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El ‘Tamamazo’, por Guadalupe Sánchez

No van a encontrar en estas líneas una crónica de la moción de censura que reproduzca las consignas de tal o cual partido. Es probable que ni tan siquiera concuerde con la línea editorial de los medios de comunicación en los que colaboro, porque me he propuesto escribirlas con la finalidad de que conozcan mi opinión, que creo que es para lo que vienen ustedes aquí.

Lo primero que tengo que confesarles es que mis expectativas ante la moción de censura con el candidato Tamames no eran precisamente halagüeñas. Y no porque la labor del sanchismo al frente del Ejecutivo no sea merecedora de reproche, sino porque creía que podría ser contraproducente. El momento idóneo hubiera sido el de las semanas posteriores a la despenalización de la sedición y los ataques contra el Tribunal Constitucional, al que desde el Gobierno se tildó de golpista y de intentar amordazar al Parlamento por acceder a una cautelarísima que suspendió la votación de dos enmiendas a instancias del PP. Nada más y nada menos.

Abascal me sorprendió gratamente con sus intervenciones iniciales, muy alejadas de las estridencias y exaltación con las que se manejó en la moción de 2020: en un tono solemne y sosegado, huyó de la tentación de enfocar sus críticas al PP de Feijóo y enumeró de forma bastante exhaustiva las tropelías jurídicas y económicas de Sánchez al frente del Gobierno, dejando así en cueros los vaticinios de no pocos analistas. El líder de la formación verde tuvo el acierto de recordar algo de lo que los políticos hablan poco en España porque consideran que no reporta rédito electoral: el tremendo agujero punitivo que Sánchez ha provocado con su decisión de derogar la sedición y sus implicaciones en la práctica, que pasan por despenalizar los golpes de Estado tumultuarios como el de Cataluña en 2017.

Tampoco les oculto mi regocijo porque Abascal recordarse en el hemiciclo las inconstitucionalidades de los dos estados de alarma o la ignominia que supuso el cierre del Congreso cuando era el único mecanismo de control de la actuación del Ejecutivo. Esos tres recursos de inconstitucionalidad y dos de amparo son razón bastante para que Vox reedite los 52 escaños que consiguieron en el Congreso. Yo no les voté porque, ideológicamente, estoy en las antípodas de muchas de sus propuestas, pero no me cuesta reconocer que, en lo que a los estados de alarma se refiere, me representaron mejor que quienes, con mi voto, apoyaron la prórroga semestral del segundo estado de alarma o aprobaron la ley del sólo sí es sí. Que Sánchez encontrase aliados en algunos escaños donde tuvo que existir la más firme oposición es algo que los españoles no deberíamos olvidar.

«Es evidente que la templanza de Abascal descolocó a Sánchez»

Es evidente que la templanza de Abascal descolocó a Sánchez, que traía preparada de casa una réplica pensada para un discurso bronco y faltón más centrado en desgastar al PP que en criticar la labor de su Gobierno. Así que su primera intervención resultó, en general, exaltada y grosera por momentos. Sus intentos de descalificar personalmente al bilbaíno redundaron únicamente en su propio descrédito y su empeño por parapetarse tras la paz social para excusar las cesiones a Cataluña y el desmantelamiento del Estado de derecho suscitaron la hilaridad de no pocos espectadores.

La sorpresa llegó con la intervención del candidato de Vox a la moción, Ramón Tamames. Su discurso inicial no fue tan esperpéntico como algunos barruntaban: una lectura sencilla, inteligible y sin aspavientos de los muchos y variados puntos negros del sanchismo. Los indultos a los independentistas catalanes, el manoseo del Código Penal, la inseguridad jurídica, los señalamientos a empresarios y la errada política económica y laboral fueron los ejes en torno a los que giraron los reproches al sanchismo.

No comparto, sin embargo, la postura del candidato sobre la guerra de Ucrania, presentando a EEUU como causante y a China como la gran pacificadora. Abordar la invasión de una nación sin mencionar al país invasor -Rusia- y a su líder -Putin- es tramposo. Encomendar el rol pacifista al principal aliado de la potencia invasora, dictadura comunista para más señas, sobrepasa el ridículo. Sus comentarios sobre la figura de Churchill los dejo para otro día. En cualquier caso, este desbarre pasó desapercibido debido a que el presidente no lo consideró merecedor de su atención en su tediosa respuesta, seguramente sabedor de que una parte nada desdeñable de sus ministros comparte ese añejo antiimperialismo yanki.

«Hasta se permitió recomendar una reforma del reglamento del Congreso para evitar tostones similares en el futuro»

El caso es que Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, con sus larguísimas e insufribles réplicas preñadas de eslóganes vacuos y lenguaje mitinero, brindaron a Tamames la oportunidad de dotar de trascendencia y sentido a esta moción de censura, reivindicando la brevedad y la concisión como virtudes del parlamentarismo. Ramón despachó la intervención de una hora y cuarenta minutos de Pedro afirmando que Asimov utilizó ese tiempo para explicar la historia de la república y el imperio romano, mientras que el presidente lo malgastó hablando mucho sin decir nada. Hasta se permitió recomendar una reforma del reglamento del Congreso para evitar tostones similares en el futuro.

Pero Tamames culminó la cúspide del menosprecio negando el aprecio a la vicepresidenta segunda del Gobierno. Yolanda, que pretendía sacudirse su imagen cursi e infantiloide enfrentándose al inesperado neoliberalismo de su otrora camarada comunista, se topó con el desdén irreverente de Ramón, que poco menos que, tras reprocharle con sorna que usara la moción para presentar su propio proyecto político, le aconsejó mayor concreción al plantear sus propuestas, le dio las gracias por las lecciones recibidas y pidió suspender la sesión para marcharse a comer.

Tamames nos recordó este martes que los políticos que hicieron posible la Transición estaban hechos de otra forja intelectual, ética y moral. La condescendencia seca y cortante con la que ventiló las réplicas a Sánchez y a Díaz expuso la vacuidad no sólo del Ejecutivo, sino de toda nuestra izquierda desnortada y moralista, amante de sermones insufribles y engolados ajenos a la cotidianeidad de los españoles. Esta sesión parlamentaria será recordada como aquella en la que un anciano lúcido señaló la desnudez del rey ante una corte de hipócritas que le alababan por sus ostentosos ropajes.