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El cautiverio del teniente coronel Tejero (III): «¡Nadie me quita el despacho de teniente que me entregó el Caudillo!»

Ofrecemos el testimonio de Bernardo Sánchez, que compartió vivencias y anécdotas con el teniente coronel Antonio Tejero, durante su cautiverio, y que ahora quiere compartir con los lectores de AD. Ofrecemos la cuarta parte de su relato:

Y llegó el día en el que dos altos mandos militares se presentaron en el castillo de Figueras a «recoger» el despacho de teniente del teniente coronel Tejero. Personados ante él dieron en hocicar al darse el encontronazo con la figura y voluntad de Tejero: «¡Nadie me quita el despacho de teniente que me entregó el Caudillo!». Naturalmente la cosa quedó ahí. Sin más.

Tal talante y humanidad lo prueban hechos como el de prestar dinero a los uniformados del recinto militar cuando estos pasaban algún apuro económico. Sí, es del todo irrefutable, había un buen ambiente. Más, a cuanto visitante acudía a verle le servía un café de maquinilla que el mismo teniente coronel hervía y depositaba ante ellos sobre una tabla de ping-pong que hacía de mesa; despachaba a la par que sus visitantes, el pan, el embutido, queso y jamón que estos traían para él como hermanadamente tenía costumbre hacer con todo el mundo. Al fondo de esa sala, un hueco daba a su celda.

A los niños de los visitantes solía regalarles los huevos de gaviota, que éstas depositaban en el jardincillo común.

Muy a menudo acudía a su presencia un militar que, taconazo castrense por delante, le comunicaba una llamada telefónica, Se trataba de visitantes expectantes de un día y hora para visitarlo. Tejero se las veía y deseaba para, en un cuaderno de visitas, anotar aquella.

Era emocionante ver salir, del antiguo lazareto que era aquella cárcel, a las visitas con los semblantes luminosos a la par que apenados por tamaña injusticia.