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El invierno de la democracia (cuando la retórica y el miedo se alternan) – La Gaceta de la Iberosfera

Queda ya claro que el objetivo de las élites médico-políticas es mantenernos en un estado de incertidumbre indefinido. En un estado de entumecimiento general en el que los medios de comunicación y las más altas instituciones compiten por no hacer preguntas y no dar respuestas.

Sabemos muy bien que, sobre todo en política, se escribe provisional y se lee definitivo. Quienes se hacían ilusiones de que las medidas restrictivas eran de carácter temporal recibieron entre Navidad y Epifanía la confirmación de que, por el contrario, el objetivo de las élites político-médicas es mantenernos en un estado de incertidumbre a ultranza, debilitando cualquier anhelo residual, no digo ya de libertad, sino de seriedad.

¿Alguien sabe, no digo ya la fecha, faltaría más, sino al menos las condiciones en las que se basa la vuelta a la normalidad?

El grifo se abre, se cierra, permanece medio abierto o medio cerrado, podría abrirse parcialmente o cerrarse por completo, “enganchando” la decisión a índices cambiantes y fácilmente superables o no superables en función de la voluntad política. Todo en un estado de entumecimiento general, en el que los medios de comunicación y las más altas instituciones compiten por no hacer preguntas y no dar respuestas. Un ejemplo entre mil: ¿alguien sabe, no digo ya la fecha, faltaría más, sino al menos las condiciones en las que se basa la vuelta a la normalidad? ¿el 50, 60 o 70% de vacunados? ¿Y en base a qué parámetros? ¿Se han tenido en cuenta a esas personas que ya han desarrollado anticuerpos, al menos en base a las estadística? No me parece que estemos hablando de esto laicamente, como decimos hoy con un término que no significa nada pero que gusta mucho.

Bien mirado, no es tan paradójico que mientras estamos todos centrados en las batallas por el reconocimiento de nuevos derechos y libertades, estemos perdiendo por el camino todos esos derechos que hemos tenido durante décadas y que nos parecían un logro consolidado y obvio.

Y no es paradójico que esos púlpitos, desde los que durante décadas ha resonado la fanfarria del hacer memoria, de las libertades que había que conquistar día a día, del no olvidar, estén hoy callados u ocupados buscando o proponiendo las justificaciones más convincentes, las que normalmente aniquilan la audiencia que, primero, se pregunta si al final no ha exagerado pensando mal y que acaba autoflagelándose con la esperanza de no haber caído entre los condenados tachados de negacionismo.

No es paradójico porque vivimos inmersos en los dogmas del políticamente correcto, moderno líquido amniótico alimentado por la retórica y el miedo. El resultado es que el ejercicio del cuestionamiento, de la duda, del raciocinio, es autorreprimido, mientras que el de la disconformidad es silenciado. Por eso el 2020 ha sido el annus horribilis, ciertamente no por la Covid. Ha sido el año-epifanía del rostro dictatorial de la democracia al que tendremos que enfrentarnos en los próximos años.

El dogma de lo políticamente correcto está fuera de la verdad: describe algo que es, que no necesita explicación, que debe ser aceptado como una realidad ontológica antes del tiempo y fuera del tiempo, indiscutible. Es la religión que anestesia y desinfecta. 

Veamos algunos de estos dogmas, con los que podemos hacer un bonito juego de mesa para entretenernos en las tardes hogareñas:

  • El gobierno trabaja por nuestro bien, debemos tener confianza.
  • Necesitamos unidad: no podemos discutir ni polemizar.
  • El gobierno, y finalmente el Estado, es quien decide qué es esencial para el ciudadano.
  • Si algo sale mal, la culpa es del ciudadano indisciplinado.
  • La reducción de derechos y libertades está justificada y es proporcional al riesgo de contagio.
  • Las redes sociales tienen derecho a oscurecer lo que no es políticamente correcto.
  • Las ciudades vacías son más deseables que las abarrotadas.
  • Los números no requieren explicación.
  • Las ruedas de prensa son actos de gala en los que se escucha y no se pregunta.
  • La medicina es una ciencia basada en afirmaciones apodícticas infalibles. 
  • La vacuna es la única esperanza y vacunarse es un deber moral. 
  • La objeción de conciencia es intolerable. 
  • Si no te vacunas tienes que ser vetado. 
  • La libertad de expresión es válida siempre que digas lo que espero oír.
  • El mundo sin dinero efectivo es deseable.
  • Si eres autónomo, seguro que trabajas en “B”. 
  • La sanidad pública es el futuro, la privada un pasado detestable.
  • Definitivamente, hay que cambiar de estilo de vida.
  • Ser más pobre pero con renta garantizada es mejor. 
  • Las noticias son fake según de dónde provengan.
  • La Navidad sobria y en soledad es mejor que la Navidad tradicional.
  • La agenda verde es central para el futuro del planeta.

El juego podría continuar durante mucho tiempo: basta con observar las reacciones hacia los incautos atrevidos que se atreven a preguntar o, peor aún, a emitir declaraciones extra ordinem

Nos hemos acostumbrado voluntariamente a la mística de lo políticamente correcto y la información mistificada

La retórica y el miedo se alternan. Mascarilla y certificaciones, vacunación y toque de queda, distanciamiento y carnet de anticuerpos. Los medios de comunicación del régimen no necesitan figurantes, están perfectamente alineados. El súbdito debe sentirse llamado a las armas y no ser capaz de preguntarse por qué.

¿Qué puedo hacer yo por el Estado? Sería recomendable que las élites hicieran algo por mí: aclarar cómo se contabiliza a los muertos, el sentido de las medidas adoptadas y los tiempos en que fueron tomadas, el uso de las comunicaciones de gobierno, el papel de los técnicos, por qué no se ha apostado por la cura, sobre la base de qué elementos se considera que la vacuna es tan segura como las demás en uso, en qué condiciones creen que podremos volver (si podremos volver) a la normalidad. La impresión es que ya es tarde: una vez que el zorro ha entrado en el gallinero ya no hay nada más que hacer, nos hemos acostumbrado voluntariamente a la mística de lo políticamente correcto y la información mistificada. Si hubiese podido elegir, hubiera preferido la mística del toque de la escrófula, atributo y poder de algunos gobernantes de la Edad Media [En la Baja Edad Media y en los siglos X al XII, en Francia y en Inglaterra se pensaba que los soberanos, imponiendo las manos, podían curar esa patología (la escrófula es un proceso infeccioso que afecta a los ganglios linfáticos, sobre todo del cuello). Por ello se le llamó “toque real”. También era conocida como King’s Evil (“el mal del rey”): se creía que los soberanos habían heredado esta capacidad gracias a que descendían de Eduardo el Confesor, rey inglés desde 1042 al 1066, que, según la leyenda, lo habría heredado de san Remigio].

Eran buenos tiempos aquellos: había peste, había carestías, había guerra, había muerte, había miedo cotidiano, pero también había vida próspera y mucha más libertad de lo que nosotros creemos. Sobre todo se construían catedrales, en una carrera para ver quién las hacía más altas, más grandes y más ricas. Nosotros, llenos de retórica sobre la cultura, hemos cerrado los museos, los teatros y los cines sin dudarlo. Llenos de retórica sobre la educación, hemos cerrado las escuelas. Llenos de retórica sobre la sociabilidad, hemos cerrados los bares, los pubs, los restaurantes, las tabernas, las piscinas, los gimnasios, los campos deportivos y las pistas de esquí. Llenos de retórica sobre el compartir, hemos acabado con la familia. Por algo será. Es el invierno de la democracia. Devolvednos el otoño de la Edad Media.


Escrito por Antonio Zama, jurista y director del portal jurídico Filodiritto, y publicado en la Nuova Bussola Quotidiana.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta de la Iberosfera.