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Noticias falsas y medios desenfocados

Nota del editor: Iniciamos hoy con Anxo Sánchez una miniserie de  dos entradas sobre medios de comunicación. No se pierdan tampoco la entrada de mañana martes de Gerard Llobet.

De Anxo Sánchez.

Llevamos ya algunos meses hablando de las noticias falsas (fake news) y de su influencia en los acontecimientos sociales. Se ha hablado de ellas en relación con la elección de Donald J. Trump como presidente de Estados Unidos, con la victoria del Brexit en el referéndum británico, o con los recientes acontecimientos en Catalunya, por poner unos pocos ejemplos. El propio Donald J. Trump ha sido pionero en utilizarlas para descalificar a los que le critican, y la costumbre se ha extendido entre los políticos, como nuestro ministro de Exteriores. Se habla de pueblos enteros dedicados al negocio de las noticias falsas y del poder de Rusia para difundirlas en redes sociales. No hace muchos días la ministra de Defensa insistió en el peligro de las noticias falsas y pidió tomar medidas para combatirlas, y medios como la BBC las consideran ya como uno de los principales problemas globales.

A mí, realmente, me parece un problema de primera magnitud (bueno, a mí y a mi colega de blog Gerard Llobet, y si no véase su post de mañana), y por eso me llamó la atención un artículo publicado en Columbia Journalism Review, una de las revistas más influyentes en el mundo del periodismo, titulado «No eches la culpa de las elecciones a las noticias falsas. Échasela a los medios» (Don’t blame the election on fake news. Blame it on the media). El artículo está escrito por el matemático aplicado metido a sociólogo que trabaja para MicrosoftDuncan J. Watts, junto con el economista David M. Rothschild, también en Microsoft, y adelanta resultados que van a presentar en este mes en una conferencia sobre los ecosistemas de la desinformación en Pennsylvania. Watts es realmente un tipo muy interesante, que ha hecho contribuciones más que relevantes a las ciencias sociales viniendo desde las ciencias duras, y que daría para más de un post por sí mismo, pero aquí sólo voy a recomendar un ejemplo: amigo lector, si no ha leído su libro «Everything is obvious once you know the answer« (Todo es obvio cuando sabes la respuesta) ya está tardando (desafortunadamente hay traducción portuguesa pero no española). Pero vamos a lo que vamos.

La tesis del artículo es que la influencia de las noticias falsas difundidas en redes sociales no es suficiente ni de lejos para explicar la victoria de Trump en las elecciones americanas y que los verdaderos culpables son los medios tradicionales y su manera de cubrir las elecciones. Comencemos por la primera parte: las noticias falsas no son suficientes para entender la victoria de Trump. Para poner el volumen de noticias falsas en contexto, dan algunos datos bastante interesantes: según BuzzFeed, las 20 noticias falsas con más éxito en Facebook atrajeron 8 711 000 reacciones (incluyendo compartir, «me gusta» y comentarios), que parece muchísimo hasta que pensamos en que Facebook tenía más de 1.500 millones de usuarios activos a finales de 2016. Suponiendo de manera muy conservadora que cada usuario solo tuvo una reacción al día durante los 100 días anteriores a la campaña a los que se refiere BuzzFeed, las 20 noticias falsas de mas éxito dan cuenta de un 0,006% de las acciones de los usuarios en ese tiempo. Por dar otro dato, en YouTube había unos 300.000 videos de noticias falsas de origen ruso, pero en el medio de los 5.000 millones de videos que se ven en esta red cada día. Los análisis de los economistas Hunt Allcott y Matthew Gentzkow (véase en relación con Gentzkow el post de Manuel Bagues cuando recibió la medalla Clark de la Asociación Americana de Economía por sus análisis de los medios de comunicación), publicados aquí, van en esta dirección y apuntan a que la influencia de las noticias falsas tendría que ser del orden de 30 veces mayor que la que encuentran para que realmente pudieran afectar a la elección de Trump.

Una vez establecido que la influencia de las noticias falsas no parece explicar la victoria de Trump, los autores se centran en analizar la cobertura de las elecciones por la prensa tradicional, concretamente por el New York Times. Utilizan sus propios análisis y apoyándose en otro estudio de un conjunto mayor de medios de un grupo de investigadores de Harvard y del MIT. Las conclusiones a las que llegan son bastante elocuentes: el New York Times se pasó los meses que precedieron a las elecciones hablando de las propias elecciones como competición o carrera y de escándalos, y prácticamente no cubrió nada de las políticas en juego. Para cuantificarlo, clasificaron las noticias de la campaña en tres grandes grupos: «miscelánea», que incluye la discusión de las posibilidades de victoria de los candidatos, conflictos dentro de los partidos, movilización de los distintos grupos demográficos, etc.; «escándalos», acciones o declaraciones controvertidas de los candidatos como los acosos sexuales de Trump o los famosos mails de Clinton, y por último «política», que trataban temas como la asistencia sanitaria, la inmigración, los impuestos, el aborto o la educación (o bien de manera genérica, que los autores llaman «no detail«). El porcentaje de noticias de primera plana dedicado a cada tema se recoge en la siguiente gráfica:

Como vemos, las noticias que discuten las cosas que realmente afectan a los ciudadanos son un porcentaje francamente pequeño del total. Por poner un ejemplo concreto, en seis días consecutivos el New York Times tuvo en primera página tantas noticias sobre los mails de Clinton como el total de noticias sobre políticas de los 69 días anteriores a las elecciones. Pero es peor que eso: de las cuatro noticias que el Times publicó sobre el «Obamacare» durante la campaña, todas se centraron en los problemas del sistema, dejando de lado lo que se había conseguido con él como la enorme extensión de la asistencia médica, contribuyendo de esta manera a un alto grado de desinformación entre la población. E insisto, este mismo tipo de resultados se encuentran en otros medios de gran alcance, como resulta de análisis como el antes mencionado o este otro de Harvard (o este, más antiguo pero igual de impactante, sobre la influencia de Fox News en las votaciones en Estados Unidos).

Watts y Rothschild no creen, pues, que el Times lo hiciera peor que otros, sino que este proceso fue un fallo a gran escala del periodismo tradicional que no estuvo enfocado en los temas que realmente deberían interesar al ciudadano. Así, dicen (la traducción es mía): «Si los votantes hubieran querido informarse sobre asistencia sanitaria, inmigración, impuestos y política económica, o cómo estos temas se hubieran visto afectados por la elección de uno u otro candidato, no hubieran aprendido mucho leyendo el Times. Lo que hubieran aprendido es que ambos candidatos estaban asedidados por escándalos: Hillary Clinton por su uso de un servidor de correo privado para asuntos públicos mientras fue secretaria de estado y por su posible conflicto de interés en la Fundación Clinton, y Trump por no revelar sus declaraciones de impuestos, sus turbios asuntos de negocios en el pasado, la universidad Trump, la Fundación Trump, acusaciones de acoso y abuso sexual, y numerosas declaraciones misóginas, racistas y en general ofensivas. También hubieran aprendido sobre quién iba por delante en la carrera electoral, quiénes podrían votar y quién no, y quién estaba feliz o infeliz con quién sobre qué. (…) Sin embargo, en vez de reconocer el posible impacto que este fallo colectivo pudo tener en el resultado de las elecciones, la comunidad de medios tradicionales se ha centrado en cambio en todo menos en ellos mismos: noticias falsas, hackers rusos, compañías tecnológicas, los medios de la derecha alternativa, incluso en el público americano».

Yo no sé usted, amigo lector, pero yo tengo exactamente la misma percepción sobre lo que ocurre en España. Es cierto que muchas personas no se informan por los medios tradicionales, pero también es cierto que los medios tradicionales tienen una gran capacidad de fijar la agenda, de decidir qué cosas son relevantes para el público y cuáles no. En mi opinión, noticias como que si Hernando ha hecho un comentario machista o que si Rufián ha llevado unas esposas al Congreso (pongo estos dos como ejemplo, pero casi puede uno comprometerse a sacar cada día noticias similares de los políticos más relevantes de cada casa) no sirven de absolutamente nada, y oscurecen el debate relevante, que es el de las políticas, así como el conocimiento de los hechos, que pasa desapercibido oculto entre el ruido como ocurre, por ejemplo, con la silenciosa captura de la justicia por el PP que le permite, llegado el caso, cambiar a los jueces que le van a juzgar a él. Está claro, a mi modo de ver, que hay muchas noticias falsas (y gente encomiable que se dedica a intentar desenmascararlas como maldita.es) y que esto es un problema que cobra cada vez más relevancia ayudado por la tecnología (aquí un ejemplo chorra, pero igual que se falsifica esto se falsifica cualquier otra cosa). Pero, dicho eso, los medios tradicionales (y aquí hablo de los privados; de los públicos habría para discutir muchas otras cosas, por ejemplo de las televisiones) han de asumir su responsabilidad con la sociedad (y si no le he convencido de esto, amigo lector, léase el post de Gerard de mañana) y, por supuesto, los ciudadanos hemos de exigírsela. Para ello, empecemos por ser críticos con la información sobre noticias falsas con la que nos bombardean últimamente, y «votemos con los pies»: dejemos de informarnos en medios que no hablan sobre lo que realmente nos afecta.

Anxo Sánchez

Anxo Sánchez es Doctor en Física Teórica y Matemática por la Universidad Complutense de Madrid y Catedrático de Matemática Aplicada en la Universidad Carlos III. Tras dedicar quince años a estudiar solitones, dispositivos semiconductores y crecimiento de materiales, en los últimos años sus áreas de investigación tienen que ver con las aplicaciones de herramientas físicas y matemáticas en campos que van desde la biología a la economía, casi siempre desde la perspectiva de los sistemas complejos.