Inicio Actualidad El sincretismo racial y cultural está destruyendo Occidente

El sincretismo racial y cultural está destruyendo Occidente

Se está aplicando en Occidente el ancestral divide y vencerás para enfrentar a la población. Las democracias liberales facilitan esa tarea. Es sospechoso que Estados Unidos sea escenario hoy de la misma confrontación que existe en España con relación a personajes de su historia. Durante décadas, los estadounidenses se han caracterizado por idolatrar sus símbolos nacionales y a sus héroes. ¿Por qué ahora estos enfrentamientos? ¿Quiénes están moviendo los hilos? ¿Quiénes los están provocando? La respuesta sería obvia para cualquier lector de AD, pero por desgracia hay mucha derechona que ultraja el concepto de patriotismo al colaborar con el plan sionista para la disolución de los pueblos blancos, aceptando que hay inmigrantes buenos e inmigrantes malos dependiendo de si han regularizado o no su situación legal. El ius sanguinis como antigualla.

Las democracias liberales están acelerando el enfrentamiento de blancos contra blancos. Lo están logrando tras un largo periodo de descristianización de nuestras sociedades, imponiéndonos su moral disolvente, fomentando el odio a nuestros símbolos y el rechazo a nuestras raíces espirituales. Sin el cristianismo carecemos de defensas para hacer frente a este gigantesco plan que nos conducirá a la desaparición. El bacilo disolvente de la humanidad nos ataca porque carecemos de los ideales trascendentes que durante siglos nos han inmunizado frente a su mortal influencia. Pregúntense por qué ahora se ataca las estatuas y a los líderes históricos de Estados Unidos y no cuando esta nación era espiritualmente fuerte. Durante mucho tiempo se ha estado abonando el terreno para llegar a esto. La diferencia entre Estados Unidos y Europa es que allí todavía se cuenta con millones de personas que no están dispuestas a canjear su fe por las dudas existenciales ni por el relativismo que imperan en Europa, fruto de cuarenta años de ingeniería social.

Por si el drama no fuese grande, la derechona española se ha desentendido de la cuestión antropológica como base y nutriente de nuestras comunidades nacionales. El racialismo como concepto vertebrador de los pueblos no es otra cosa que la aceptación de que las naciones somos el resultado de una herencia biológica común. Estamos por desgracia en manos de políticos que creen en un mundo globalizado sin fronteras nacionales y sin identidades propias, que aplican medidas conducentes a nuestra sustitución demográfica, contando para ello con la colaboración de una masa idiotizada que apoya su propia destrucción en favor de un mundo supuestamente mejor, donde no habrán barreras nacionales, étnicas, raciales ni culturales, donde todos nos fusionaremos en un mismo bloque multicultural, sin orígenes claros y sin nada que defender porque careceremos de la fuerza motora identitaria para hacerlo.

Si desaparece el gen europeo, si permitimos que desaparezca, habrá desaparecido entonces la más bella obra de Dios y la razón misma de nuestra existencia. Quienes abogan por la multiculturalidad en Europa, en realidad están destruyendo la verdadera diversidad humana, salvo que se nos quiera hacer creer que los nocturnos de Chopin tienen el mismo valor artístico que una danza zulú.

El destino de una civilización depende de su acervo genético y de que se mantenga el tipo de hombres que la crearon. Si a los excelentes se les convierte en minoría y se fomenta la natalidad sin freno de las personas con más bajo cociente intelectual, entonces la cultura y el progreso humano deviene otra cosa distinta.

Una cosa es ser iguales en derechos naturales y otra es la conducta. Dios nos hizo distintos para ser complementarios. Sería absurdo que todos fuésemos iguales. Nada grande podría realizarse si todas las personas fuesen iguales y se dedicaran a hacer las mismas cosas. Las razas son complementarias, todos somos hijos adoptivos de Dios, pero no somos iguales. La exclusión racial podría ser una actitud perfectamente cristiana si nos permite hacer una sociedad mejor y con defensas morales para combatir el Mal. La gente que habita una casa vive conforme a sus reglas, sus gustos, sus costumbres y sus temperamentos. Cualquier persona normal se opondría a que viviese en su casa alguien con reglas, gustos y costumbres distintas. Por consiguiente, oponerse a la diversidad cultural dentro de una misma sociedad es una exigencia conforme al orden natural creado por Dios.

No hay que imponer las mezclas de razas, sino respetar a cada etnia con sus derechos naturales.

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