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No es turismofobia, es lucha de clases

Blog de Econonuestra en Público.es

En las últimas semanas los medios de comunicación han creado el término de moda de este verano, turismofobia, para identificar el comportamiento de aquellas personas que han organizado diferentes protestas por la masiva afluencia de turistas a diferentes puntos del territorio español y por sus consecuencias. Dicho término no es meramente descriptivo sino que ostenta un sentido concreto, éste es, trasladar la culpa de la situación a las personas que han participado en las protestas y eximir de toda responsabilidad a cualquier otra parte involucrada (gobiernos de diferentes niveles, empresarios, etc.). Tal sentido específico es aportado por el sufijo “-fobia”, el cual significa: aversión exagerada ante algo o alguien. Así, se dota de normalidad a las consecuencias del turismo en el territorio y se localiza el problema únicamente en las personas que han reaccionado desmesuradamente ante él.

Además este término de moda se acompaña de la habitual retórica que resalta la riqueza creada por el sector, su importancia en el conjunto de la economía española, los empleos que genera, etc. En oposición a estos logros, los organizadores de las protestas y muchas otras personas identificamos al sector turístico con los bajos salarios, las largas jornadas de trabajo, el empleo estacional, el inmenso impacto medioambiental, y, más recientemente, con el brutal proceso de expulsión de los habitantes de los barrios céntricos de muchas ciudades para aumentar la oferta turística. Son estos elementos los que convierten a las clases populares en el colectivo perjudicado por este sobredimensionamiento turístico, fenómeno impulsado desde la entrada en la Unión Europea y el consecuente proceso de desindustrialización al que se vio abocada la economía española.

En la conversión del turismo en un sector de consumo de masas, tal y como ya lo eran los automóviles, electrodomésticos o televisores, influyó decisivamente el derecho que los trabajadores conquistaron de incluir en su salario y jornada laboral anual días pagados sin trabajar. Antes de tal conquista, sólo hacían turismo los más adinerados pero paulatinamente, desde hace menos de un siglo, la población trabajadora de los países más desarrollados consiguió acceder a vacaciones en lugares diferentes al de su residencia habitual. Otro aspecto peculiar del turismo es el espacial. La producción del sector turístico no puede encerrarse en una fábrica y ser apartada de las ciudades en polígonos industriales sino que tiene que estar insertada en aquellos lugares donde se sitúan los recursos turísticos. Debido a que muchos de ellos se concentran en los centros de las ciudades, el turismo masivo obliga a reorientar gran parte del espacio de vida de la población local al servicio de los turistas. En este sentido, la influencia del turismo en la vida diaria de los habitantes de zonas turísticas supone en muchos casos la invasión de los espacios de uso comunes y diarios, lo que se materializa en situaciones concretas como, por ejemplo, la imposibilidad de consumir una bebida al atardecer en terrazas de las céntricas plazas madrileñas porque las mesas están preparadas para las cenas, la expulsión de inquilinos en los barrios Gòtic o Poblé sec de Barcelona de sus residencias para convertir edificios enteros en apartamentos turísticos o que en lugares de Ibiza haya residentes que sólo pueden alquiler pisos durante 8 meses al año porque el resto están reservados para la temporada turística, etc.

Por todo ello, la interpretación del fenómeno turístico como un ámbito más de la lucha de clases es completamente acertada. En él se disputa no sólo el reparto de las ganancias del sector entre sus trabajadores precarios y los empresarios con mayor o menor prestigio sino también los lugares de vida de cientos de miles de personas que están siendo vendidos a la industria turística. Los continuos ataques, que se pueden leer en prensa o ver en televisión, a las acciones de las últimas semanas en Barcelona, Palma de Mallorca o San Sebastián se deben al miedo a que las calles y los barrios sean reapropiados por quienes los habitan ya que eso supondría la pérdida de la santísima riqueza a la que aluden para defender al turismo pero que después es apropiada por muy pocas manos. Por último a los que estiran dichas criticas aludiendo a la contradicción de quienes atacan a los turistas porque también ellos y ellas se van de vacaciones fuera de su barrio, me parece muy elocuente la cita de Marc Augé, en su libro El Viaje Imposible: “Viajar, sí, hay que viajar, habría que viajar, pero sobre todo no hacer turismo.”.

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Alfredo del Rio Casasola
Doctorando del Departamento de Economía Internacional y Desarrollo y miembro del colectivo econoNuestra.

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