Inicio Actualidad De la funesta Constitución de 1978 a los lodos actuales

De la funesta Constitución de 1978 a los lodos actuales

Basta con escuchar cualquier emisora de radio, ver este o aquel programa de televisión o echarle un vistazo a cualquier periódico para que nos llenemos de tristeza ante la situación que nos presentan de España.

Millones de parados; un horrendo crimen protagonizado por un menor en Málaga; la trama del latrocinio perpetrado durante varios años por políticos mafiosos y mafiosos politizados en dos o tres de nuestras regiones más notables; el lamentable espectáculo que desde hace cuatro años nos viene dando a diario el Tribunal Constitucional; la falta de respuestas a las preguntas que de vez en cuando les hacen los periodistas al Presidente de las Cortes y al Vicepresidente del Gobierno sobre sus respectivos patrimonios y los de alguno de sus hijos; el vergonzoso proceder de quien fuera Presidente de una Autonomía en relación con su rápido y sugerente enriquecimiento; el endeudamiento de nuestro Gobierno como forma de solucionar la crisis económica que hasta ahora nos ha causado cinco millones de parados; la multiplicidad de pactos, componendas, afeites y maquillajes que a diario realiza o intenta realizar el Gobierno para mantener -por lo menos en apariencia- la unidad nacional, progresivamente rota desde que se constituyeron las Comunidades Autónomas y sobre todo desde que se les transfirieron a ellas las competencias en materia de educación nacional y social…

Cada día crece entre nosotros la percepción de que jornada tras jornada España está perdiendo la conciencia de su identidad nacional, puesta en peligro por la perniciosa Constitución de 1978 y su desdichada doctrina de las nacionalidades. Si con mayor o menor fundamento se reconoce que una parte cualquiera de nuestro territorio y nuestro pueblo es una realidad nacional distinta y diferenciada de la que junto con la de sus vecinos y próximos ha ido constituyendo a lo largo de la historia la amplia y fecunda unidad de convivencia que ha sido y sigue siendo España, nada tiene de extraño que cada una de esas partes, comenzando por las que en virtud de diferentes circunstancias más han utilizado este camino, vayan poco a poco alejándose de la común casa de labor y familia para aventurarse a experimentar los gozos y las sombras de la nacionalidad propia y diferente, primera etapa de un recorrido que de modo ineludible lleva a la diferente y propia Nación y al distinto y exclusivo Estado…

La insensata y generalizada transferencia a las Comunidades Autonómicas de las competencias en materia de educación se han hecho sin tener en cuenta que a través de la enseñanza y la educación se forma el sentido de cultura nacional y el patriotismo de las sucesivas generaciones. Si España y los españoles quieren verse como una unidad histórica de buena convivencia en el pasado y de posibles buenos frutos en el inmediato futuro, la enseñanza en sus diversos grados debe ser fundamentalmente común como resultado de un acuerdo logrado antes en el plano académico que en el político, basado en la idea de que es un disparate enseñar a los niños canarios unas cosas diferentes a las transmitidas a los gallegos, andaluces, catalanes, asturianos, madrileños o vascos… A este disparate se ha llegado, sobre todo en cuestiones de historia, por una enfermiza interpretación de lo que es progresismo y democracia, hasta el punto de que por desgracia en algunas partes de España hoy se enseña a odiar la Patria común, a despreciar la idea de una común tarea o empresa, y a minusvalorar lo que juntos hicimos en el pasado… Los grandes hechos de nuestro ayer -la construcción románica y visigoda de España, su reconquista y reedificación tras la invasión y el dominio de los musulmanes, nuestra más que notable presencia en Europa, el hallazgo y la revitalización de América, la creación de la lengua común y universal que nos reta e identifica- y el desafío de ser alguien y algo en el mundo nuevo que ha de construirse en este y el próximo siglo; es decir, todo lo que vale la pena considerar como superador del paletismo, está por desgracia silenciado, minusvalorado o despreciado en los textos, las aulas, y los ambientes culturales que viven hoy demasiados jóvenes en Galicia, el País Vasco, Navarra, Cataluña, Baleares y Valencia. Incluso en otras regiones menos “avanzadas”, como Canarias, se aprecia ya que esta enfermedad cultural va “progresando” y cada día gana en intensidad y número de afectados.

Ningún Gobierno, fuera de izquierdas o de derechas, toleraría en ninguna parte del mundo que se produjera e incrementara esta ruptura de la unidad cultural e histórica de su Nación, porque todos ellos están -en líneas generales- orgullosos de su país y de la realidad cultural, socio-económica y política que se les mostró en la escuela. En España, desde 1978 se sigue una política diferente: la de abandonar en manos de las minorías autonómicas la función sustancial de fortalecer el sentimiento patriótico, transformándole de ser el eje fundamental de una convivencia global en un modus vivendi pueblerino que raras veces supera el límite de lo carnavalesco. El PSOE y el PP, más preocupados por los parciales intereses de partido que por la conveniencia nacional, pastelean con los nacionalismos en un toma y daca que no beneficia a nadie y sobre todo perjudica a España.

Ya está bien de abrazos, genuflexiones y golpecitos en la espalda. Si queremos que España superviva ha llegado el momento de plantear y hacer que el tema de las competencias en materia de educación, enseñanza y cultura vuelva a estar en manos de quienes las ven como un factor de unidad y una herramienta de la común tarea edificadora del cotidiano nuevo mundo, nunca como instrumento de retorno a un pasado pueblerino.

España siempre ha sido cuna, crisol y fusión de culturas: tanto las autóctonas como las recibidas, desde las ibéricas a las mediterráneas, africanas o europeas, han sido a su debido tiempo integradas para luego convertirse en lanzadera y telar de nuevas experiencias. Si no queremos que España desaparezca, convertida en estadillos semejantes a los bálticos o los balcánicos, cada día se hace más urgente el superar la triste y miserable política cultural e histórica instada por la funesta Constitución de 1978, convirtiéndola en la hermosa empresa común de crear una de la media docena de Patrias que en este siglo y los venideros van a protagonizar la Historia Nueva: junto a China, la India, Rusia, Europa -Inglaterra, Alemania, Francia- y Norteamérica, debe estar Hispania, plural y diversa, fruto de la convergencia y unión de cuanto florezca en Iberoamérica e Iberoeuropa.

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