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El ocaso de los valores y la autoridad perdida en España (2): La anarquía avanza imparable en España

Por Amaya Guerra.- La ley en España se aplica de forma selectiva: Cuando el sujeto Iglesias perdió las elecciones en Andalucía en diciembre de 2018, anunció que el resultado “no podía consentirse”. También que los grupos que (en su opinión) no habían votado al partido ganador, debían “tomar las calles”. Me permito ilustrarle en contenido de primer año de Derecho: alentar la violencia es ilegal. Aunque quién dice que en España no puedes pasarte la ley por el arco del triunfo si eres progre, Echenique ha llamado al desorden social en varias ocasiones a través de redes sociales, y no ha recibido ni un azote en el culo por parte de un solo tribunal. Pero uno es inmediatamente expulsado de una radio por estar en desacuerdo con el gobierno, con el consiguiente intento de aniquilación en internet y el inicio de una campaña de desprestigio e insultos.

En cuanto a “no poder consentir” el resultado de esas elecciones: ¿no son los izquierdistas los que desgastan los términos democracia y tolerancia? Cuanto más se abusa de esas palabras, mayor censura se aplica: los progres son lobos con piel de cordero, siempre victimizándose, siempre montando escenas y melodramas, y listos para el ataque mortal cada vez que escuchan algo que no sea una felación verbal. Echan espuma por la boca ante la diversidad, e imponen la homogeneidad como buenos totalitarios. Los roedores del gobierno actual son el neofranquismo.

En diciembre de 2018, Iglesias debió ser aleccionado por el señor Albert Rivera en materia de perder con dignidad. También debe instruirse en congruencia, y mudarse a Vallecas o Tetuán, a un apartamento de 40 m2, para vivir rodeado de los suyos, los pobres de la tierra, la gente auténtica. Lo mismo debería hacer la familia de ultramar Castro, que posee una de las mayores fortunas de la historia del dinero, en un país donde el 60% de los edificios sufren daños estructurales. Viva el repartir.

Ante la desaparición de los valores y la autoridad, la anarquía avanza como los bárbaros: en mayo de 2007, dos jóvenes españoles arrancaron la bandera nacional letona cuando se encontraban en dicho país. Un diplomático español hubo de viajar a Riga para explicar al brazo ejecutor de la ley nacional, que en España no se enseña a respetar nada, y que aquí el amor a la patria es un concepto demodé, que viola los derechos de los apátridas y antiespañoles.

Las pantallas y el discurso progre han lavado el cerebro para hacer creer que no existen límites, responsabilidades ni obligaciones, sólo derechos (como vivir levantando la voz a quien apetezca); que las normas son para los demás; que uno es Dios por el hecho de respirar; que merece un premio hasta por mear dentro de la taza; que una persona culta, educada y trabajadora, es “igual” que una analfabeta, grosera, y vaga.

Mientras tengas pose y juguete tecnológico en la mano, el planeta deja de rotar si mañana no despiertas, tal es el egocentrismo y la soberbia actuales. El artilugio genera a menudo una sensación de conocimiento absoluto, de que no se tiene nada que aprender. Aquellos animales-niño a quienes no se ha educado en límites, normas, y respeto, cuya identidad desaparecería si lo hiciese internet, acuden con aires de grandeza y desprecio a la consulta del médico para aleccionarle, con la inseparable pantallita. ¡Ojo, con mil monos habiendo apretado el lapidario botón “me gusta” al lado de su nombre! Es oficial, ha sentado cátedra. El colmo de la locura es el cartel en la sala de espera que informa de que, si agreden al facultativo, pueden ir a la cárcel.

El sentido común indica que el galeno expulse a las reses y les dedique un escueto “que te ayude a recuperar la salud la madre que te parió”. Pero las bestias tienen derechos. El médico tiene derecho a denunciar si le escupen. Uno no se siente animado a estudiar Medicina, sí a encaminarse a la fauna de Telecinco, a vivir de generar basura, de ser basura. Por cierto: el médico debe ser la autoridad en el edificio de salud, sea público o privado, y como tal todas las personas en él, plantilla y pacientes, deben tratarle de usted, aunque tantos seres sufran atragantamiento cuando se trata de mostrar deferencia.

Otro valor caído en desuso es el del aprecio, de materiales y personas. No se valora nada, ni la comida, ni la calefacción, ni los útiles de escritura, tampoco las distintas personas de la vida cotidiana que nos ayudan, como aquel que abre la puerta si llevas los brazos ocupados. Sólo se despegan los labios para atacar, hacer daño, exigir, quejarse o despreciar. Pocas veces para reconocer o dar las gracias. Tampoco se cuidan los objetos, privados o públicos, compras otro. Cuando la Tierra se agote, no podrás adquirir una nueva.

Ha desaparecido el valor del ahorro de dinero, se vive con irresponsabilidad, incautamente. No se piensa en el mañana, que indefectiblemente llega. Cuando el invierno se presenta, la cigarra pide con descaro a la laboriosa hormiga que comparta. Ésta, justamente, ha de dejar que la primera muera de frío o hambre. Porque hacer las cosas bien no debe tener la misma consecuencia que hacer las cosas mal.

La crisis económica de 2008 se produjo a causa de decisiones erróneas por parte de altos políticos y economistas (no del empleado de la oficina bancaria de barrio), y de la masa de personas que vivieron peligrosamente y se quemaron. No ahorraron, no fueron precavidas, vivieron por encima de sus posibilidades, y se arrastraron a sí mismas y a sus hijos a la pobreza. Entonces… que papá Estado nos salve de nuestra negligencia. Estas personas se colocaron al borde del precipicio, y cuando el viento les empujó al vacío… la culpa es del viento. En España no existe la responsabilidad.

El consumismo nos destroza el alma, los pulmones (contamina) y la cartera. Se regala a los niños sin mesura, su cerebro está colapsado y como consecuencia no valoran sus posesiones, siete regalos y diecisiete tienen el mismo efecto sobre ellos. No se les enseña a ser cuidadosos, ni se les conciencia de la pérdida de salud y el esfuerzo que supone conseguir el dinero que ha adquirido esos bienes. Tampoco se enseña a compartirlos. Desde casa se les instruye en la idea de que todo es gratis, de que no existe relación entre su buen comportamiento y calificaciones escolares (esfuerzo) y premios obtenidos. Uno tiene que recibir porque sí.

Tampoco existe la memoria, a menos que se trate de desenterrar una parte selectiva del pasado, y con el fin de que los resentidos sientan que la venganza al fin se consuma, que ellos eran los buenos, los santos. Y los otros, malos malísimos. Parece que estas personas no van a quedar a gusto hasta que, por cada estatua fascista que se derribe, se levante otra republicana. Mientras, el problema de las pensiones y la cola del hambre continúan avanzando, pero es más importante dedicar dinero, tiempo y energía en dejar claro en los libros escolares que un gallego era Satanás, y los del equipo contrario, la Virgen María.

Tal vez sería más sensato y responsable dejar de contar cadáveres y comparar atrocidades. Porque en el catálogo salimos todos, en cada maldita guerra no queda casa sin motivos para agachar la cabeza de vergüenza, en caso de que un español sea capaz de tal cosa. No podemos cambiar el pasado, sólo tratar de hacerlo mejor en el futuro, aunque no parece que llevemos ese camino: durante cuarenta años de dictadura se contó una parte de la verdad, y tergiversada. En el siglo XXI se cuenta sólo la otra parte, y manipulada.

Debemos recordar la amistad entre Federico García Lorca y José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, así como la nota que éste envió al primero en un restaurante, sentados en distintas mesas: “¿no crees que con vuestros monos azules y nuestras camisas azules podríamos hacer una España mejor?”.
*Los monos que vestían los miembros de La barraca, la compañía teatral de Lorca, eran azules. Las camisas de los uniformes de Falange, eran también azules.

Ya no se educa, porque ambos padres deben pasar doce horas fuera de casa trabajando para poder poner comida sobre la mesa, y porque en buena parte ha desaparecido la voluntad de educar, es mejor ser progre y dejar que los niños hagan lo que les dé gana, y poner una pantalla delante de su cara con el mayor bombardeo de estímulos posible, para que estén inmóviles y silenciosos, para que nos dejen en paz. Aunque ello les cause miopía, aniquile su capacidad de atención, y anestesie su cerebro. Y desde una edad temprana, esas pantallas les nutren de mensajes esperpénticos, hipersexuales, y epítome de la banalidad. Esas pantallas transmiten la idea de que todo ha de ser circense, fácil, rápido y divertido.

Los ministros españoles socialistas, eternos defensores de la educación pública, invariablemente han enviado a sus vástagos a centros educativos no sólo privados, sino a los más elitistas de España. Viva el izquierdismo, la igualdad.

Los colegios e institutos siempre han sido latas de sardinas, hoy son además centros de menores y guarderías. A causa del salvajismo general de la población, parece que uno ha de posar un cuchillo sobre el pupitre para generar miedo y lograr así no ser asaltado. Al tiempo, al asaltante no se le toca, porque “el nene no tenía la intención de hacer pupa”. Nunca antes se ha incluido con tanta frecuencia la palabra respeto en los murales de los colegios, y nunca se han producido en los centros tantos ataques, verbales y físicos. Los matones se forjan en las aulas.
Quince años de centro educativo son una auténtica pérdida de tiempo y dinero. La prueba es que nunca ha habido tantos analfabetos funcionales con título como hoy. La tasa disminuiría aplicando las siguientes medidas:

1. Que los padres vuelvan a educar para que los profesores puedan enseñar. Un profesor no puede hacer su trabajo y además el de los padres, éste es sagrado e insustituible.

2. Dado que los problemas académicos y personales de la secundaria se originan en primaria, magisterio debe dejar de ser una carrera maría. Cuando su acceso y estudio sean igual de exigentes que Medicina, la situación comenzará a cambiar.

3. Reducir el número de alumnos por clase de treinta a doce, para que el maestro pueda dedicar a cada niño el tiempo que merece y necesita.

4. Que los maestros y profesores vuelvan a ser figuras de autoridad. Que se les permita exigir orden, disciplina, y trabajo duro. Y quien no se someta, sea inmediatamente expulsado del colegio, y enviado a limpiar bosques o albergues de indigentes, a hacer labor social si pretende disfrutar del estado de bienestar sufragado por otros (médico de la Seguridad Social, calles limpias) y no ser expulsado de la sociedad.

5. Reconocer al alumno que quiere lograr algo para sí y la sociedad que habita, explícitamente celebrar la inteligencia y el esfuerzo en el aula, la excelencia. Hoy ha dejado de aplicarse esta actitud porque al parecer supone un agravio para los tontos y los vagos. Esa mentalidad, así como la falta de medios, formación y ganas de trabajar por parte de algunos profesores, es la causa por la que muchos alumnos con altas capacidades son abandonados, porque en España destacar no está bien visto, y la envidia es el deporte nacional.

6. Que cambie el sistema de financiación de los colegios públicos y concertados. En la actualidad mantienen el chiringuito abierto gracias a los ingresos que cada alumno en curso nuevo supone, así que pasas de curso aunque no sepas hacer la o con un canuto.

Cuando los padres vuelvan a hacer su trabajo, cuando deje de dilapidarse dinero público y éste se invierta en doblar el número de profesores, se exija disciplina y orden, se celebre la excelencia, no haya un solo maestro o profesor que haya terminado la carrera con menos de un 8 de media, cuando se le evalúe mensualmente y se le despida ante la ineficiencia, la vagancia, o el comportamiento inaceptable, España comenzará a cambiar.

Se llega a la universidad siendo analfabeto funcional, ridículamente infantilizado, sin saber vestir como un adulto digno, sentarse con la espalda recta, y tratar a un catedrático con el respeto que merece, porque no es tu compañero de borrachera.

Año tras año los catedráticos denuncian que los “alumnos” (abonar tasas de matrícula no te convierte en tal) no saben escribir. Aunque para qué aprender los mecanismos que rigen el funcionamiento de una lengua, si ya lo hace google por ti. Con diez años se enseña a los niños economía, informática y LGTB, cuando la mayoría ni siquiera sabe qué significa que otra persona te guste. Con 18 no conocen su lengua, no son capaces de elaborar una oración, y tras quince años de clases públicas y privadas de inglés, aún no son capaces de mantener una conversación en esa lengua, si bien dominan los tacos y el léxico sexual. Por eso algunos proponen que las clases de inglés empiecen en la guardería en lugar de en el parvulario. Seguro que ésa es la solución.

Carlos Rodríguez es el joven que en selectividad obtuvo la calificación más alta de la nación en 2019, 14 sobre 14 (y va a estudiar Dramaturgia, no informática ni economía). Debería haber abierto los telediarios, pero eso en España no se hace porque los mediocres se ofenden. Nos hemos podrido desde dentro, debilitado de manera irreversible. El mayor enemigo de España no son los ilegales ni la contaminación, son los españoles.

Deberíamos ser seguidores o admiradores de Carlos Rodríguez. En su lugar, nosotros, tan modernos y despreciativos hacia lo humanístico, emulamos una vez más a los clásicos sintiendo la imperiosa necesidad de contar con ídolos. Nuestras hormonas escogen aleatoriamente aquella imagen que nos cause una reacción emocional, que nos haga sentir. Productos prefabricados ocupan ahora el palco de honor: mientras hablamos de igualdad, perfeccionamos la reverencia y la idolatría hacia golpeadores de pelotas profesionales o monigotes de las pantallas. Deberíamos tomar como modelo de referencia y destocarnos ante la estadounidense Helen Keller, que llegó a la universidad siendo ciega y sorda. O al doctor español Bonaventura Clotet, cabeza de la investigación contra el sida en España.

Si hablamos de libros escolares, absurdamente llamados “de texto”: Menguan cada año y parecen destinados a chimpancés: son un compendio de oraciones cortas inconexas, que no forman un texto, un corpus de conocimiento. No se requiere hacer esfuerzo de comprensión lectora, porque el escrito ya está trabajado, todas las palabras clave resaltadas, y esquemas adjuntados. El léxico utilizado en libros de bachillerato es tan básico y limitado que parece destinado a primaria. Por supuesto, todo está acompañado de muchos dibujos, de trazado infantil, para que el “alumno” no se asuste y no vaya a pensar que acceder al saber requiere esfuerzo, y no vaya a correrse el riesgo de que, ya menstruando o afeitándose, empiece a comportarse como un adulto. Mejor venderle un tebeo por libro escolar, el infantilismo eterno es necesario para la manipulación.

En los libros escolares existen mentiras manifiestas, en otros casos indirectas, se incurre en ellas cuando el párrafo se simplifica; una vez superada la primaria, no existen verdades absolutas ni sencillas, y son los libros escolares los primeros que han de enseñar esto. Pero como todo ha de ser fácil y divertido, se generaliza y se utilizan sólo palabras baúl, lo cual hace desaparecer la posibilidad de aprendizaje, porque el texto no dice nada.

En libros de no ficción para adultos también se cae en estas simplificaciones, como en esa insultante colección de materias varias “para tontos” (dummies). El colmo ha sido incluir el adjetivo fácil en la portada de más de un libro para adultos que pretende transmitir conocimiento; en un libro de naturaleza y público parecidos editado en los años 60, en la contraportada se indicaba que el contenido que albergaba era “para todas las inteligencias”. Ciertamente, no todos somos iguales.

Es inusual toparse con un largometraje o serial históricos que tengan alguna relación con el pasado: en la película María, reina de Escocia (Josie Rourke, 2018), se muestra a un hombre negro moviéndose con naturalidad en la corte isabelina, y a ambos personajes protagonistas, mujeres, con un comportamiento propio de finales del siglo XX. La mayoría de productos audiovisuales históricos son una mera invención con algún elemento que vagamente refiere el pasado: el léxico es actual, la locución de los actores arrabalera, su lenguaje corporal y el protocolo seguido, decepcionantemente modernos. ¿Cuál es la justificación? Que el público se “identifique”.

Bendita identificación, la forma más baja de apreciación del arte. En lugar de poner a los analfabetos una chincheta en el culo y empujarlos a la biblioteca para que se formen, se deforma la historia impunemente o se escupe sobre una obra literaria. Ambas se colocan a la altura del fango, para que la muchedumbre pueda “acceder” a ellas, cuando en realidad tal cosa es imposible: para acceder a la obra de Lope, por ejemplo, hay que empezar por repasar el libro de Lengua y Literatura de primaria, y después estudiar el de secundaria. Sólo entonces tendremos alguna noción vaga. Y para conocer algo más que el título de la obra y el resumen del argumento, es decir, para descubrir el valor de una obra literaria y su denso contenido, la exploración que realiza de su momento histórico y de la naturaleza humana, hay que pasar muchos años leyendo literatura culta.
Todo ello requiere tiempo, seriedad, y espíritu laborioso. Mejor generar basura, escribir sobre ella el nombre del fénix de los ingenios, y que el pueblo analfabeto trague la mentira de que conoce a Lope.

Lawrence Olivier era actor, la mayoría se gana la vida como actor. Las pantallas españolas están tomadas por individuos que se llenan la boca con nombres de profesores y escuelas de Nueva York y Londres, pero siempre hacen los mismos gestos y no llegan a dominar el arte de la vocalización. Las comedias españolas suponen un insulto a la inteligencia (quien la tenga), los dramas causan risa, y la actuación de los intérpretes que no saben dejar de interpretarse a sí mismos resulta menos creíble que el concepto de igualdad.

Dado que los pseudoactores no cuentan con suficiente público para vivir de su trabajo, viven de subvenciones, es decir, de crear productos que casi nadie consume (como español, si no quieres destinar tu dinero al cine español, te obligarán a hacerlo mediante impuestos). Y como montar jarana y melodramatizar es su especialidad, se manifiestan de cuándo en cuándo porque quieren más dinero. El ministro de cultura pierde el culo por salir en la foto, y no hay medio de comunicación que no acuda al jolgorio. Cuando los mineros se manifiestan, tres cuartos de lo mismo. A una concentración de agricultores o ganaderos no asiste ni el tato, porque eso del campo no es guay, no existe pantalla ni progresía de por medio.

Hay que ser progre, verde, hay que agachar la cabeza ante Bruselas; por lo tanto, se cierran las minas del noroeste de España. Procedemos a comprar carbón a Marruecos, donde trabajadores y mujeres viven en un paraíso. Porque España es coherente con su política nacional y exterior. Se genera una economía pobre y sin futuro cuando se facilita el vivir de subvenciones en lugar de trabajando.