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Blas Piñar, in memoriam: «Tejero me dijo que podía marcharme a casa; mi deber sin embargo era continuar en mi sitio»

Blas Piñar, en el Congreso de los diputados, un día antes del 23-F

En homenaje a Blas Piñar López, fallecido en enero de 2014 y cuyos testimonios en AD fueron los únicos recogidos por un medio informativo español en los últimos años. Reproducimos la entrevista concedida al director de este medio por el fundador de Fuerza Nueva en 2013, con motivo de su experiencia la noche del 23 de febrero de 1981, cuyo 38 aniversario se conmemora mañana:

(A. Robles). Los turiferarios de costumbre insistieron con entusiasmo demencial en que asistíamos al triunfo de la democracia. Muchos quisieron hacernos creer que, con la llamada intentona golpista del 23-F de 1981, se consolidaba el sistema. O sea, que tras varios años de equívoca aplicación de las fórmulas parlamentarias, nos era dado en gozar, al fin, con la verdad democrática. La realidad a día de hoy está siendo muy distinta a lo que nos contaron. De haber tenido la población española los elementos de juicio de los que hoy dispone, no es descartable que las reacciones entonces hubieran sido otras.

Testigo excepcional de lo ocurrido en el Congreso el 23 de febrero fue el entonces diputado de Unión Nacional, Blas Piñar. Con él hemos conversado sobre este capítulo de nuestra historia partitocrática que, 32 años después, sigue generando interés y despertando crecientes dudas acerca de quiénes fueron sus inductores reales y cuáles sus objetivos verdaderos.

 -¿Cuándo conoció usted al teniente coronel Tejero? ¿Percibió usted algún indicio acerca del 23-F las semanas previas?

Por vez primera vi, y conocí al teniente coronel Tejero Molina, a la salida de un funeral. Alguien me lo presentó. En cuanto a los indicios acerca del 23 F., lo que puedo decirle es que mi esposa me llevó al Congreso de los Diputados. Tuve que entrar por la puerta posterior al edificio. No había nadie a la entrada. No sé si tengo o no olfato político, pero algo extraño flotaba en el ambiente. Pero no supuse ni imaginé lo que iba a suceder más tarde en el hemiciclo, a pesar de que personas destacadas del Régimen habían manifestado que era imprescindible, para enderezar la democracia, un golpe de timón.

-La propaganda oficial nos ha repetido incansablemente una versión que hoy casi nadie cree. ¿Se conocerá algún día la verdadera historia del 23-F y a sus verdaderos inductores?

Creo que un día se conocerá toda la verdad sobre  el 23 F. Hoy por hoy, lo veo no solo muy difícil, sino casi imposible, porque los que lo planearon y, por ello, la conocen, están sumamente interesados en que no se conozca. Solo un observador independiente, y al tanto de la situación del momento, puede en parte, acertar a descubrirla, y, con riesgo, sin duda, darla a conocer.

-Usted era diputado el día del llamado asalto al Congreso, ¿qué fue lo primero que pensó cuando vio irrumpir a los agentes de la Benemérita en el hemiciclo? ¿Sintió usted temor en algún momento?

Para mí fue una sorpresa la entrada de un grupo armado, y ello, sin ningún problema; es decir, sin que nadie, que por su oficio debía impedirlo, se opusiera. Pensé que se trataba de un grupo de etarras. Me tranquilicé, y alejé todo temor, al darme cuenta de que se trataba de guardias civiles. Cualquiera que fuera su objetivo, nada grave nos podía suceder. La verdad es que, sumamente preocupado, me encomendé a la Madre Maravillas. Llevaba la estampa de la santa en mi cartera. Puse mi abrigo doblado, sobre la espalda del escaño de delante al mío, y me eché a dormir, aunque dormí poco.

-¿Tuvo usted oportunidad de conversar con el teniente coronel Tejero durante esa larga noche?

Un guardia civil subió hasta mi escaño para decirme que el teniente coronel Tejero quería verme. Bajé hasta el lugar en que se encontraba. Estuvo serio, como es natural, pero cortés y amistoso. Me dijo, que si me parecía bien, podía marcharme a casa. Se lo agradecí muy de veras, pero le dije que mi deber no era otro que continuar en mi sitio. La conversación fue interrumpida por una llamada telefónica procedente de la Capitanía General de Valencia. Se le comunicaba que los tanques se estaban retirando de las calles. El teniente coronel, con una serenidad impresionante, me indicó que había impedido al general Armada que entrara en el hemiciclo para solicitar a los diputados que lo eligieran jefe del gobierno, y dar cuenta de los ministros que iba a nombrar. En la lista había nombres de personas destacadas de centro, de derecha y de izquierda -desde Alianza Popular al Partido Comunista-. Es decir, de los partidos políticos partidarios de la Transición y que coautorizaron el texto constitucional.

-¿Por quién o quiénes se sintió traicionado el teniente coronel?

No creo que se tratara de traiciones sino de interpolaciones de distintas tramas de golpe, que producen verdadera confusión. El propio Tejero, según se ha hecho público, se ha preguntado: “¿qué pasó el 23 F?”.

-La historia oficial nos relata el papel ejemplar de los diputados esa noche. Usted sin embargo fue un testigo excepcional de esas largas horas de tensión y expectación. ¿Actuaron con la entereza y la dignidad que nos han contado?

Creo que el comportamiento de los diputados fue correcto, aunque también es verdad que Tejero correspondió en la misma forma, especialmente atendiendo a los que padecían alguna enfermedad o necesitaban moverse de sus asientos.

-¿Nos puede relatar alguna anécdota vivida durante esas horas que no haya trascendido aún?

Hay varias, pero estimo que la más significativa es la siguiente: el diputado monárquico de UCD, Joaquín Satrústegui, se levantó y pidió la palabra, que Antonio Tejero le concedió… Satrústegui, con voz enérgica, dijo: “Hemos oído que el teniente general Milans del Bosch ha declarado el estado de guerra en Valencia. Pues bien, el teniente general Milans del Bosch no es solo monárquico, sino fidelísimo a Su Majestad. Ello hace imposible que el teniente general se haya alzado en armas contra el Rey”. Para mi es evidente que la intervención de Satrústegui fue extemporánea y, en cierto modo, clarificadora, puesto que si Milans del Bosch no podía sublevarse contra el Rey, y se había sublevado, ¿por qué se sublevó?, ¿por qué declaró el estado de sitio en Valencia? Y ¿qué se perseguía con el levantamiento militar?

-Se habla de aquel suceso como si se tratara de la mayor catástrofe de la partitocracia, aunque bien es cierto que ningún diputado sufrió un simple rasguño. ¿Los acontecimientos habrían sido los mismos si los «asaltantes» hubiesen pertenecido a la izquierda antiespañola?

La experiencia nos dice cómo se comporta la izquierda antiespañola, en casos, si no idénticos, de algún modo, similares.

-El militar de más alto rango que estuvo esa noche en el Congreso fue el siempre recordado Camilo Menéndez. ¿Qué recuerda de don Camilo en aquellas horas?

Camilo Menéndez, mi consuegro, era capitán de Navío, lo que equivale a coronel. Sé que con autorización y plena libertad de sus superiores pasó del Hotel Palace al Congreso, y del Congreso al Hotel, aunque ignoro el contenido de las conversaciones que pudo mantener. Lo que sí creo es que acudió al Congreso por razones de compañerismo. Si hubiera formado parte del “golpe”, por su graduación, se habría puesto al mando de los ocupantes.

-¿Sufrió usted y su partido las embestidas del sistema los meses posteriores al 23-F?

Más que embestidas. Para convencerse basta con visitar las hemerotecas. Se trató de forma reiterada de achacarnos la responsabilidad del golpe. Las autoridades de la época dirigían la operación. Tengo dos testigos: uno, que me reveló que, -estando detenido en la Dirección General de Seguridad- se le pidió, con ofrecimiento de recompensa, que declarase que yo era el promotor del “golpe”, y otro que, en una Comisaría, fue presionado con interrogatorios constantes, para que se manifestara en modo análogo.

Lo cierto es que nunca pudo demostrarse, y al fin se reconoció, que ni Fuerza Nueva ni yo teníamos nada que ver con lo acontecido. Ello no quiere decir que me sumase a las declaraciones del Grupo Mixto, al que yo pertenecía, (similar a la de otros grupos parlamentarios) en el sentido que el lector puede figurarse. Yo no lo firmé, y conseguí que mis compañeros –alguno plenamente adversario –hicieran constar que el escrito se había aprobado por mayoría, (y no por unanimidad.) Tomé esta decisión porque aquel inmenso desbarajuste exigía aclaraciones fundamentales, que en ese momento no podía lograr.

-¿Qué sintió usted al ver el espectáculo truculento de algunos diputados que pasaron de ser franquistas de nunca a demócratas de siempre?

Sentí lo que se siente ante la infidelidad. Apena, sobre todo, cuando esa infidelidad olvida tremendos sacrificios, y contribuye a la ruina moral y económica de una nación como España.

-¿De qué manera el 23-F sirvió a los objetivos de los enemigos de España para desmantelar los restos del Estado nacional católico?

Evidentemente. El enemigo que trabaja a través de causas seguidas, presentó el golpe –colaborando los agentes de la infidelidad- como una intentona “fascista” o de la “ultraderecha”. Si ello hubiese sido así, no  se comprende que no se contase para el “golpe”, con quienes eran denominados despectivamente como tales, y que ninguno de ellos figurase en la lista del gobierno que iba  a proponer Armada. Por noticia fidedigna sé que el “golpe”, con exclusión de apoyo político de ese signo “reaccionario”, tuvo un carácter exclusivamente militar. La desviación del plan, por las interferencias que sufrió, hizo inevitable y exigible que se centrara la atención oficialista sobre lo que se llamó “golpe de Estado” cuando lo proyectado era un golpe democrático de timón, para salvar a la  Monarquía parlamentaria. Había que poner en escena, -y hasta la saciedad- la vejación del Congreso, y el espectáculo impactable que llevó consigo, intentando con ello crear un clima de repulsa, respaldado por una manifestación de condena, que todos sabemos o podemos saber quiénes la encabezaban y a que grupos políticos representaban.

La realidad es que ante el pueblo español, el proyectado “golpe democrático de timón”, que no tuvo éxito, fue presentado como un ataque al régimen, que era necesario defender y mantener a toda costa. Sus dos principales objetivos se consiguieron, a saber: la desaparición del Ejército de la Victoria, la descalificación de las “Fuerzas Nacionales”, y de “Fuerza Nueva”, en concreto, que nada tuvo que ver con el “golpe”, pero que fue desplazada del Parlamento en las elecciones de 28 de octubre de 1982.