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Discurso de la servidumbre voluntaria o el Contra Uno: elogio de la desobediencia civil

Étienne de La Boétie*.- Es extraordinario oír hablar de la valentía que la libertad pone en los corazones de aquellos que la defienden; pero esto que ocurre en todos los países, en todos los hombres, todos los días, que un hombre solo vitupere a cien mil ciudades y las prive de su libertad, ¿quién lo creería, si no hiciera más que oírlo decir y no verlo? Y si ello no se viera más que en países extraños y en lejanas tierras, y porque se dice, ¿no se pensaría que esto era más bien fingido e inventado que verdadero?

Aun, a este tirano, no es menester combatirle, no hay necesidad de defenderse de él, por sí mismo se anula, ya que el país no consiente en la servidumbre, no hace nada por hacerlo desaparecer, pero no le da nada tampoco; no es necesario que el país se tome el trabajo de hacer nada para sí, pero que tampoco se tome el trabajo de hacer nada contra sí mismo.

Son, pues, los mismos pueblos los que se dejan o, más bien, se hacen someter, pues cesando de servir, serían, por esto mismo, libres. Es el pueblo el que se esclaviza, el que se corta el cuello, ya que, teniendo en sus manos el elegir estar sujeto o ser libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiente en su mal o, más bien, lo persigue. Si le cuesta algún trabajo recobrar su libertad, yo no le presionaría a ello, aunque esto sea lo que el hombre debe tener como querido —el restablecerse en su derecho natural y, podríamos decir, de bestia volver a ser hombre—; pero aunque no aspiro a tan gran atrevimiento en este pueblo, no le permito que ame mejor una no sé qué especie de seguridad de vivir cómodamente.

¡Qué ocurrirá si para tener la libertad no se hace más que desearla, si no se tiene necesidad más que de un simple querer! ¿Habrá nación en el mundo que estime la libertad como lo más caro, queriéndola ganar tan sólo por un deseo? ¿Y quién economiza su valor para recobrar el bien que se debería rescatar siempre al precio de la propia sangre y el cual, una vez perdido, todas las gentes de honor deben considerar la vida como ingrata y la muerte como saludable?

De la misma manera que el fuego de una pequeña chispa llega a ser grande y se refuerza más y más cuando se une a la madera, y aun más si ésta se encuentra en condiciones de arder, y si no se tiene agua para extinguirle, únicamente no arrojando a él más madera, no haciendo más que abandonarlo, se consume a sí mismo y se convierte en algo sin forma y que deja de ser fuego; así también los tiranos más saquean, más exigen, más arruinan y destruyen, mientras más se les entrega y más se les sirve, tanto más se fortalecen y se hacen tanto más fuertes y más ansiosos de aniquilar y destruir todo; y si no se les entrega nada, si no se les obedece, sin combatir y sin herir, quedan desnudos y derrotados y no son nada, igual que la raíz que, no teniendo sustancia ni alimento, degenera en una rama seca y muerta.

Los valientes, para adquirir el bien que exigen, no temen al peligro; los prudentes no rechazan el sacrificio. Los cobardes y los fríos no saben ni soportar el mal, ni recobrar el bien: piensan demasiado lo que anhelan, y la virtud que pretenden adquirir es destruida por su debilidad, y el llegar a poseerla es impedido por su carácter.

Este anhelo, esta voluntad para desear las cosas que, siendo valiosas, los hacen dichosos y alegres, es común a los sabios y a los indiscretos, a los valientes y a los cobardes. Sólo hay una, se puede decir, en la cual, no sé por qué, la naturaleza ha hecho imperfectos a los hombres para desearla: es la libertad, la cual es, sin embargo, un bien tan grande y tan agradable que, una vez perdida, todos los males se hacen patentes, y los bienes mismos que aún duran pierden enteramente su gusto y su sabor, corrompidos por la esclavitud. La libertad sola no la desean los hombres por la sencilla razón, a mi entender, de que si la desearan, la tendrían. Es como si rehusaran a realizar esta bella adquisición, tan sólo porque es demasiado fácil.

*Etienne de la Boétie (1530-1563) ―escritor y magistrado― escribió en 1548 su «Discurso contra la servidumbre voluntaria o el Contra uno», un corta requisitoria de 18 páginas contra el Absolutismo, que es considerado como un precursor de la desobediencia civil y el anarquismo.