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Carano tiene razón: es peligroso haber votado a Trump en la Norteamérica de Biden – La Gaceta de la Iberosfera

Hemos alertado antes de la ‘despersonalización’ y ostracismo de la actriz Gina Carano, que interpreta a uno de los personajes en la serie ‘The Mandalorian’, por una analogía que planteó en cuentas personales de redes sociales entre el trato recibido por la población judía de la Alemania de preguerra y los trumpistas en la Norteamérica de Biden, que hizo a todos los bienpensantes pedir el frasquito de las sales y rasgarse sus camisas de Gucci.

Conviene aclarar que Carano no se refería en absoluto al exterminio judío durante la guerra, que el progresismo estadounidense ha abusado de esa analogía hasta el hartazgo, nombrando a cada enemigo como Hilter del Mes, y que las analogías no son equiparaciones y que si esta es exagerada, lo es precisamente para impedir que se haga realidad.

Pero no hemos entrado a ver hasta qué punto haya algo de cierto en lo que denuncia la actriz. Y la primera evidencia es el resultado que han tenido sus comentarios privados, que incluso si fueran estúpidos y errados seguirían estando protegidos por la libertad de expresión: en un solo día perdió su empleo y a su representante. Empezamos bien. Denuncia la ‘cultura de la cancelación’ y, para demostrar que su alegación es absurda y sin base, la cancelan inmediatamente. Recuerda un poco a la reacción de algunos radicales islámicos al discurso de Ratisbona del Papa Benedicto XVI que, indignados de que el pontífice insinuara que eran violentos, mataron a unas monjas.

Lo que Carano denunciaba, con independencia de la analogía elegida, era que se estaba incitando el odio entre los ciudadanos de un modo que recordaba a la acción de la propaganda nazi antes de la guerra en Alemania.

El enemigo que han prefabricado los demócratas para instigar el odio es el ‘supremacismo blanco’. Y uno podría pensar que es un enemigo un poco tonto, pero digno de ser aislado y contrarrestado, hasta que descubre qué entienden los demócratas por ‘supremacismo blanco’. Por ejemplo, hay escuelas en Oregon a las que la Junta Escolar ha informado que pedir a los alumnos que “muestren sus trabajos” es “supremacismo blanco”. Otros signos evidentes de supremacismo blanco, según la organización progresista Showing Up for Racial Justice, son “la veneración de la palabra escrita” y la “creencia de que se puede ser objetivo”.

No hay ya nada que no sea racista, ni siquiera proclamarse antirracista (“es lo PRIMERO que haría un racista”). Se han proclamado actividades racistas oír música ‘country’, la observación de los pájaros, jugar a ‘Dragones y Mazmorras’, casi todo el canon literario occidental… La lista es literalmente interminable.

Y el problema es que ya todo es política, es el lema sesentayochista de que “lo personal es político” llevado al paroxismo. Una encuesta de 2016 reveló que los progresistas dejaban de seguir o rompían el contacto on line con otros por sus opiniones políticas. El 71% de los demócratas confiesa que no saldría con un votante de Trump, un 24% más que la opción inversa.

Otra tendencia alarmante que reivindica a Carano se vivió en los meses previos a las elecciones que presuntamente dieron la victoria a Trump. La muerte de un delincuente habitual cuando era detenido, por causas aún discutidas, llevó a una oleada de algaradas destructivas que afectaron una veintena de ciudades, quemando, destruyendo propiedades, lanzándose al pillaje indisimulado y provocando la muerte de más de veinte personas, todo con el aplauso y el apoyo de los demócratas. Se asentó el principio de que hay una violencia no meramente comprensible, sino necesaria y lícita. Se hizo viral la intervención en un telediario de CNN de un reportero informando de que las protestas eran “mayormente pacíficas” delante de un espectáculo dantesco de llamas y destrucción. La retransmisión terminó cuando el reportero, micrófono en ristre, recibió un botellazo ‘mostly peaceful’.

Los gobernadores y alcaldes demócratas se negaron en numerosas ocasiones de utilizar a las fuerzas del orden contra los facinerosos, se llegó a permitir la creación de una zona ‘independiente’ en Portland donde un rapero se convirtió en dictador autodesignado y por todas partes recortaron el presupuesto de la policía y sus normas internas.

La hoy vicepresidente Kamala Harris urgió en las redes que se donara a fondos para pagar las fianzas de todos los detenidos en las algaradas (ninguno entró en prisión) y el hermano del gobernador de Nueva York, Chris Cuomo, salió en televisión preguntándose desde cuándo tenían que ser pacíficas las protestas callejeras.

No hay que decir que las algaradas pararon inmediatamente cuando Biden fue investido. Miento: todavía se produjo una marcha en Portland explícitamente contra el presidente, que fue brutalmente disuelta por la policía sin que la prensa se inmutara.