta, pero ¿qué hacemos con los demás? El nacionalista catalán, no necesariamente independentista, podría votar una cosa u otra (o no votar) dependiendo de la pregunta, de que el referéndum fuera «legal», «unilateral» o incluso de que fuera vinculante o no, puesto que por ejemplo, votar»SI» sin consecuencias, podría ser una forma sin mucho coste de mejorar la posición negociadora del nacionalismo catalán en un futuro. De forma similar, es muy probable que el nacionalista unionista votara «NO» en un referéndum vinculante pero, en cualquier otro caso, parece que la forma de reforzar su posición negociadora es precisamente negar cualquier legitimidad al proceso de consulta negándose a participar (ya sea de forma sincera o estratégica) en él si no es vinculante.

Un referéndum unilateral, y por ello asociado con un alto grado de incertidumbre sobre cómo de «vinculante» realmente es, agrupa las preferencias sobre al menos dos temas distintos: 1) sobre la independencia o no 2) sobre si debe votarse la independencia o no. En realidad, se agregan en un único voto unas preferencias mucho más complejas, que incluyen también aspectos como quién debe tener derecho al voto, o los múltiples detalles sobre cómo realizar e interpretar el referéndum (la pregunta, el porcentaje de representatividad exigido, etc). Es esta amalgama de preferencias complejas en un único voto lo que puede llevar al comportamiento estratégico de los posibles votantes, provocando que, ante una nueva consulta no vinculante, no sólo el resultado no muestre las preferencias auténticas de los votantes, sino que, una vez más, exista una multiplicidad de interpretaciones posibles de cualquier resultado y tasa de participación que se obtenga, con lo que, lejos de conseguirse que el referéndum cierre de una vez la discusión sobre cuántos catalanes apoyan realmente la independencia, contribuya a perpetuarla. Por tanto, lo que ocurra el 1 de Octubre podrá cumplir muchas y muy diversas funciones para quienes están en posturas enfrentadas, pero difícilmente será el desenlace de un juego repetido de muchas etapas, que sigue escalando. Para lo que desde luego no nos va a ayudar es para saber qué proporción de la población está a favor de la independencia con todas sus consecuencias.

Pedro Rey Biel

Pedro Rey Biel

Doctor en Economía por University College London (2005). Actualmente es Investigador Ramón y Cajal del Departamento de Economía e Historia Económica de la Universitat Autònoma de Barcelona. Profesor afiliado de la Barcelona GSE y Research Fellow de MOVE. Sus campos de Investigación son: economía del comportamiento y economía experimental, diseño de instituciones, incentivos, Economía de la Salud.