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Democracia, el cuento de unos pocos

Cuando se nos ocurre preguntar dónde está nuestra libertad, se nos enseña una papeleta de voto. Si preguntamos dónde está la democracia, se nos sigue mostrando una papeleta de voto. Preguntamos por la igualdad y la justicia, e igualmente nos señalan una papeleta de voto. ¿Se habrá por fin descubierto la piedra filosofal?

A la vista de los malsanos acontecimientos que denigran la vida española podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la democracia jamás ha existido en España desde la muerte del anterior jefe del Estado. Y no ha existido porque no ha existido libertad. Se es libre cuando se es dueño de los propios actos, que proceden de decisiones propias y están exentas de injerencias ajenas. La primera Declaración de Derechos Humanos concebía la libertad no como un estado superior de felicidad, sino simplemente como la no sujeción a las decisiones o caprichos de otros hombres.

Sin embargo, la bandera de la libertad que hoy nos vende el sistema es la libertad de consumir. El español, impotente ante el Estado, cree ser libre escogiendo entre varios programas de televisión o entre varias marcas de revista. La soberanía del pueblo es pura ilusión en una sociedad en la que se confunden opiniones e intereses. El hecho de que estos intereses no se hallen igualmente garantizados para todos, convierte al poder en una simple pelota en manos de uno u otro partido, cuyos líderes exacerban las pasiones de sus votantes para camuflar la absoluta falta de ideas y de soluciones.

Asimismo, se gobierna mediante leyes nacidas de los intereses del día, contradictorias con las que regían ayer y con las que se establecerán mañana. La ley ha dejado de ser la muralla que amparaba al ciudadano y se ha convertido en un juguete del sistema, que éste utiliza de acuerdo con sus propias conveniencias mientras pregona que su promulgación obedece al interés colectivo. Soberanía popular, libertad, democracia… sólo son palabras huecas que se llenan con el significado que quiera conferirles el que las maneja.

En el anterior y denostado régimen, el hombre que quería ser libre era un adulto capaz de afrontar riesgos, de valorar posibilidades, ansioso de acción individual, deseoso de asumir la incertidumbre del resultado de sus actos. El español del anterior régimen era capaz de asumir la vida como proceso biológico lleno de incertidumbres cuyo desarrollo exigía una lucha continua y un permanente afán de superación. El español actual, en cambio, manipulado por los intereses que usufructúan el poder, es un niño obligado a obedecer, a no pensar por sí mismo, que ha vendido a unos pocos su libertad, su dignidad y hasta su seguridad.

Curioso es este Estado que, pretendiendo ser la encarnación del interés general, sólo asegura de hecho los intereses particulares de los diversos grupos partidarios en función de la capacidad de presión que sus hombres posean, o del número de votos obtenidos. Mientras, la justicia distributiva, que debiera ser congénita a la supuesta soberanía popular, se aleja cada día más.