Inicio Destacadas El terrorismo callejero se apodera de Barcelona ante la pasividad del Gobierno

El terrorismo callejero se apodera de Barcelona ante la pasividad del Gobierno

La «revolución de las sonrisas» es historia: 207 agentes heridos, 128 detenidos, 800 contenedores quemados, 107 vehículos de policía dañados, más de dos millones de euros en desperfectos… Son algunas de las cifras que nos ha dejado esta primera semana de protestas contra la sentencia del procés. En apenas cinco días, las tímidas esperanzas de futuro del independentismo catalán se han convertido en humo, literalmente.

El terrorismo callejero se ha apoderado de Barcelona. Los radicales, muchos de ellos de una juventud imberbe, campan a sus anchas por el paisaje urbano de la Ciudad Condal mientras los agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado tratan de contenerlos, lastrados por la «moderada y proporcional» actitud del Gobierno de Pedro Sánchez. Lanzan piedras, cohetes y hasta cócteles molotov; saquean bancos y tiendas; incendian todo tipo de mobiliario urbano; protagonizan agresiones, -incluso a los periodistas-, pero el Ejecutivo sigue mirando los toros desde la barrera: «Estoy convencido de que se restablecerá la tranquilidad y la convivencia”, recitaba este jueves con su habitual solemnidad el presidente en funciones.

Los malos augurios se cumplieron desde el primer momento. El lunes, minutos después de que el Supremo hiciese público su fallo, la plataforma secesionista Tsunami Democrático -que la Audiencia Nacional ya investiga por terrorismo- pidió a los suyos que colapsasen El Prat. Y a fe que cumplieron. Miles de separatistas acudieron a la llamada, bloquearon todos los accesos al aeropuerto, obligando a miles de personas a quedarse en tierra y a otras tantas a caminar para llegar a su destino. Algo que, por cierto, acabaría provocando que un ciudadano francés de 62 años, achacado de problemas cardíacos, falleciese de un infarto.

Durante los días siguientes la violencia, «organizada y coordinada», como la califica el propio ministerio del Interior, iría in crescendo. El martes, se producirían los primeros incidentes propios de la kale borroka. Al cobijo de la noche, ataviados en esteladas y cubiertos con capuchas, los radicales trataron de llegar a la delegación de Gobierno en Barcelona. Ante la imposibilidad de acceder a las instalaciones y al grito de «a por ellos» o «los Mossos también son fuerzas de ocupación», los separatistas lanzaron todo lo que tenían a mano contra los agentes: palos, botellas, bengalas, piedras, huevos, petardos… Tras varias advertencias, los antidisturbios cargaron contra los manifestantes, deteniendo a tres de ellos y provocando que el resto se dispersase por las calles aledañas. Por primera vez en mucho tiempo, el Eixample barcelonés sería escenario de una verdadera batalla campal, aunque, por el momento solo utilizaron piedras…

El miércoles, los aprendices de terroristas darían un salto cualitativo en su afán por convertirse en verdaderos guerrilleros urbanos. Defraudados porque Miquel Buch defendiese el papel de los Mossos, los CDR de Torra -los del «apreteu»- tratarían de rodear la consejería de Interior de la Generalidad, encontrándose de nuevo con los antidisturbios. Esa noche los radicales usarían ácido, cócteles molotov y hasta lanzarían pirotecnia al helicóptero de los Mossos que sobrevolaba las algaradas. Esta sería la primera ocasión en que el president Torra se dejaría ver para condenar falsamente la violencia, eso sí, protagonizada por «grupos de infiltrados», nunca por independentistas.

Un día más tarde Torra, con el incendiario espíritu que lo caracteriza, lo retomaría donde lo dejó por la noche: prometiendo un nuevo referéndum. Por la noche, la ‘nota de color’ la pondrían los neonazis que se dejaron caer por la plaza Artós. Levantando ostensiblemente los brazos, los fascistas trataron de enfrentarse con los independentistas, consiguiendo, pese al cordón policial, llegar a propinar una brutal paliza a uno de ellos. No obstante, los protagonistas de la noche terminarían siendo de nuevo los CDR, que tomaron una vez más el centro de Barcelona. En esta ocasión, los Mossos tardarían más en aparecer, pero los altercados serían aún más violentos, con intentos de saqueo a un banco y a una tienda de ropa. Y, por supuesto, las llamas.

Y este viernes, día de ‘vaga general’, en el que las cinco ‘marchas por la libertad’ han confluido en Barcelona, el separatismo radical ha mostrado su cara más virulenta, enfrentándose abiertamente a la policía, sitiando su jefatura durante horas, hiriendo a varios agentes e incluso obligando a los Mossos a estrenar su tanqueta de agua.

La tibia reacción del Gobierno

A pesar de la extrema gravedad de los incidentes relatados, el Gobierno de Pedro Sánchez sigue rechazando adoptar medidas. Este mismo viernes, tanto el jefe del Ejecutivo como el ministro del Interior se han pronunciado en los mismos términos: «Moderación para calmar los ánimos».

La pasividad del Ejecutivo ante la realidad terrorista que comienza a asomar su garra ensangrentada por las esquinas del Eixample ha llegado a un ridículo grotesco. Este mismo viernes Marlaska ha afirmado, tan campante, que «Cataluña puede visitarse con total normalidad».

Tanto PP como Cs han animado en numerosas ocasiones al Gobierno a aplicar la ley de Seguridad Ciudadana o el artículo 155 de la Constitución, algo a lo que Sánchez -quizá en clave electoral- se ha negado desde el primer momento, aludiendo a la ya tan manida «proporcionalidad». No obstante, de seguir así las cosas parece que al jefe de Gobierno no le quedaran más «bemoles» -como diría Gabriel Rufián- que actuar de forma más contundente.

Ahora, todas las miradas se centran en Quim Torra. Marginado incluso por sus consejeros y compañeros de partido, el president títere solo tiene ojos y oídos para su oráculo en Waterloo. Parece que su dimisión -o cese- es cuestión de días. Consciente de su virtual inhabilitación por desobediencia, Torra circula cuesta abajo y sin frenos, y ese es el mayor peligro al que se enfrenta actualmente la democracia española. Los muertos no sufren.