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Cartas desde Colombia: El Vasco de Cartagena

Homenaje a Blas de Lezo en Cartagena de Indias.

Carlos Arturo Calderón Muñoz.- El 13 de marzo de 1741, al mando del almirante Edward Vernon, la flota más grande construida por Inglaterra hasta entonces, sólo superada por la expedición naval enviada al desembarco de Normandía, llegaba a las costas de Cartagena de Indias. La flota estaba compuesta por 195 naves, 3000 piezas de artillería y entre 23600 y 28000 hombres, incluidos refuerzos de las colonias británicas dirigidas por el hermano de George Washington. La misión, asfixiar la ruta comercial de España, tomando Cartagena para avanzar hasta Santa Fe de Bogotá y desde allí iniciar la invasión del Virreinato del Perú, en síntesis, conquistar el Imperio español.

Para detener tan feroz horda Cartagena contaba con unos 3000 soldados, entre criollos e indios, seis navíos de guerra y al mando de tan exiguos recursos un marino apodado como “medio hombre”, quien resultó ser un vasco, un doblemente español como diría Unamuno. Un “medio hombre”, porque en la guerra de sucesión española perdió una pierna, un ojo y quedó con un brazo inutilizado. A pesar de sus carencias físicas, este cristiano viejo limpió de corsarios los mares del sur, rindió la sublevación genovesa y fue el terror de los piratas argelinos. Sin embargo, la cúspide de sus éxitos militares se daría al final de su vida, cuando dirigiera la resistencia que enviaría al traste a las aspiraciones británicas.

La superioridad numérica y técnica de los ingleses se hizo patente desde las primeras escaramuzas, con relativa facilidad rompieron el primer anillo de defensa de la ciudad, destruyendo dos fuertes y cuatro de los seis buques españoles. En ese punto era tan evidente la victoria de Albión, que Vernon envió a una de sus corbetas de vuelta a Londres para que anunciaran su triunfo. En respuesta el gobierno inglés hizo acuñar unas monedas, que mostraban al “medio hombre” arrodillado entregándole su espada a Vernon y una frase que decía “La arrogancia española humillada”.

Mientras se cantaba victoria en Gran Bretaña, las tropas de Vernon superaban el segundo anillo de defensa y desembarcaban en la ciudad, sitiando el bastión principal, el castillo de San Felipe. En el proceso habían arrinconado a la compañía de granaderos, cortado la línea de suministros de la ciudad y tomado un cerro aledaño al castillo, que por ser más alto que este fue utilizado para bombardear la fortaleza. El hambre y las enfermedades tropicales diezmaban a la población cartagenera, que tuvo que recurrir a cocinar los cueros de las sillas para hacer caldos y cazar ratas para subsistir.

El “medio hombre”, héroe de muchas batallas, no sólo se enfrentaba al poderío inglés, sino que también debía discutir con el Virrey Eslava, quien constantemente desviaba recursos y ordenaba tácticas que por su ineficiencia les facilitaban el trabajo a los invasores. Tan ridículas fueron sus peticiones, que en un punto el “medio hombre” le dijo que era un enemigo de la armada española; esas pugnas llevaron a que el Virrey destituyera en pleno sitio al héroe vasco.

A pesar de su baja, el “medio hombre” continuó peleando al frente como un soldado más. Sin embargo, cuando el panorama era más oscuro el virrey supo que el único que podría darle esperanza a la lucha era aquel a quien había destituido y le devolvió su posición de comandante. Tan sólo dos días después, el 20 de abril, tres mil soldados de la infantería inglesa cargaron contra el castillo, fueron resistidos en una lucha cuerpo a cuerpo por ochocientos españoles. Todo indicaba que la marea anglosajona lograría avasallar a los últimos miembros de la resistencia hispánica.

Sobre las doce del día “el medio hombre” ordenó que se abrieran las puertas de la ciudad y que los trecientos artilleros tomaran las bayonetas para apoyar a sus compañeros de infantería. En un ataque casi suicida se logró abrir una brecha en la infantería británica, que al intentar retroceder para cerrarla, se vio empujada por los españoles de vuelta al mar.

En un ataque relámpago, se expulsó a las fuerzas de tierra, se liberó a la compañía de granaderos sitiada y se recapturó el cerro aledaño al fuerte. Para cuando el día había acabado los soldados ingleses restantes se encontraban en las costas, justo donde habían empezado su ataque semanas atrás. Los daños humanos y materiales fueron tales que a pesar de las descargas constantes de artillería, que dependiendo de la fuente se estiman entre 18000 y 26000 disparos sobre la ciudad, los ingleses no lograron desembarcar de nuevo y siendo ahora ellos los que sufrían hambre y enfermedad terminaron por retirarse el 20 de mayo.

Según los datos de la época los ingleses perdieron 5000 hombres, pero recientes estudios anglosajones aseguran que las bajas pudieron ascender a 18000. Vernon se fue a Jamaica y se quedó allí un año, pues no quería afrontar la vergüenza de su derrota. En Londres tuvieron que recoger todas las monedas que habían acuñado para su victoria y prohibieron hablar de lo sucedido, al día de hoy sigue siendo un episodio deliberadamente ignorado en los anales anglosajones.

El “medio hombre” murió pocos meses después, producto de las infecciones que provocaron los miles de cuerpos en descomposición; el virrey, por su parte, contó una historia amañada en la que se mostraba como el héroe de la pugna y acusaba al vasco de ineptitud.

El tiempo pasó, Carlos III restituyó el honor del “medio hombre” y le dio el título de marqués, el imperio despareció, las democracias se tomaron América y España quedó reducida a su espacio ibérico. Con el correr de los siglos el veneno anti español llegó hasta Gothia y terroristas del calibre de ETA y otros movimientos separatistas, se han atrevido a decir que los vascos siempre han sido un pueblo que ha luchado para liberarse del yugo español. Su campaña de terror y propaganda ha sido tan efectiva, que hoy se ignora de forma mayoritaria al “medio hombre” y a tantos otros vascos que no ha sido otra cosa más que españoles puros.

El 31 de octubre de 2014, cuando Colombia es gobernada por un presidente anglófilo y de familiares masones, quien por cierto estudió en la London School of Economics, el alcalde de Cartagena “de cuyo nombre no quiero acordarme” y el Príncipe Carlos de Inglaterra develaron una placa en la que se le rendía honores a los soldados ingleses que, bajo el mando de Vernon, habían muerto intentando invadir la ciudad.

La reacción de la ciudadanía no se hizo esperar, blancos, negros, mestizos, indios y demás se revelaron al unísono. El escándalo nacional fue mayúsculo, nadie quería homenajear a los piratas británicos, pues así les decimos aquí. Todos los ciudadanos entraron en cólera porque junto a la estatua del “medio hombre” se habían atrevido a poner una conmemoración a los corsarios anglosajones. Un par de días después la placa fue destruida por un vándalo de 69 años y finalmente, el 4 de noviembre, el mismo alcalde tuvo que aceptar su error y retirar la placa con la que había querido congraciarse con la realeza británica.

Esta es una nación fuertemente adoctrinada en el odio antiespañol, pero el mito del “medio hombre” es tan poderoso que esos dogmas se derrumban y los mismos que se quejan del “saqueo” y el “oro robado” le defienden. Ese vasco es un héroe nacional y aunque la gran mayoría en la madre patria haya olvidado a tan genial súbdito, en Cartagena y en toda Colombia sabemos que el “medio hombre” se llama Blas de Lezo y Olavarrieta y no le vamos a permitir a nadie, así sea el mismo príncipe de Inglaterra, que ataque nuestra identidad cultural.

Blas de Lezo, como tantos otros vascos, catalanes, gallegos, castellanos y americanos, entre otros, es un español. España es el triunfo de la libertad por sobre el cerco de la barbarie. Hoy nuestros enemigos, que son los mismos de Europa, han sitiado el suelo madre con formidables ejércitos de todos los tipos. Los moros juran que están cerca de retomar Andalucía y los amerindios se jactan de que están recuperando todo lo robado, a la vez que la finanza hebrea internacional se queda con los gordos dividendos de la deuda externa. Todos estos enemigos de la hispanidad creen que la victoria está asegurada porque nos han sitiado y son tremendamente superiores en número, dinero y recursos tácticos.

Puede que no lo noten, y nosotros tampoco, pero han caído en la trampa del destino, han alineado todos los elementos para que ese espíritu hispánico se desate. Sólo hace falta un catalizador que libere ese heroísmo temido por romanos, turcos e ingleses y a la vez admirado por conquistadores tan terribles como Napoleón y Hitler.

Ese espíritu está latente, así como en la lejana Colombia hubo un escándalo nacional cuando se intentó ofender a Blas de Leso, hace tan sólo unos días en el pequeño pueblo catalán de Palafolls, un alcalde socialista con simpatías por el separatismo intentó prohibir a los legionarios participar en las procesiones de Semana Santa, argumentando que no representaban el sentimiento popular. La respuesta fue que más de dos tercios de los habitantes del pueblo llenaron con su sentimiento religioso y nacional todo el espacio . Se conmovieron con la solemnidad de la procesión y estallaron en júbilo con los himnos de la legión.

Lo que puede parecer una pequeña celebración local es un mensaje que llena de temor al globalismo. Bajo la superficie sigue existiendo ese espíritu de lealtad indisoluble a la madre patria, a España. Bastará con un pequeño error de cálculo para que de un Palafolls cualquiera surja otro Blas de Lezo, que contra todos los pronósticos romperá el cerco que busca exterminarnos. Porque como los legionarios somos novios de la muerte y cuando una fe tan poderosa se hace de nuestra sangre, sólo se requiere de un Blas de Lezo para contener a los ejércitos enemigos; para derrotar a un imperio sólo necesitamos de un “medio hombre” español.

Desde San Bonifacio de Ibagué, Colombia.