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Atrapados, por Clara Usón

Imaginemos que este verano al juez Llarena le da por reflexionar: advierte que lejos de desactivar (o «descabezar») el independentismo, sus procesamientos por el delito de rebelión y las prisiones preventivas dictadas no han hecho sino reforzar la causa independentista y darle un aliento nuevo, al tiempo que han transformado a un político mediocre, Carles Puigdemont, su archienemigo, en líder supremo; la justicia alemana, escocesa y belga han puesto en evidencia el endeble soporte jurídico de sus imputaciones, le han llevado a un proceder errático e injustificable con las euroórdenes y anticipan el varapalo futuro del TJEU a su instrucción y a sus pronunciamientos, con el consiguiente ridículo y desprestigio de la justicia española y el pago de considerables sanciones que, aunque no correrían de su cargo, sino del erario público (es decir, de todos los españoles), sería deseable evitar. En un platillo de la balanza, su orgullo, su vanidad, el conservadurismo a ultranza del tribunal al que pertenece; en el otro, el interés general y el de la justicia española que se ha comprometido a servir; el juez Llarena, por supuesto, no duda: rectifica, retira la  imputación por rebelión y libera a los presos catalanes.

Imaginemos -puestos a imaginar-, que Puigdemont y Torra también se entregan a la reflexión: comprenden que no puede seguir enredando a los catalanes con su imposible independencia unilateral, que estos merecen un Gobierno que gobierne -gobernar no consiste solo en subirse el sueldo, dar cargos a los amigos e inyectar dinero en TV-3- y que el interés de los catalanes es más importante que su eterna pugna con la Esquerra de Junqueras, sin renunciar a su ideal de una Catalunya pura y mística, en la que hasta las vacas canten el ‘Virolai’, se avienen a lidiar con la impura y mestiza Catalunya real.

Lo sé: es inimaginable; sostenella y no enmendalla es el lema de estos personajes quijotescos, atrapados en su ficción.