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Una mirada al fracaso histórico de la educación

El tema de la importancia de la educación en el desarrollo económico ha sido abordado repetidamente en este blog, especialmente a la luz de los mediocres resultados que tradicionalmente cosecha el sistema educativo español (aquí, aquí, aquí o aquí). Una idea por lo demás nada nueva. Nuestros antepasados más ilustres ya lo repetían, sin quizás mucha suerte. Gaspar Melchor de Jovellanos, el conocido reformista ilustrado, resaltaba en 1804 que «las fuentes de la prosperidad social son muchas; pero todas nacen de un mismo origen, y este origen es la instrucción pública» (aquí).

Aunque algo se había avanzado desde los escritos de Jovellanos, el nivel educativo español a mediados del siglo XIX era un desastre: sólo un 18 por ciento de la población sabía leer y escribir y sólo alrededor del 36 por ciento de los niños iban a la escuela. Además, muchos maestros no tenían titulación y la mayoría de las escuelas no contaban con materiales ni instalaciones adecuadas. Como muestra el siguiente gráfico, los países más avanzados de Europa disfrutaban desde hacía tiempo de unos niveles educativos mucho más elevados, al menos si tenemos en cuenta el porcentaje de la población que sabía leer y escribir. Y si nivel cultural general era malo, el de las mujeres era pésimo: mientras el 30 por ciento de los hombres sabían leer y escribir en 1860, el porcentaje de las mujeres apenas superaba el 8 por ciento.

Fuente: Our World in Data y The Cambridge Economic History of Modern EuropeFuente: Our World in Data y The Cambridge Economic History of Modern Europe

Pero como ya sabemos de una entrada anterior (aquí), la situación de la educación en la España del siglo XIX escondía una amplia variación geográfica. El siguiente mapa, que muestra separadamente la alfabetización masculina y femenina en 1860 a nivel de partido judicial, confirma el desigual desempeño educativo regional. En el caso de los hombres, podemos encontrar partidos judiciales como Riaño en León donde el 64 por ciento de los hombres sabía leer y escribir y otros donde sólo lo hacían el 8 por ciento. En el caso de las mujeres, cuya media general era mucho más baja, los niveles regionales variaban entre el 40 y el 0.4 por ciento. En líneas generales, los distritos situados en la mitad norte peninsular, especialmente en Castilla-León y Cantabria, disfrutaban de tasas de alfabetización masculina elevadas. En el sudeste de la península predominaba en cambio el analfabetismo. Con algunas excepciones, el porcentaje de mujeres alfabetizadas era bajísimo (sólo Cádiz, Gijón y Madrid tenían cifras superiores al 30 por ciento), y siempre por debajo de los niveles masculinos.

Fuente: Censo de Población de 1860Fuente: Censo de Población de 1860

Entender mejor el por qué de la amplia variación geográfica en los resultados educativos de la España del siglo XIX contribuiría a entender las razones que explican la desventaja española en el contexto europeo. Esto es precisamente lo que estamos intentando hacer en uno de los proyectos en los que estoy trabajando junto con Alfonso Díez Minguela, Julio Martínez Galarraga y Daniel Tirado Fabregat (Rafael Barquín y sus coautores también están trabajando temas similares: aquí). Como se ve en los siguientes mapas, además de los niveles de alfabetización, también contamos con datos del porcentaje de niños y niñas que asistían a la escuela y del número de maestros y maestras existentes en cada partido judicial.

Schooling_teachers_1860

Aunque con matices, los niveles de escolarización y la oferta de maestros (en relación a la población activa) muestran una situación muy similar a la reflejada por la alfabetización, especialmente en el caso masculino. Así, la correlación entre la alfabetización masculina y el nivel de escolarización de los niños y la oferta de maestros es muy elevada (con coeficientes de correlación de 0.80 y 0.74 respectivamente). El desempeño educativo femenino sigue pautas menos claras: la correlación entre la alfabetización femenina y la escolarización de las niñas y el número de maestras es más bajo que en el caso masculino (0.47 y 0.32). De hecho, los coeficientes de correlación entre estas variables por sexo no son muy elevados: alfabetización (0.51), escolarización (0.67), número de docentes (-0.01), lo que indica que las causas que explican la educación de las mujeres no siempre coincidían con la de los hombres. El currículo de hecho tampoco era el mismo: aunque la situación fue mejorando poco a poco, las escuelas de niñas priorizaban la enseñanza de labores domésticas y valores religiosos sobre la lectura y la escritura.

Entender qué hay detrás del desigual desempeño regional no es sólo interesante de por sí, sino porque esta variación regional ha resultado muy persistente como nos mostraba Manuel Bagues con datos provinciales en este mismo blog. Un ejercicio similar usando datos a nivel de partido judicial confirma lo que ya sabíamos: el siguiente gráfico muestra que los niveles de alfabetización en 1860 y el nivel medio de estudios de la población adulta en 2001 están muy relacionados (la correlación es del 52 por ciento). Esta relación se mantiene casi intacta si repetimos el ejercicio pero controlando por la estructura productiva de cada distrito en 1860 (medida por la importancia de las manufacturas y de las profesiones liberales en la población activa). Teniendo en cuenta que han pasado casi 150 años, con todo lo que eso conlleva (incluida la masiva migración campo-ciudad), este resultado es desde luego digno de resaltar.

Fuente: Censo de Población (1860) e INE (2001)Fuente: Censo de Población (1860) e INE (2001)

De aquellos barros, estos lodos. Las raíces de la situación actual también hay que buscarlas por tanto en sus causas históricas. Aparte del vínculo obvio con el nivel de desarrollo, ya contamos aquí que una parte de la respuesta viene del lado de la desigualdad en el acceso a la tierra: en las regiones más desiguales, la concentración de la tierra en pocas manos limitó el acceso de la población a la educación. Aunque ahora mismo no podemos ofrecer otras explicaciones causales que complementen el papel de la desigualdad, el desempeño educativo era más elevado en las grandes ciudades o en sus proximidades (este disminuye a medida que nos alejamos de los núcleos urbanos importantes). La literatura también ha otorgado un papel fundamental a la desigual implantación regional de la Iglesia ya que muchas veces eran los párrocos locales los encargados de ejercer además como maestros.

En cualquier caso, más que proporcionar respuestas, esta entrada sólo pretendía describir la situación de atraso de la educación en la España del siglo XIX y su relación con los resultados actuales. La Ley Moyano, firmada en 1857, trató de dar solución a este problema. Esta ley, cuyo nombre hace referencia al ministro que la promulgó, establecía que la escolarización obligatoria sería obligatoria para los niños entre 9 y 12 años, una educación que sería gratuita para aquellos que no pudiesen pagarla. En una próxima entrada veremos con (muchos) datos si lo consiguió.

Francisco Beltrán Tapia

Francisco Beltrán Tapia

Doctor en Historia Económica por la Universidad de Oxford. Desde 2014, Fran trabaja como investigador postdoctoral en el Departamento de Economía de la Universidad de Cambridge. Su trabajo analiza temas relacionados con la desigualdad, la educación, la discriminación de género y la gestión de los recursos colectivos en la historia de España.