Inicio Actualidad De la Inquisición a la COVID-19: Estrategias cervantinas para un mundo distópico

De la Inquisición a la COVID-19: Estrategias cervantinas para un mundo distópico

Por Pascual Uceda Piqueras.- No solemos encontrarnos con artículos de prensa que aludan al Príncipe de los ingenios para otra cosa que no sea la glosa de su obra universal, la búsqueda de sus trinitarios huesos o el hallazgo de un nuevo documento entre legajos y antiguos cartapacios.

Y es que la ocasión de sacarlo de la antigua vitrina –que no del armario— donde reposan las glorias españolas de todos los tiempos es tan urgente como necesario, pues los duros momentos que estamos viviendo así lo aconsejan; máxime, cuando todo el legado de los que nos precedieron, contribuyendo con sus vidas y su sacrificio a esa tarea común que nos identifica como pueblo, amenaza con desmoronarse con la misma facilidad con la que se desplomaron las Torres gemelas en 2001, se consumió (parcialmente) la catedral de Notre Dame en 2019 o se derrumba de continuo –suceso que no deja de inquietar a los más escépticos— el cráter del volcán de la Cumbre Vieja en 2021.

Porque no son estos tiempos para el recogimiento y la reflexión, sino para la acción y la defensa cuasi numantina. Un 7 de octubre de 1571, España lideraba la respuesta del Occidente cristiano frente a la dominación y el miedo sembrado en todo el Mediterráneo por los turcos. Una vez más, el mundo “civilizado” se la jugaba a una carta. Las palabras de arenga de don Juan de Austria, momentos antes de iniciar la contienda más sangrienta que se recuerda, deberían resonar en nuestros corazones como campanas doblando desde el mayor de los campanarios de la Historia: “Hijos, a morir hemos venido, a vencer, si el cielo así lo dispone”. No es precisamente este discurso un ejemplo de palabras vacías, ni de perorata electoral de político de relumbrón, arenga de pasillo cuartelero, ni homilía de buldero al olor de las lentejas. ¿Cuál es el precio de esa libertad que hoy regalamos a precio de saldo?

¡Qué fácil resulta desprenderse de lo que no se ha pagado con sudor, sangre o lágrimas! La falsa percepción que se tiene de la libertad que disfrutamos hoy en Occidente, como una especie de derecho genético e inalienable imposible de ser arrebatado en el seno de una sociedad como la nuestra, dista mucho de la realidad que hoy nos acontece. La entrega ciega de nuestra confianza en manos del Estado todopoderoso –en ausencia de credos más virtuosos y/o trascendentes—, resulta ser el mejor de los escenarios para devolvernos mansamente a los corrales de los comienzos de la civilización. El “pasotismo” casi generalizado, la idea de sacrificio entendida solo en relación al logro crematístico, la voluntad de emplear el tiempo en el más vulgar divertimento ramplón, constituyen claros indicadores –¿para los que observan atentos la evolución de su explotación ganadera?— del grado evolutivo alcanzado por una sociedad que, al igual que el fruto que ya ha madurado lo suficiente, debería ser cosechado y procesado a conveniencia.

Rescatar, por lo tanto, al más famoso notario del alma hispana del olvido de los tiempos es casi una obligación para todos aquellos que nos hemos visto reflejados en el espejo de la Historia y de su exitosa culminación en esa patria común que es la Hispanidad. Sobre todo, en un momento en que los ataques al corazón de lo que somos, con la finalidad no solo de segar el tallo sino de hacer desaparecer las raíces que nos hacen fuertes en una misma Unidad de pensamiento, son tan numerosos, sistemáticos e inmisericordes. Y como muestra un botón. Blanco, para más señas…

Quieran los enemigos de lo recto, que son muchos y casi siempre disfrazados de humanos derechos y fraternales sentimientos, que los caminos que conducen al hombre por la senda de la evolución no sean transitados si no es para tropezarse, despeñarse o ser asaltado a punta de trabuco –o de jeringa, que tanto monta—. Y no nos estamos refiriendo aquí a cualquier bandolero de medio pelo –aunque sí lo sea a sueldo y por ello cómplice del contubernio—sino al propio papa de Roma que, aprovechándose de su privilegiada posición –que ni por asomo está dispuesto a perder con los cambios globales que se avecinan—, se atreve a oficiar de juez de la Historia en un juicio sumarísimo contra un reo molesto, que atiende por el nombre de España, y cuyo delito se cifra en civilizar, culturizar y hermanar a todo un continente bajo la bandera de la libertad, los valores y el amor fraterno. El Papa, una vez más –y ya se repite demasiadas veces— trata de virar el barco de la Iglesia romana hacia las aguas turbulentas que bordean esa Nueva Jerusalén cúbica descrita en el Apocalipsis de San Juan: ese mismo hexaedro que, en boca de todos, cual si fuera la liturgia de unos nuevos tiempos presididos por el más viejo de sus hierofantes en el tiempo, es coreado y celebrado con el nombre de Nuevo Orden Mundial.

Porque no fue nunca Cervantes amigo de ofrecer su don más preciado, su libertad, a credo alguno salido de la voluntad de ningún hijo nacido de mujer –consciente de sus muchas flaquezas y cambiantes intereses—. Si durante su vida abrazó alguna religión haciendo pública su fe, no ha de tenerse por fervoroso practicante, pues, piense el lector en la ojeriza actual hacia el “no-inoculado” con el cóctel transgénico anticovid, y multiplíquenlo por mil, y le dará una idea de la persecución que sufriría quien osara disentir del estado teocrático de su época; que además habría de resolverse, en el mejor de los casos, a base de burla y escarnio público (portando el sambenito y el capirote) –hoy sería a través del insulto: negacionista, conspiranoico, terraplanista, antivacunas, etcétera – y, en el peor, “relajando” sus carnes al brazo secular –la muerte actual es más social que física, con acoso laboral, expulsión de determinados círculos, aislamiento, censura de ideas y amenazas de todo tipo—.

Cervantes, mente lúcida como pocas y consciente de los peligros a los que se enfrentaba, se sumó a la corriente tridentina en boga como una especie de pasaporte covid –falsificado— que le permitiese moverse sin restricciones por los caminos de la vida y de la literatura de su época. Su adhesión, solo en la forma, al régimen totalitario formado por el tándem Estado-Iglesia, le permitió atacarlo, precisamente donde más le dolía: en su propia alma.

Dicho de manera coloquial, lo que hizo Cervantes fue “nadar y guardar la ropa”. Que lo hizo muy bien es prueba de ello la publicación de sus obras inmortales, donde encontraremos información en extremo sensible que pudo burlar la censura inquisitorial gracias al genio de su pluma.

En honor a la verdad, se echan en falta espíritus comprometidos, agudos y justicieros como el de nuestro genial escritor. Me viene a la memoria el recuerdo cercano del tristemente desaparecido Salvador Freixedo, que este mes hará dos años que nos dejó. Su obra escrita, menos literaria y más divulgadora “a las claras”, sin embargo, está revestida del mismo espíritu justiciero y revolucionario que inspiró al “Manco universal”.

Sea como fuere, si el Alcalaíno alcanza la gloria literaria con su Don Quijote (que no solo destaca por ser considerada la primera novela moderna sino también por constituir un compendio del sentir y de ver el mundo en la cultura hispana), hemos de saber que su propia vida no le va a la zaga; al punto que podría considerarse como una novela más salida de la pluma de quien pintó los molinos a la manera de gigantes: de prometedor poeta de juventud a maestro indiscutible de la narrativa de todos los tiempos, pasando por mozo duelista y huido de la justicia, camarero de purpurado en la Roma postridentina, soldado de los tercios, héroe de Lepanto, preso en Argel, recaudador de hacienda, recluso ocasional, implicado en asesinato e incluso agente secreto al servicio de su majestad Felipe II.

Todo un personaje de película, aunque difícil de encajar en la que ahora estamos rodando como si fuésemos todos los habitantes del globo un solo personaje coral, menos aún tratar de asignarle un papel protagonista en ella. ¿Cabría, pues, imaginarse a semejante espíritu esclarecido en un momento como el nuestro, donde se nos engaña como a chinos –aunque a estos ya no hay quien les engañe—, se esclaviza sin grilletes y se mata sin espada? De lo que sí estamos seguros es de que no se quedaría con los brazos cruzados esperando su turno para entrar en los corrales –véase mensaje de whatsapp con cita previa para ser inoculado—. Porque, semejante estado de encantamiento en el que ha caído nuestra sociedad sería, en las manos del gran desfacedor de entuertos y sortilegios que es Miguel de Cervantes, una invitación a ampliar su ya de por sí colmada bibliografía. Podría, incluso, componer otro volumen de sus Novelas ejemplares, del tipo, El licenciado vidriera II –¿la miopía de una sociedad atenazada por el miedo?—, La fuerza de la sangre II –¿las “líneas de sangre” o las élites que siempre nos han gobernado entre bastidores deberían pagar por sus múltiples violaciones de los derechos humanos?—, El coloquio de las sierpes –¿el acuerdo de los poderosos en sus planes de control y exterminio de la población mundial?— o Las trapacerías de maese estado globalista –¿la materialización de los planes globalistas por parte de los estados, a cambio de un sillón en ese funesto y saturnal Nuevo Orden Mundial?—.

Afortunadamente para Cervantes y para los lectores que hoy le celebramos, el adelanto de su nacimiento en algo más de cuatrocientos años con respecto a nuestra época le supuso evitar tener que escribir sus obras geniales en el absurdo y distópico contexto que nos ocupa; que a buen seguro le hubiera costado mucho trabajo llegar a entender.

Dejemos aquí, por el momento, el “paseo” por esta Academia improvisada de la mano de tan insigne maestro de ceremonias, y dejemos que el recuerdo de su pasado, cual bálsamo de Fierabrás, actúe contra el presente mal de la ceguera (la ignorancia), el del encantamiento (el sometimiento a los medios de comunicación) y aquel otro más mortal producido por el aguijonazo de ese insecto venenoso (el miedo) que de cuando en cuando –y ya van tres veces— nos convoca desde su celda hexagonal…

*Filólogo y escritor