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El estado profundo contra Dios y contra Trump

En enero de 2012 participé en la March for Life en Washington DC. La misma Marcha por la Vida que honró con su presencia el presidente Donald Trump hace unos meses, transmitiendo entonces un mensaje lleno de agradecimiento a Dios por el don sagrado de la vida de aquellos que todavía no han nacido, comprometiéndose a defenderla hasta sus últimas consecuencias. En aquella lejana fecha viví una experiencia singular…

La Marcha por la Vida se inició pues, hace ocho años, en una fría y nevada mañana a -15Cº. Desde el National Mall, por Constitution Avenue, rodeando el Capitolio hasta el Tribunal Supremo, una inmensa y abigarrada multitud, que parecía aquella de las blancas vestiduras del Apocalipsis, avanzaba entre cantos y vítores, banderas desplegadas, bandas de música y pancartas multicolores exigiendo la absoluta abolición del aborto en los Estados Unidos. Jóvenes en su mayoría, se habían levantado temprano para ir a ver a su congresista o senador y recordarle que sus votos y los de sus familias eran provida y que les debían pues la fidelidad correspondiente porque podían perderlos. Allí, en medio de la nieve, Thomas Upshur, líder los “Probikers for Life” (moteros por la vida), me saludó con unas inolvidables palabras: “Todos los extranjeros que habéis venido a defender con nosotros la vida de los hijos no nacidos de esta nación ¡sois tan americanos como nosotros!”

Ese es el verdadero espíritu de los pioneros que hicieron suyo aquel inmenso país y que, con sangre, sudor y lágrimas, convirtieron aquella tierra en la de todos los que lucharon por ella. Creo, por ello, que el decimonónico pucherazo de las elecciones americanas a favor del corrupto y corruptor Joe Biden muestra el emerger de ese “Deep State” (Estado profundo) que está empeñado en destruir la verdadera América y convertir así a la humanidad en un rebaño de 500 millones borregos lobotomizados al servicio de Soros, Rockefeller y Bill Gates. ¡Sobramos todos los demás!

Las élites mundiales deseaban ardientemente la defenestración de aquel que ha representado el único y más poderoso obstáculo a sus planes de convertir nuestro mundo en un inmenso campo de concentración, en el que el régimen norcoreano aparecerá como un simpático campamento de boys scouts.

Lo escandaloso es que un inmenso fraude electoral se presente como la limpia victoria de un viejo depravado al que le persigue el hedor de una podredumbre heredada y escanciada a la sombra del pederasta Jeffrey Epstein y de los Clinton, los Bonnie and Clyde de la América Contemporánea.

Son los hijos de las tinieblas los que aspiran a regir los destinos de nuestro desgraciado planeta. Su error es que no cuentan con una victoria que no es la robada de Joe Biden, sino la auténtica, la del Hijo de Dios que tiene en sus manos las llaves de la muerte y del abismo. Él, que estaba muerto, y que, a pesar de las apariencias, vive para siempre, dirige la historia humana hacia su consumación, hacia aquel día terrible y glorioso en que pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva. Entonces Cristo pondrá a sus enemigos como estrado de sus pies. Y el último enemigo vencido será la muerte, esa de la que son tan amigos los conspicuos miembros de la élite libertina.

Ese día está más cerca de lo que los jefes de Biden y Clinton puedan imaginarse… “Cuando estas cosas empiecen a suceder, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (Lucas 21,28).