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Los doble grados: una idea fuera de control

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La reciente explosión de dobles (e incluso triples) grados en la universidad española es un síntoma más de los profundos problemas de nuestro sistema educativo y de las ineficiencias del mercado de trabajo nacional. Unos programas que deberían ocupar solo un nicho reducido (o no existir) se han extendido por toda la geografía nacional sin ton ni son.

Los dobles grados prolongan en exceso los años de estudio, llevan a una formación superficial y, al sustituir calidad por cantidad, distraen de los verdaderos retos de la educación universitaria para las próximas décadas y nos separan de los mejores sistemas internacionales de enseñanza de grado.

Tres aclaraciones previas

Empecemos con tres aclaraciones. La primera es que yo estudié una doble licenciatura (derecho y empresariales). Aunque no quedé satisfecho con mi experiencia, muchos años en otras universidades, dando clases y hablando con decanos, directores de departamento, profesores, etc., me han llevado a la conclusión que el problema de los dobles grados es más de raíz que de la pobre implementación que de los mismos se hacía en mi universidad. No creo estar sesgado, por ello, en mis apreciaciones y, en todo caso, dada mi situación personal, el que haya más o menos dobles grados en España no me afecta más lejos de mi deseo general de formar adecuadamente a las futuras generaciones.

La segunda aclaración es que voy a hablar de dobles grados (aquellos con cargas lectivas de 300, 360 o hasta 474 créditos ECTS), no a grados multidisciplinares que incluyan materias de diferentes campos pero que se mantienen en 240 créditos.

La tercera aclaración es que mi ataque a la proliferación de dobles grados no contradice mi presunción de preferencia por las decisiones libres de cada individuo o institución. Por ejemplo, he defendido en este blog que las universidades deberían de ser libres en determinar sus planes de estudio, sus procesos de selección y sus sistemas de reclutamiento de profesorado. ¿Por qué critico entonces estos dobles grados?

Primero, porque estar a favor de que una persona tenga la libertad de hacer algo no significa que yo no pueda criticar su elección. Libertad no implica carencia de debate. Si mañana un grupo de personas crea la Universidad Rey Pelayo y deciden ofrecer un cuádruple grado, yo seré el primero en 1) defender el derecho de los fundadores de la universidad de ofertar el cuádruple grado y de los estudiantes de apuntarse al mismo y 2) explicar porque me parece una mala idea.[1]

Segundo, y esto me permite entrar en el centro de la discusión. El sistema educativo y el mercado de trabajo sufren de unos problemas de información asimétrica, de incentivos institucionales, de subvenciones públicas cruzadas y de regulación que causan que el estado de las universidades y de los estudios que las mismas ofrecen estén muy alejados de unos criterios de optimalidad. Y, aunque tal falta de optimalidad no es condición suficiente para una regulación adicional (insisto, el mejor camino es más libertad, no menos), sí que es condición suficiente para pedirle a la sociedad civil española a que piense en mayor detalle a dónde vamos.

Información asimétrica y grados

La educación universitaria cumple, en una economía moderna, un doble papel. Primero, permite a los estudiantes acumular capital humano. Uno aprende economía, contabilidad, álgebra, historia medieval, farmacología o decenas de otras materias. Tales conocimientos tienen valor en ellos mismos y un valor para el mercado de trabajo. Segundo, la educación “señala” la calidad de un estudiante, que de otra manera es difícil de evaluar. Ir a una universidad con un proceso de selección riguroso y notas de corte altas, estudiar un grado “difícil”, sacar buenas notas, etc., son mecanismos de “señalar” a las empresas las habilidades cognitivas (inteligencia) y no cognitivas (autocontrol) que son complejas de medir en entrevistas de trabajo u otros mecanismos de contratación.

En España existe poca dispersión en la calidad (real o percibida) de las universidades. Los motivos son varios (reducida movilidad de estudiantes, limitaciones regulatorias, falta de tradición de excelencia, enseñanza de mala calidad, poca tradición de rankings externos) pero en esta entrada no hace falta elaborar en ellos. De igual manera, nuestro derecho laboral limita la capacidad de oferentes y demandantes de trabajo en buscar soluciones individuales a sus problemas concretos de búsqueda y emparejamiento.

Dadas estas circunstancias, existe un fuerte incentivo en ambos lados del mercado a entrar en una “guerra armamentística” de cantidad (que se puede controlar) y no de calidad (que no se puede cambiar fácilmente). Las empresas quieren contratar a estudiantes que sean trabajadores y capaces. Y como es complicado y costoso determinar, por las razones esbozadas anteriormente, si un estudiante de economía de universidad A es mejor que de la universidad B o si el estudiante X es mejor que Y, las empresas prefieren contratar a un estudiante con un doble grado en economía y derecho simplemente porque este ha tenido una nota de corte más alta y ha demostrado “más empuje” durante sus estudios. Dado que lo más probable es que haya aprendido poco o nada (ya he criticado en detalle los problemas, por ejemplo, de los planes de grado de economía), al menos le ha metido horas y sacrificio y es más probable que en la empresa también le meta horas y sacrificio. Y, los estudiantes más ambiciosos, que entienden la posición de la empresa, deciden añadir derecho a sus estudios además de economía, empujando la nota de corte para la admisión hacia arriba. Para las universidades satisfacer esta demanda de dobles grados es sencillo. La mayoría de ellos no son más que “pegar” derecho y administración de empresa o variaciones como economía, finanzas, etc. (grados todos ellos baratos de ofrecer, al no requerir laboratorios o prácticas clínicas), sin tener que pensar mucho en su estructura y sin afrontar el problema de raíz de cómo ofrecer una educación diferente para 2017. Los decanos pueden así presumir de “programas de excelencia” y atraer a buenos estudiantes sin abrir la caja de pandora de una verdadera reforma que, dada la estructura de gobernanza de la universidad española, es casi imposible. La consecuencia de estos incentivos de empresas, estudiantes y universidades es una explosión de estos programas, desde los más tradicionales de derecho con dirección de empresa a los más exóticos como este. Como siempre ocurre en los sistemas complejos, las consecuencias de los problemas de raíz son propiedades emergentes no diseñadas por nadie.[2]

Consecuencias negativas

¿Por qué este resultado es negativo? Por las tres razones apuntadas al comienzo de esta entrada. Primero, porque los dobles grados llevan a un número excesivo de años de estudio, con sus costes monetarios y de oportunidad. En vez de grados de tres o cuatro años, una duración sensata dada la experiencia internacional y la posibilidad de especialización en el postgrado, nos encontramos con muchos estudiantes empleando cinco o seis años antes de acceder al siguiente paso de sus vidas. Aquellos lectores que hayan estudiado un doble grado no deben preguntarse sí aprendieron más que en el grado simple, deberían preguntarse sí aprendieron más de lo que hubiesen podido aprender en un grado simple de calidad más un master, que es el verdadero coste de oportunidad (al menos potencialmente). Las “carreras armamentísticas” en cantidad llevan al derroche de recursos. Y aunque todos los sistemas universitarios sufren en mayor o menor medida de este derroche, el caso actual de España es particularmente serio y parece agravarse.

Segundo, porque al final el doble grado es una quimera. Aprender bien economía a nivel de grado requiere dedicación completa por cuatro años. Mi sospecha es que lo mismo ocurre con todos los demás grados. Si juntas derecho y economía, por mucho que lleves el programa a cinco o seis años y que el estudiante haga un esfuerzo extraordinario, nos vamos a encontrar con una formación a medio cocinar: ni vas a saber economía ni vas a saber derecho. Paradójicamente, en España, esto quizás sea menos costoso de lo que parece pues la educación en los grados individuales es mala, con lo cual tampoco se pierde mucho (en la mayoría de los sitios poca economía vas a aprender de todas maneras: los planes están mal diseñados, se siguen dando apuntes, los libros de texto son terribles,…). Pero si uno quisiera montar un programa de grado de excelencia de verdad en España, los dobles grados no tendrían cabido en el mismo.[3]

Y esto no es problema de los detalles de cómo se hacen las cosas en un sitio u otro, es un problema estructural derivado del hecho de que en un año académico un estudiante no puede trabajar en su grado más de unas 2000 horas. Este es un reto fundamental, por ejemplo, para la enseñanza de economía a nivel de grado en Oxford, un programa que por una serie de motivos conozco. Por un accidente histórico (básicamente, la aparición de economía como disciplina de estudios a principios del siglo XX que había que encajar en una universidad muy conservadora), en Oxford no se puede estudiar “economía”. El grado es en “Filosofía, Política y Economía” (PPE) (existen dos grados pequeños colaterales de “economía y dirección de empresas” y “economía e historia”; el primero de reciente creación). Aunque la idea de combinar política, filosofía y economía suena fenomenal, en la práctica el grado funciona mal y existe un deseo extendido en la universidad de reformar PPE. Intentar abarcar tres áreas tan amplias como filosofía, política y economía a un nivel que vaya más lejos del superficial es, tristemente, imposible y, en el caso concreto de economía, los estudiantes terminan sus estudios sin la formación precisa para ir a un master de economía de calidad (aunque, afortunadamente, como el programa es selectivo y los estudiantes son buenos, la mayoría se las apaña para suplir carencias o estudian un año adicional en un master de transición).[4]

Tercero, porque como ya he explicado, los dobles grados ofrecen a las universidades una excusa para presumir de algo de lo que en realidad carecen, satisfacer en falso la demanda de los estudiantes más lanzados que reclaman una mejor educación y eludir los cambios en estructura y contenido de la enseñanza que ya se retrasan en exceso. Esta distracción es muy nociva para el largo plazo de las universidades y causa una desconexión de nuestro sistema universitario con los de otros países avanzados.

Soluciones

¿Qué se puede hacer? Tristemente, veo pocas soluciones a corto plazo. La paradoja de la situación actual es que los futuros estudiantes se encuentran “atrapados”. Si un familiar me preguntase si él debería estudiar un doble grado mi respuesta quizás fuera afirmativa. Si la mayoría de los estudiantes trabajadores estudian un doble grado y las empresas prefieren contratar a dobles grados, a un estudiante individual le quedan pocos incentivos a estudiar un grado simple, por mucho que esta sea su opción favorita. Por supuesto, siempre se puede ir por libre, pero esto tiene unos riesgos indudables, por mucho que luego haya casos donde las cosas terminen cuadrando. De hecho, es lo que ocurre en el Reino Unido con PPE: como es el programa al que tradicionalmente han ido muchos de los mejores estudiantes, las nuevas generaciones se ven “forzadas” a hacer PPE, aunque prefiriesen otra cosa.

La primera posibilidad para romper este nefasto equilibrio es que alguna institución cree programas de grado de excelencia y bien diseñados (por ejemplo, con solo 4 asignaturas por semestre pero de contenido sustancial). Una manera de hacerlo es con grupos especiales (lo que en Estados Unidos se llama honors y que no obliga a cerrar los grados convencionales). Si estos grados comienzan a atraer a los mejores estudiantes y las empresas a contratarlos, la demanda por los dobles grados caerá. De hecho, muchos estudiantes de mayor nivel de renta ya están buscando esta solución mudándose a otros países a estudiar.[5]

La segunda posibilidad es introducir más flexibilidad para que las universidades decidan sus programas de estudio. En su origen los dobles grados cubrieron un hueco en nuestra formación educativa: gente que estuviese mejor preparada para el mundo de la empresa y sus necesidades específicas. La idea del doble grado era intentar ofrecer tal formación dentro las rigideces de nuestros planes de estudio centralizados acumulando derecho y empresariales. Si lo que queremos es tener programas que satisfagan las demandas del mercado de trabajo, démosles a las universidades la posibilidad de diseñar sus programas de estudio de manera mucho más flexibles. En mi departamento en Penn tenemos varios majors (un equivalente, salvando distancias importantes, a los grados españoles). Uno es en economía, para la gran mayoría de estudiantes que quieren una formación básica en nuestra disciplina antes de empezar a trabajar o ir a graduate o professional school (aquí, por ejemplo, derecho se estudia después de haber acabado la carrera). Otro es en mathematical economics, para aquellos estudiantes que quieren estudiar un doctorado. Es un programa más riguroso y con una carga lectiva más pesada. Pero la misma no se cubre con más años de estudio, sino con la reducción en optativas de otras disciplinas. Esto nos permite ofrecer un programa de estudio coherente y de gran éxito en el mercado académico en vez del “pegote”, por ejemplo, de doble grado de economía, matemáticas y estadística que ofrece la Universidad Complutense o este absolutamente horroroso que ofrece la Universidad Rey Juan Carlos I, que parece mal diseñado a propósito.[6]

Una tercera posibilidad es seguir el ejemplo de SciencesPo o Polytechnique, unos programas que funcionan francamente bien, con grados con un tramo común y tramos posteriores especializados. Por ejemplo, podríamos tener un grado con dos años comunes entre muchos campos y dos/tres años específicos. Estos grados con dos tramos permiten mayor flexibilidad a los estudiantes al retrasar la elección de materia principal de estudio hasta haberse familiarizado más con las mismas a nivel universitario, Mi impresión es que muchos estudiantes con buenas notas se apuntan a dobles grados porque no están seguros de sus preferencias (algo lógico, por otra parte: ¿quién sabe de verdad que es la economía moderna con 17 años, por mucho que haya tenido una introducción a la misma en el bachillerato?) y prefieren mantener diferentes opciones abiertas.

Una cuarta posibilidad, relacionada con las dos anteriores, es dar mucha más libertad a los estudiantes a decidir sus programas de estudio permitiendo carreras más especializadas e individualizadas. Como mencionaba al comienzo de la entrada, estoy en contra de doble grados, no de grados multidisciplinares que incluyan materias de diferentes campos (aunque estos también puedan sufrir de cierta superficialidad, su contenido variado puede ser lo que prefiera el alumno por distintas razones). La consecuencia última de este camino sería generalizar ideas como los grados abiertos, que ya empiezan a ofrecerse en España, aunque aún con limitaciones.

Una quinta posibilidad es incrementar la percepción de la diferencia de calidad entre distintas universidades, para con ello reducir la competición en cantidad e incrementarla en calidad. El Mundo tiene un ranking de grados pero solo clasifican 5 por materia y los criterios de selección (como el número de ejemplares en biblioteca) algunas veces dejan que desear. Pero el resultado, al menos en economía, coinciden a grandes trazos con mi percepción subjetiva (no creo que nadie dude que los mejores programas de grado en economía en España están en la UPF y en la Carlos III). La Fundación BBVA e IVIE tienen otro, pero mezcla a veces grados de manera un tanto extraña. El ranking de esta gente no tiene sentido alguno. Esperemos que tales esfuerzos se hagan más comunes y la gente se acostumbre a aceptar que, como no puede ser de otra manera, hay universidades de primera, de segunda y de tercera división y que distintos estudiantes tiene que ir a diferentes universidades.

Finalmente, y esta es la motivación para esta entrada, empezando a hablar de este tema. Yo me percaté del problema cuando el año pasado repasé los grados de economía en España mientras preparaba una serie de entradas sobre sus deficiencias. Lo que antes era una pequeña excepción en la universidad se ha extendido como el fuego. No es esta la dirección correcta. Las cosas no se pueden medir al peso: ni las tesis doctorales ni los programas de grado.

P.d. Varios amigos me han sugerido mejoras a un primer borrador de esta entrada. Además de mi agradecimiento, tengo que eximirles de responsabilidad por el resultado final.

1. Este argumento requiere una matización en el caso de que los estudios se realicen en una universidad pública. Incluso con la reciente subida de las matrículas, los estudios en una universidad pública están subvencionados por el presupuesto público. Por tanto, tenemos que preguntarnos si el que paguemos parcialmente por dobles grados con el dinero de todos es el mejor uso del mismo (por ejemplo, en comparación con mejorar los grados simples). Como esta cuestión abre la puerta a muchas otras discusiones acerca de cómo financiar la universidad pública que no son el objeto de esta entrada, voy a ignorar esta matización.

2. Este proceso de señalización es muy semejante al de las oposiciones a los altos cuerpos. El valor monetario de las mismas se deriva más de la señalización que crean que del valor añadido del contenido de las mismas. Oposiciones y dobles grados son síntomas de la misma enfermedad estructural. Igualmente, a menudo se escuchan quejas que en muchas empresas profesionales españolas (consultoras, bufetes, etc.) se sobrevaloran las horas de trabajo como señal de calidad, pero tales quejas son complejas de juzgar en ausencia de una evidencia más sistemática.

3. Los lectores más astutos podrían contestarme que necesito de una evaluación rigurosa de estas afirmaciones, mirando formalmente los resultados de estudiantes en unos programas y otros. Este lector tiene, en principio, toda la razón, pero esta evaluación sufre de dos retos. Uno, que es compleja de implementar (habría que tener un panel de muchos años). Segundo, que habría que controlar por la endogeneidad de selección de programas y de los “peer effects” causados por esa endogeneidad. Y dado que no tenemos esta evaluación, debo de basarme en mis observaciones parciales.

4. No deja de sorprender, por tanto, que justo en este momento se creen programas similares en la universidad española como este o este (aunque estos no sean dobles grados, sino grados multidisciplinares, pues su carga es de 240 créditos; este otro programa en cambio sí que es un demencial triple grado). Que nadie se lleve a engaño: si uno estudia uno de estos grados, no sabe prácticamente nada de economía (dejo que la gente de filosofía y políticas decidan si la formación es adecuada en sus disciplinas) y que su grado ponga “economía” es más una aspiración que una realidad (aunque para algunos estudiantes, esto sea todo lo que necesiten o quieran). Nosotros en Penn también tenemos un programa así y si por mí fuera lo cerrabamos mañana por la mañana: no vale para nada. Mi sospecha es que los incentivos en las facultades a ofrecer nuevos grados y con ellos crecer en personal es casi irresistible.

5. Como economista, tiendo a desconfiar de las soluciones de esquina. Quizás exista espacio para cierto número de dobles grados (sobre todo si se solapan mucho, como dirección de empresa y economía o en algunas ciencias naturales), pero mi sospecha es que el espacio óptimo de los mismos es mucho más reducido que el actual.

6. Una solución que me da más temor es alentar la creación de programas que combinen grados y masters (como ocurre a veces en Francia o en Estados Unidos) y que terminemos en una situación donde todos los estudiantes trabajadores se tengan que apuntar a estos programas por los mismos mecanismos que señalo en el texto principal.