Inicio Actualidad Económica La desigualdad cotiza al alza, pero no tanto como nos venden

La desigualdad cotiza al alza, pero no tanto como nos venden

Desde que la refundación del capitalismo irrupiese en la primera línea de la alta política, no son pocos los que han empezado a interesarse con cierta preocupación por las causas y las consecuencias últimas de esa desigualdad que siempre había sido ya un tema recurrente en nuestros análisis. Parte de esa preocupación viene auspiciada porque los occidentales asistimos atónitos a cómo nuestras socioeconomías están siendo dinamitadas desde dentro, motivo por el que resulta ya ineludible ponerse a intentar buscar una solución con muchas calles ya inflamadas.

Y como parte de la siempre constructiva contribución de estas líneas al debate, debemos matizar hoy que, efectivamente, y como venimos divulgando desde hace tiempo, hay una brecha de desigualdad abierta en nuestras socioeconomías, pero no es menos cierto que puede no ser tan abismal como algunos sectores intentan vendernos sesgadamente, tratando de echar así gasolina al fuego del emergente descontento popular y las llamaradas de sus algaradas callejeras.

Siempre hemos censurado la deriva reciente de la desigualdad, afirmando que es un factor de insostenibilidad socioeconómica

Ineludiblemente, debemos empezar este análisis haciendo una breve introducción a los que leen estas líneas por primera vez y desconocen algunos de nuestros enfoques. Y es que leyéndonos hoy se puede llegar a cometer el grave error que querer ver un sesgo ideológico pro-desigualdad en el título que les traemos hoy. Nada más lejos de la realidad. Los lectores más habituales son perfectamente conocedores de cómo desde aquí hemos divulgado largo y tendido, y desde mucho antes que las calles se hayan inflamado, por cierto, cuando aún estábamos a tiempo de evitar la lluvia de piedras (y el sufrimiento de los más desesperanzados).

Pero igualmente aquí estamos (muy) lejos de abogar por el letal y populista estilo del «tabla rasa y todos por igual», ya que acaba haciendo que nadie encuentre atractivo esforzarse por mejorar el sistema (ya que van a recibir exactamente el mismo trozo del pastel que los que aportan mucho menos). Eso no quita que hayamos analizado aquí desde hace años la creciente desigualdad, o que seamos siempre constructivamente auto-críticos para con nuestro sistema socioeconómico (y para con nosotros mismos), sin que ello sea obstáculo para que a la vez aboguemos por un sistema que también debe tener una necesaria dosis de meritocracia y de recompensa socioeconómica al qué más aporta al desarrollo del conjunto, lo cual igualmente hacen al sistema también sostenible en los plazos más largos. Esto es inevitablemente un delicado juego de equilibristas moviendo la pértiga siempre temblorosa en ambos extremos de la cuerda (floja).

Así, entrando ya de lleno en el tema de la desigualdad, desde aquí les hemos escrito por ejemplo acerca del factor de desigualdad más importante que nos marca a todos sin piedad desde nuestro mismo nacimiento, les hemos escrito también acerca de cómo el capitalismo necesita actualmente de una vital refundación, acerca de la franqueza con la que nos han reconocido el sistémico problema ex-dirigentes de primerísimo nivel una vez que dejaban su cargo, o por ejemplo de cómo la clase media ha sido la que ha pagado con sus languidecientes salarios la pesada carga de la última crisis, a pesar de la reciente revitalización salarial, que llega demasiado tarde como para poder corregir algo y de forma duradera el (des)balance igualitario.

Y finalmente les hemos escrito también de cómo todo esto se está traduciendo en una corriente socioeconómica emergente, donde muchas veces los valores democráticos que tanto les costó conquistar a nuestros padres empiezar a brillar por su ausencia, y sobre cómo además hay diversos poderes fácticos que están tratando de catalizar y aprovecharse de esta ola de descontento popular para sembrar las semillas de su futura conquista socioeconómica de nuestros países. Lo hacen diseminando por nuestras redes toneladas de engañosa e interesada propaganda, con un foco muy especial en ese aspecto económico que siempre fue uno de los puntos fuertes del capitalismo más popular frente a otros sistemas estrepitosamente fallidos. Y de todos aquellos polvos, esparcidos por el intencionado ventilador puesto en marcha por la dañina propaganda, tenemos estos lodos que están enfangando muchos países en revueltas populares de un calibre muy considerable.

La época del dinero barato no ha hecho sino acrecentar la brecha entre pobres y ricos

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Por si no teníamos poco con todo el dolor socioeconómico que trajo la Gran Recesión (que en España fue toda una depresión), que se cebó especialmente con la clase media y con las clases menos favorecidas, ahora va y resulta que vivimos desde hace años instalados en la balsámica época del dinero barato, o más bien, incluso regalado con esos tipos cero o negativos.

Según publicaban Yahoo Finance hace unas semanas, voces de la primera línea económica ya hablan abiertamente de cómo el dinero barato está dinamitando el sistema. Uno de los sinsentidos a los que apuntan algunas de estas voces es a cómo, por ejemplo, la relajación monetaria extrema ha insuflado dinero en las economías, pero tras el desastre de la gestión de los perfiles de riesgo de la burbuja subprime, el endurecimiento simultáneo de los criterios crediticios ha hecho que toda esa montaña colosal de dinero haya ido a parar a los que menos lo necesitaban, y que son los que precisamente ya mantenían un mejor perfil crediticio. Y paradójicamente, una de esas voces a las que Yahoo Finance le daba un altavoz es la de un multimillonario norteamericano como es Ray Dalio, que es el principal responsable de uno de los mayores Hedge Funds del mundo. No se podrá decir al menos que hable desde la ignorancia.

Dalio hablaba en su trasgresor artículo publicado en la red social Linkedin acerca de cómo la liquidez que lo inunda todo amenaza con hacer zozobrar el sitema. Apunta a que ese exceso de liquidez ávida de retornos, que no alcanzan para rentabilizar tanto capital insuflado en el sistema, hace que por ejemplo a las startups más prometedoras del mercado, aunque ya tengan más que cubiertas sus necesidades de capital, les tienten con dinero casi gratis que tratan de «meterles con embudo». De esta manera, muchas de esas empresas acaban tomando prestado (mucho) más de lo que necesitan, se embarcan capital mediante en planes de negocio sin mucho retorno, o en expansiones hechas con castillos en el aire, resultando todo ello en un terrible despropósito que está carcomiendo los fundamentos económicos del conjunto del sistema, contagiando la carcoma incluso a las empresas más prometedoras y con mejores fundamentales.

Igualmente, más allá del panorama empresarial, algo similar está igualmente ocurriendo a nivel personal. Hasta este punto, la lógica de la cautela prestamista es la que nunca se debió abandonar con la especulación subprime, pero una vez sobrevenido aquel terrible desastre, si se trataba de reactivar la economía como estandarte del capitalismo más popular, el tema era que las clases medias y humildes, con más propensión al gasto, pudiesen de alguna manera tomar dinero prestado (eso sí, sin volver a cometer los excesos crediticios del pasado), para así poder tirar del carro del consumo con toda la potencialidad. Desde aquí nunca nunca nunca abogaremos por que la via para sustentar el crecimiento socioeconómico en los plazos más largos sea inflarlo a base de créditos a los ciudadanos que puedan acabar siendo impagables (tampoco lo defendemos en las insostenibles finanzas públicas).

Pero el caso es que, más allá de la manera en la que los créditos acaban en manos de unos u otros, el hecho concluyente es que, sea mediante créditos, sea mediante retornos de inversiones, o como quiera que sea, el resultado final es que el sistema dispone de unos recursos, y estos recursos se están distribuyendo de una cierta manera que poco beneficia a las clases medias, esas que siempre les decimos que son la clave socioeconómica más sistémica, y que cada vez sienten más sensación de hartazgo. Es ese hartazgo el que les lleva a mirar con una cierta condescendencia, e incluso participación activa, en esas revueltas populares que están azotando el mundo por doquier. La clave de la sostenibilidad del sistema está en esas populosas clases medias, pero también reside en ellas la clave de la destrucción más sistémica: los extremos lo saben. Y Dalio ha llegado incluso a calificar la actual situación de «emergencia nacional» en EEUU.

Pero no todo es desigualdad cruda: también hay importantes factores de igualdad conseguida, y que no se reflejan en las estadísticas

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Pero hasta aquí la parte más auto-crítica de nuestro análisis de hoy. Ahora, ante el panorama surgido tan polarizado y politizado, hemos también de matizar algunos aspectos de la que a veces nos venden como una desigualdad digna de un cañón humeante. Hace unos días, la reputada publicación económica The Economist publicó un excelente compendio de la parte engañosa (que también la hay) de esa desigualdad con la que nos azotan, y que resultaría no ser tan extremadamente lacerante como quieren vendernos. El artículo de este enlace seguía a uno anterior de la misma publicación, que ya analizaba en detalle un nuevo estudio de investigación que venía a poner en duda varias de las premisas más clásicas que se utilizan para explotar la brecha de desigualdad. Y ya les adelanto que el parecer de este semanario coincide con el de estas líneas, y admiten que hay en el sistema una desigualdad a corregir (tal y como venimos advirtiendo desde hace años), pero que no es tal y como algunos medios y autores nos la venden para acabar de inflamar conciencias.

Uno de los datos reveladores a los que apunta este nuevo estudio es que, si se tienen en cuenta ciertos factores que hasta el momento se habían excluído de la ecuación, los nuevos datos resultantes apuntan a que el porcentaje que suponen en el conjunto los ingresos del 1% más rico de EEUU no habrían variado tan apenas desde los años 60 del siglo XX hasta hoy. Entre esos factores que han falseado diversas estadísticas está por ejemplo cómo hasta ahora no se había tenido en cuenta el peso de las devoluciones de la declaración de la renta, que aportan ingresos especialmente a las clases más humildes. Otro factor esencial que se ha pasado por alto hasta el momento es que no se tiene en cuenta la importante caída en las tasas de matrimonio entre las clases menos favorecidas, lo cual divide estadísticamente entre más hogares sus ingresos, aunque sigan siendo el mismo número de individuos. Es decir, puede ser que haya clases que sean todavía más humildes, pero es un efecto socioeconómico derivado de otros factores sociales que no coincidirían en este caso con que el 1% más rico les haya arrebatado directamente (al menos no tanto) su dinero.

Otro factor de la discordia es cómo varían sensiblemente en un amplio rango las estimaciones del crecimiento de la mediana de los salarios ajustada con la inflación desde los años 80. Tan sólo un breve inciso para recordar que la mediana es una medida estadística mucho más realista que la injusta media aritmética por la cual un multimillonario y un sin hogar figuran en la foto estadística como dos ciudadanos de clase acomodada. Sin embargo, la mediana aplicada al salario es el nivel que deja tanta población por encima como por debajo. Los medios más pasionales toman sin mayor matización el extremo de ese amplio rango en la mediada según les interesa, sin advertir a sus lectores sobre ciertos matices que se deben tener en cuenta para abrir la horquilla del espectro de resultados posibles. Así, se puede llegar a pasar de observar una caída del 8% a ver un incremento del 51%. Una «pequeña» diferencia que a algunos no les viene demasiado bien exponer con rigor. No obstante, otro tema muy distinto es lo acontecido desde la Gran Recesión, un periodo temporal que casualmente coincide con el auge de los populismos y con muchas calles en llamas.

Tampoco se han tenido en cuenta hasta el momento otros factores que han contribuido decisivamente a la mejora de los niveles de bienestar de la socioeconomía en su conjunto, incluyendo igualmente a las clases medias y humildes. Así, el factor tecnológico entra en escena, con un abaratamiento progresivo y sustancial de medios y herramientas que han mejorado (y mucho) los estándares de vida de todo individuo, poniendo a alcance incluso de los más humildes productos que antes sólo podian permitirse los más pudientes. Y vaya por delante el importante añadido de que algunos de esos productos, como son los smartphones, suponen un grado de progreso igualitario que ha llegado a todas las clases sociales.

Lo mismo ocurre con otros tantos procesos, productos y aspectos socioeconómicos, en los que los costes se han reducido drásticamente, haciéndolos accesibles a todos los estratos sociales. Eso también es una forma de igualdad, y además es esencial en la sociedad tecnológica, y lo será más en la sociedad técnica, en la que por ejemplo internet también aporta igualdad haciendo accesible la información y el conocimiento a todos los ciudadanos, lo cual redunda en igualdad de oportunidades.

El manual para encender la mecha del cóctel Molotov: hacernos creer que no tenemos nada que perder

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Así, con el convencimiento tan pasional de que la desigualdad de hoy en día es extrema y creciente en todos los flancos, poco espíritu crítico queda para poder poner en duda algunos matices de la misma, y se deja mucho margen para que la propaganda haga presa en nosotros. Porque claro, en esta hoguera de intereses y descontento popular, se nos ha juntado el «trio calavera»: el descontento popular más exaltado (que no injustificado), la desigualdad que existe y está sirviendo para acrecentar las brechas sociales y hacerlas auténticas simas insalvables, y la propaganda más pirómana que echa sin parar gasolina al fuego intentando hacernos creer con pasquines que no tenemos nada que perder, con el objetivo de conseguir que nos autodestruyamos y venir luego a tomar posesión política y/o militar del solar.

Algún día, los que sobrevivan para contarlo, se darán cuenta de todos los errores cometidos por cada parte, porque si bien se puede llegar a entender que el suceder de ciertos acontecimientos sea lógico desde el punto de vista de la simple lógica de la ecuación más matemática (y menos humana), eso no quiere decir que ciertas derivas (tanto de unos, como de otros) sean el camino correcto. Siempre siempre siempre hay una forma constructiva de resolver cualquier problema socioeconómico (por muy grave que sea), y un sistema democrático siempre alberga resquicios sistémicos para canalizar esa necesidad o voluntad de cambio. Construir reformando, y no demoler destruyendo, es la mejor forma de garantizarse que habrá un edificio bajo el que guarecerse, porque si no corre uno el riesgo de quedarse plantado en medio de un solar derruido.

Ahora bien, cuando se opta por reventar el sistema a base de TNT, que luego no se quejen de que el escenario socioeconómico final ha resultado ser todavía peor que el punto de partida. Este tipo de procesos convulsos se sabe siempre como empiezan, pero una vez prendida la mecha, es totalmente imposible saber cómo acaban. Y cuenten con que, si las cosas se ponen realmente feas, los agitadores políticos de primer nivel tomarán las de Villadiego, porque no hay frontera impermeable a un buen fajo de billetes, y nos dejarán aquí a los pobres de clase media y humilde matándonos unos a otros, y perdiendo también lo más valioso que tenemos. Porque lo que sí que les puedo asegurar con (casi) total certeza es que, al igual que el dinero lo ponen siempre los mismos, los muertos los ponen también siempre los mismos.

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