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Camila Acosta: entre la seducción y la amenaza

Camila Acosta (Foto: Facebook/Camila Acosta)

LA HABANA, Cuba. – Cuando Camila Acosta salió de Isla de Pinos, la ínsula no tenía ya ese apelativo. Cuando ella hizo aquel breve trayecto de mar para venir a La Habana, hacía unos cuántos años que, por algún capricho, el nombre no hacía pensar ya en bosques empinados. Cuando ella embarcó en Gerona para bajarse en La Habana, los japoneses no estaban ya interesados en abandonar la tierra del sol naciente, y mucho menos en hacer un viaje largo para establecerse en Nueva Gerona. Cuando Camila vino a la isla más grande, un capricho había cambiado el apelativo que distinguía a esa isla.

Camila vino a La Habana para estudiar en la Lenin, esa escuela a la que, también caprichosamente, llamaban vocacional, porque, al menos en apariencia, era mejor que las demás, y también porque la vocaciones de esos estudiantes que ganaban matrículas gracias a sus excelentes calificaciones, estaban mejor definidas y sus futuros profesionales resultaban “prometedores”. Camila vino a La Habana, a la Lenin, para hacer el bachillerato, y luego ingresó -también en esta ciudad- en la Facultad de Comunicación. Y hace unos pocos años se graduó y comenzó a trabajar en el Sistema Informativo de la Televisión, exactamente en el Canal Habana, pero no duró mucho su membresía en aquel equipo televisivo.

Sus inquietudes, sus deseos de hacer un periodismo comprometido con la verdad, la convirtieron muy pronto en periodista independiente, en una disidente, en una excluible del periodismo “revolucionario” e incluso en una exclusa, en una rechazada. Su apego a la verdad, su inclinación a la justicia la convirtió en una apestada, aunque debió ir muchas veces, en su época de estudiante pinera, a ese presidio modelo en el que cumplieron breves sanciones los asaltantes al cuartel Moncada…, puedo suponer a la niña desandando aquella mole en la que estuvieron encerrados Pablo de la Torriente Brau, y Fidel Castro.

La pionera pinera pudo quedar embelesada con las explicaciones de los maestros que explicaban el “encierro cruel” de Fidel Castro después de dirigir un asalto armado al Cuartel santiaguero. Ella debió mirar la espaciosa sala en la que descansara el jefe del asalto, y también el patio en el que se erguía un cesto por donde Fidel Castro hacía pasar su balón. Ella pudo imaginar el dribleo y también los saltos, la euforia después del encesto, y quién puede dudar que también intuyó los olores de las comidas que engullía el preso.

Quizá Camila, guiada por sus maestros, imaginó a Fidel leyendo, a Fidel saliendo del presidio y exhibiendo una sonrisa; y es posible que también atribuyera ese retozo de las comisuras labiales del jefe del asalto a la alegría que acompaña siempre a la libertad…, y Camila estudió luego periodismo, y la “enseñaron a comunicar”, y ella aprendió, pero prefirió hacerlo a su manera, porque en medio de su empeño entendió que solo la habían adiestrado para que hiciera alabanzas. Camila descubrió que durante cinco años la entrenaron para hacer loas a algo a lo que antes habían dado el nombre de revolución.

Y Camila “torció” el camino, Camila se apegó a la verdad, esa verdad que no podía ser descubierta en un canal de televisión regido por ese gobierno que la estuvo entrenando durante cinco años. Ella dijo adiós al Canal Habana, al discurso oficial y laudatorio, ella se decidió por los “medios independientes”,  cuando descubrió que no la dejaban transitar el camino de la verdad. Y ella comenzó a hacer periodismo de verdad.

Camila escribió en “OnCuba” y más tarde en “El Toque”, pero luego se decidió por CubaNet, uno de los sitios más satanizados del periodismo independiente, con una nómina que al poder se le antoja execrable y a la que dedica con frecuencia sus ofensas, los peores vilipendios. Los comunistas no desaprovechan oportunidades para injuriar a CubaNet y a sus periodistas, y poco importa que muchos de ellos tengan una formación académica, y nada importa que en su nómina cuenten con escritores con múltiples reconocimientos, y académicos, y profesores, profesionales del derecho formados por “revolucionarias” universidades cubanas…

CubaNet los desespera, los enferma, les provoca turbaciones, “les pone la carne de gallina”. CubaNet es un pecado mortal en el que “no debió caer Camila”, y por eso vetaron sus viajes al exterior, y por eso amenazaron a sus arrendadores e intimidaron a la familia. Y sabrá Dios cuántas cosas dijeron, cuántas tuercas apretaron… Muchas debieron ser las amenazas, y no dudo que mencionaron las tan acostumbradas expropiaciones, esas que nunca tienen “marcha atrás”.

Y Camila se vio en la calle, por obra y gracia de una policía política que no debió pensar en aquellos desalojos que la periodista independiente miró fijados en las fotografías que exhiben los libros de textos que tuvo en sus manos en aquellos días de estudiante. Camila debió pensar en esos desalojos, en aquellas “reconcentraciones” que ponen a la “nueva” policía muy cerca de Valeriano Weyler, aquel asesino que ostentara los títulos de Marqués de Tenerife y también de Duque de Rubí.

Esta joven muchacha que nació en una isla a la que los comunistas dieron el nombre de Isla de la Juventud, se miró en la calle, como antes en una estación de policía o en medio del bullicio de un aeropuerto en el que le impidieron hacer un viaje y luego otro. Ella debió sentirse vejada, a ella debió asistirla una rabia enorme, una impotencia grande, pero no se acobardó. Ella volvió a usar los recursos de siempre. Ella denunció. Ella hizo notar el deseo de la policía de contar con una joven como ella en sus filas. Camila declinó la propuesta, se negó a vestir ese uniforme. Ella soportó las vejaciones, y mañana volverá a sentarse frente a su computadora para hacer denuncia, para hablar de la realidad cubana, y estará más preparada para la próxima embestida.

Camila Acosta reconoce muy bien que los textos que escribe son leídos con interés, que su utilidad crece en irrefutables argumentos. Y eso lo reconoce muy bien la policía política, y por eso la acosan, y por eso la amenazan, y hasta le hacen guiños para reclutarla. Ellos sueñan con tenerla en su nómina, pero no se les ocurre otra forma de seducción que irla que la burda amenaza. Ellos no se enteraron aún de que la seducción puede conseguirse con cierta delicadeza, que la fuerza “bruta” no siempre es eficaz, que su efecto es contrario al que suponen.

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