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Buscando a Bronston – La Gaceta de la Iberosfera

«Una lengua de progreso y emprendimiento», en referencia al idioma español, y el deseo de convertir a «España en el Hollywood de Europa», son los titulares más sonoros que Pedro Sánchez ha dejado, junto a las críticas a oceánica distancia a la oposición, en el curso de su gira comercial por los Estados Unidos. Consciente de que en el país de las barras y las estrellas hay más de 44 millones de hispanohablantes, número que, previsiblemente, crecerá en los próximos años, el antiguo alumno del Ramiro de Maeztu no pudo menos que escenificar una  particular defensa de la hispanidad, encareciendo las potencialidades de la lengua española que mantiene su impronta en la toponimia -Los Ángeles- sobre la que se ha movido un Sánchez que, lógicamente, ha ocultado la realidad de que en la nación que gobierna, su partido es cómplice, cuando no impulsor, de la erradicación de la lengua de Cervantes de la vida oficial. 

Pedro Sánchez parece reclamar la llegada de un nuevo Samuel Bronston capaz de revitalizar una de las industrias que más ha apoyado la causa izquierdista durante las últimas décadas

A pesar de la usofobia que exhiben algunos de sus principales socios, Sánchez sigue buscando con denuedo -recordemos aquel fugaz paseíllo- una imagen junto al emperador Biden, contrafigura de un Trump convertido en símbolo de la derecha airada y extrema. Parafraseando a Machado -Antonio, no Manuel-, parece inevitable que uno de los dos presidentes hiele el partitocrático corazón español. Más allá de tan publicitarias identificaciones, pues el imperio norteamericano no puede escorar bruscamente su estrategia dependiendo de quién ocupe la Casa Blanca, llama poderosamente la atención un anhelo, el cinematográfico de Sánchez, que hace inevitable su conexión con el tiempo que sirve de obsesiva referencia para gran parte del espectro político y sociológico español: el franquismo.

Según se desprende de sus declaraciones, Pedro Sánchez parece reclamar la llegada de un nuevo Samuel Bronston capaz de revitalizar una de las industrias que más ha apoyado la causa izquierdista durante las últimas décadas. Al cabo, a nadie le es ajeno el hecho de que los despectivamente llamados «titiriteros» han contribuido decisivamente tanto a establecer una particular visión sobre el pasado, coincidente con la recogida en la recientemente aprobada Ley de Memoria Democrática, como a imponer una serie de cánones de lo política, sexual y ambientalmente correcto tan rigurosos, que aquel que se aparte de ellos es expelido de una industria que goza de jugosas subvenciones. Hasta tal punto alcanza el sectarismo de este sector, que produce efectos tan disparatados como las manifestaciones de Alba Flores en las que afirmaba que su abuela, «de haber tenido conciencia política habría tenido que exiliarse», palabras que precedieron a una suerte de disculpa por las habituales actuaciones de La Faraona ante el general gallego contra el que combaten ardorosamente, casi medio siglo después de su muerte, muchas de las gentes del celuloide.

Los guiños de Sánchez a la industria audiovisual norteamericana llegan sesenta años después de que en España se estrenara El Cid, película producida por Samuel Bronston, dirigida por Anthony Mann y asesorada históricamente por don Ramón Menéndez Pidal, con Charlton Heston y Sofía Loren como protagonistas. El filme llegó a las pantallas después del apoyo dado por los Estados Unidos para la entrada de España en la ONU y de la visita que el 21 de diciembre de 1959 realizó Eisenhower a la base de Torrejón de Ardoz, en la cual dio un abrazo a Franco que para sí querría el actual presidente español, trocando al general presidente norteamericano por el demócrata Biden.

Cabe preguntarse acerca de qué materiales históricos pueden ser útiles a las actuales estrategias del imperio del dólar y qué papel podría jugar en ellas un Sánchez comparado en los Estados Unidos con Supermán

Como toda producción de índole histórica, El Cid de principios de los 60 no se limitó a reconstruir ingenuamente las hazañas del protagonista de uno de los cantares más célebres del medievo. El cantar, que ya distorsionó al Cid histórico, dio cuerpo a una película de enorme carga alegórica, que sirvió tanto a los intereses norteamericanos como a los españoles de aquel tiempo. Los sarracenos, amenaza de la civilización occidental en su momento, podían ser interpretados a mediados del siglo XX como una suerte de precedente bárbaro de los soviéticos, visión compatible con la que el Caudillo incluyó en su discurso pronunciado el 24 de julio de 1955, durante la inauguración del Monumento al Cid Campeador erigido en Burgos. De algún modo, Franco se identificaba con el guerrero de Vivar, tal y como se desprende de sus palabras:

«El Cid es el espíritu de España. Suele ser en la estrechez y no en la opulencia cuando surgen estas grandes figuras. Las riquezas envilecen y desnaturalizan, lo mismo a los hombres que a los pueblos. Ya lo vislumbraba nuestro genial escritor y glorioso manco en su historia inmortal, en la pugna ideológica del Caballero Andante y del escudero Sancho. Lanzada una nación por la pendiente del egoísmo y la comodidad, forzosamente tenía que caer en el envilecimiento. Así pudo llegarse a esa monstruosidad que hace unos momentos se evocaba de alardear de cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid. ¡El gran miedo a que el Cid saliera de su tumba y encarnase en las nuevas generaciones! ¡Que surgiera de nuevo el pueblo recio y viril de Santa Gadea y no el dócil de los trepadores cortesanos y negociantes! Este ha sido el gran servicio de nuestra Cruzada, la virtud de nuestro Movimiento: el haber despertado en las nuevas generaciones la conciencia de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podemos ser». 

En un contexto diferente a comentado, de salir adelante la conversión de «España en el Hollywood de Europa», cabe preguntarse acerca de qué materiales históricos pueden ser útiles a las actuales estrategias del imperio del dólar y qué papel podría jugar en ellas un Sánchez comparado en los Estados Unidos con Supermán.