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¿Qué es la economía feminista?

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Desde hace tiempo parece que existe un interés creciente en la economía feminista, o por lo menos el tema sale a la luz más frecuentemente que en el pasado en muchos círculos culturales y políticos.  Sin embargo, muy a menudo queda poco claro de qué se trata, o se discute de forma parcial o poco rigurosa. ¿Se trata de una alternativa al sistema económico predominante? ¿De una proposición radical en cuanto a la igualdad de género que además propone la superación del capitalismo? ¿O se refiere sobre todo a la eliminación del patriarcado? ¿Representa un feminismo liberal o un feminismo de izquierdas? ¿Hasta qué punto incorpora nuestras preocupaciones por las desigualdades sociales o por el medio ambiente?

¿Qué es pues la economía feminista? Primero, es importante mencionar que esta expresión empezó a utilizarse a principios de la década de 1990, aunque el análisis económico de diversas desigualdades de género surgió mucho antes y había tomado formas distintas, por ejemplo, en cuanto a las brechas salariales entre hombres y mujeres, un tema que ya se debatió en 1918 y de nuevo en 1936 en Inglaterra, y el debate sobre el trabajo doméstico en Europa durante la década de 1970. Por otra parte, para el marxismo ortodoxo la cuestión de la mujer se convirtió en un tema clásico desde un principio, y la economía neoclásica se ocupó de cuestiones relacionadas con la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, el capital humano y la división del trabajo doméstico desde la década de 1950.

Sin embargo, muchos de estos debates y aproximaciones a la cuestión de la mujer no eran muy feministas, en el sentido de centrarse en las desigualdades profundas contra las que el feminismo ha estado luchando. Por ejemplo, los modelos y estudios de la teoría neoclásica y del marxismo clásico no cuestionaban (y a menudo  siguen sin cuestionar) las normas patriarcales y relaciones de género que ponen a las mujeres en condiciones de subordinación y de opresión: formas patriarcales de dominación/subordinación como sistemas de propiedad y de herencia, tradiciones machistas de todo tipo, violencias contra las mujeres, techos de cristal, la misma división del trabajo y la concentración de las mujeres en la economía del cuidado, las desigualdades en educación y en prácticas profesionales, la segregación por género en el mercado laboral, etcétera.

La economía feminista acentuó sus críticas a medida que profundizó teórica y empíricamente en los orígenes y los efectos de las distintas desigualdades de género y su conexión con la economía. Los años ochenta supusieron la introducción del género como un concepto transversal en todas las disciplinas, incluyendo la economía. “El género está en todas partes” escribió la historiadora norteamericana Joan Scott, del mismo modo que la categoría clase está en todas partes.  La expresión economía feminista surgió de estos cambios y de la transversalidad de estos conceptos, para sugerir que toda la economía podía analizarse desde un punto de vista feminista. Fue a principios de los años noventa cuando se afianzó la expresión, especialmente con la creación de la International Association for Feminist Economics (IAFFE) en EEUU. Desde entonces, la economía feminista se ha extendido en todas direcciones, incluida España, donde su influencia se ha hecho notar en distintas direcciones y donde existe una asociación de economía feminista que organiza una reunión cada dos años.

Básicamente, la economía feminista ha ido expandiéndose por lo menos en torno a cinco áreas:

– Ha contribuido a la visibilización y denuncia de las desigualdades de género en sus múltiples aspectos socioeconómicos;

– Ha generado una fuerte crítica de la economía ortodoxa tan conectada con el capitalismo neoliberal.

– Ha contribuido a la construcción de una visión alternativa de la economía

– Ha trabajado muchas cuestiones de género conectadas con el desarrollo y la globalización

– Está participando en la urgente tarea de analizar y construir alternativas al sistema económico dominante desde el ecologismo.

Uno de los aspectos fundamentales de la visibilización y denuncia de las desigualdades de género se ha centrado en los muchos aspectos de la economía del cuidado, empezando por la división del trabajo que tradicionalmente ha concentrado a las mujeres en el trabajo doméstico, los cuidados y el trabajo no remunerado. Especialmente desde la década de los ochenta, la economía feminista ha hecho visible la subvaloración del trabajo de las mujeres en las estadísticas laborales, tanto refiriéndose al tiempo trabajado como a su valor monetario a nivel nacional (PIB) e internacional. Se ha conseguido mejorar la recolección de datos mundiales y hacer que una gran mayoría de gobiernos y otras instituciones como las Naciones Unidas incluyan estos objetivos en sus programas.

Numerosos estudios han ido mejorando el análisis del uso del tiempo para evaluar el reparto del trabajo y también del ocio entre mujeres y hombres. En España la economía feminista se tiende a ver muy centrada en la economía del cuidado y lasostenibilidad de la vida o la reproducción social, lo cual abre su conexión con múltiples desigualdades de género como las que prevalecen en el mercado de trabajo: problemas de conciliación entre la economía doméstica/cuidados y el trabajo remunerado, segregación ocupacional por género, políticas de promoción y otras prácticas laborales, etcétera.

El segundo aspecto importante de la economía feminista ha sido su cuestionamiento y crítica de la economía ortodoxa, por ejemplo, en el caso del concepto del hombre económico y la racionalidad económica, dos conceptos básicos sobre los que se ha construido la teoría económica tan ligada (ya desde Adam Smith) al funcionamiento del capitalismo. El supuesto del hombre económico asume que la conducta humana busca la maximización de la ganancia individual y la acumulación, ya sea la maximización de beneficios, rentas u otros tipos de remuneración, sin tener en cuenta otros objetivos como el deseo de prestar un servicio a la sociedad, la solidaridad, la armonía social, etcétera.

Al mismo tiempo, la teoría ortodoxa concede una importancia primordial al crecimiento económico y al aumento del consumo y la inversión sin considerar sus efectos, por ejemplo, sobre el medio ambiente y la sostenibilidad del planeta y de las generaciones futuras. Esto lleva al correspondiente consumismo y economismo, o la preponderancia de lo económico en la vida social y política como hemos visto desarrollado tan claramente durante el período neoliberal. Desde la economía feminista, otro aspecto básico es la necesidad de transcender el androcentrismo del hombre económico y su visión economicista de lo social y político.

Globalización y empleo

No es pues de extrañar que un tercer aspecto de la economía feminista sea la construcción de una visión alternativa de la economía, empezando por la pregunta sobre qué es la economía y cuál es su objetivo. Revisando los distintos escritos y debates que han aparecido, surge una primera aproximación a la respuesta en el sentido de que no se trata de la maximización de los beneficios del capital o de la ganancia individual o del crecimiento económico o del consumismo, sino de la construcción del bienestar social para todas las personas, o sea, del bien común.

Algunas autoras, por ejemplo, han elaborado el concepto de provisioning, que implica el objetivo de satisfacer las necesidades básicas como el fin fundamental de la economía. Se puede citar también una visión procedente de América Latina en la que la economía feminista adopta el concepto de origen indígena del buen vivir como un objetivo que implica el bienestar social de sus comunidades sin las desigualdades inherentes al capitalismo.

Todo ello hace surgir la pregunta típica en cuanto al modelo político-económico compatible con estos objetivos y en este sentido no puede decirse que la economía feminista haya desarrollado un modelo único. Quizás podemos afirmar que en España se asocia con posiciones de izquierdas y anticapitalistas, pero a nivel internacional el abanico es más amplio, aunque siempre dentro de una extensión que podríamos clasificar como generalmente progresista.

La globalización y la feminización del empleo y de la fuerza laboral a nivel mundial han abierto un campo importante para nuevos estudios y participación política. Por último, hemos de subrayar que la economía feminista está entrando progresivamente en el urgente trabajo relacionado con el ecologismo. El abuso y deterioro del medio ambiente, el cambio climático y los problemas creados por el consumismo y el despilfarro nos sugieren que la experiencia de las mujeres en el cuidado de las personas las hace especialmente sensibles a la importancia de prestar atención al cuidado de nuestro planeta cuyo deterioro es imparable bajo la economía actual.

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Lourdes Benería – Catedrática emérita de la Universidad de Cornell

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[Este artículo ha sido publicado en el número 57 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente conuna suscripción]

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