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Consecuencias del 23-f

1. La democracia llegó a España partiendo de su propia evolución en el franquismo, al contrario que en casi todo el resto de Europa, donde provenía de las intervenciones militares useña y soviética. España no tenía esa aplastante hipoteca, lo que no impedía que muchos de sus políticos desdeñaran la ventaja histórica de España, ansiosos de “homologarse a Europa” (España siempre había estado en Europa, pero esos políticos no)

2. El franquismo significó históricamente la continuación política y cultural de España frente a totalitarios y separatistas. Al romper con la Transición diseñada por Torcuato, a partir de la legitimidad del franquismo, Suárez Esta solo pudo aplicar una política sin raíces ni principios, de puro zascandileo que llevó al país a una situación crítica en menos de cuatro años. Y a su partido, UCD, a una descomposición, que lo inutilizaba como instrumento de gobierno. El rey y muchos otros políticos estaban muy alarmados y hartos del simpático zascandil, intentaron un golpe de timón mal diseñado, y esa fue la causa del 23f.

3. El fracaso de aquel golpe dejó una situación extremadamente peligrosa. Juan Carlos reaccionó entonces de la única manera aceptable, aunque mintiendo sobre su implicación y dejando aparte la responsabilidad de Suárez. Condenó el golpe como jefe del ejército, que le obedeció instantáneamente. De otro modo el caos heredado se habría vuelto del todo incontrolable.

4. Las consecuencias inmediatas del golpe fueron, en general, beneficiosas. Separatistas, sindicatos y algunos terroristas concibieron un sano temor y moderaron sus demagogias y provocaciones. El recurso a policías franquistas expertos redujo considerablemente los atentados etarras. Y tras el breve paréntesis de Leopoldo Calvo-Sotelo subió al poder un PSOE que, con toda su demagogia, era ya un partido bastante sólido, capaz de gobernar al contrario que la descompuesta UCD (González incluso mostró algún respeto por Franco). Así fue posible corregir en buena medida la crisis legada por la UCD.

5. Aquella mejora por así decir táctica, vino contrarrestada por un efecto estratégico a largo plazo sumamente dañino. El ejército sirvió de chivo expiatorio como un residuo del franquismo a desactivar. La derecha acentuó su “antifranquismo” como exigencia supuestamente democrática para congraciarse (en vano) con izquierdas y separatismos, lo que en la práctica significó actuar como auxiliar de ambos. Y acentuó un “europeísmo” a su vez antifranquista, lo cual, teniendo en cuenta la mencionada significación histórica del franquismo, significaba hispanofobia y espíritu lacayuno y satelizante.

6. El antifranquismo de la derecha, sumado al de izquierdas y separatistas, ha venido creando el mefítico ambiente en que se ha desenvuelto la política española desde entonces. Aznar cometió la brutal bellaquería de condenar el 18 de julio en 2002, con lo que sumaba al PP al nuevo frente popular, en calidad de ayudante. Con ello cobraron mayor impulso las tensiones disgregadoras, y con Zapatero las leyes totalitarias de memoria y género, la corrupción, también de la justicia, el rescate de la ETA (no es casual que antifranquismo, totalitarismo, disgregación nacional y corrupción vayan estrechamente unidos)… Hasta llegar a la actual situación de golpe de estado permanente en una democracia fallida.

7. En el fondo de toda esta turbia y peligrosa historia se encuentra el rechazo al régimen que salvó a España de la sovietización y de la disgregación, salvó la cultura cristiana, la libertad personal, la propiedad privada… España no puede legitimar su democracia más que en el franquismo, como aprobó por abrumadora mayoría el referéndum de diciembre de 1976. Casi todos los demás países de Europa occidental tienen que legitimarse en las intervenciones militares de otras potencias. La comprensión de esta diferencia es crucial, tanto para definir nuestra posición en Europa como para curar la enfermedad política y social que supone el antifranquismo y que puede volvernos a mayores enfrentamientos civiles.