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Un año de bolsonaro

Bolsonaro no es un dirigente al uso. Al contrario. Le sobra aceleración y le falta sosiego. A veces se mete en problemas él solo por no madurar los temas, tomar decisiones viscerales y olvidar que, como presidente de Brasil, no debería enfangarse cada día en el barro de la política. Al margen de eso, su Gobierno no lo está haciendo económicamente tan mal como pregonan la izquierda bolivariana y sus altavoces mediáticos.

La economía va algo mejor. Con el megaliberal Paolo Guedes al frente, tras aumentar la edad de jubilación y reformar el sistema de pensiones, se ha implantado una baja tasa de tipos de interés que está ayudando al repunte del empleo (medio millón de puestos de trabajo nuevos, el mejor dato en cinco años), con buenas expectativas en materia de inversión en un ambicioso plan de privatizaciones que incluye la concesión de siete grandes autopistas, 22 nuevos aeropuertos, nueve puertos de gran capacidad y dos líneas ferroviarias nuevas, por un valor de 101 billones de reales.

Bolsonaro ha acertado con Guedes, igual que con la política de seguridad, que está permitiendo una menor tasa de crímenes y una reducción del 22% de los homicidios, gracias a una mayor vigilancia policial que se traduce también en menos robos y violaciones. Brasil sigue siendo un país peligroso, pero el esfuerzo en seguridad es evidente y se nota.

Ambos temas, economía y vigilancia, serán las claves de la gestión bolsonarista. Sus excesos verbales y falta de mesura, también influirán. Seguro.