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España crea su propio «Ministerio de la Verdad» orwelliano para regular la información

María del Alba Orellana.- El Parlamento español ha aprobado un protocolo contra las fake news. Lo ha titulado «procedimiento de actuación contra la desinformación». Y mediante él naturalmente también se instaura el típico órgano regulatorio que suele acompañar a tales proyectos: una comisión permanente, aprobada por el Consejo de Seguridad Nacional y coordinada por la Secretaría de Estado de Comunicación.

La flamante normativa española, al igual que otras de similar tenor dictadas durante los últimos años, se inscribe en el contexto del Plan de Acción contra la desinformación desarrollado por la Unión Europea, iniciativa de cuyas buenas intenciones no cabe dudar a priori, pero que so pretexto de protegernos de la espada de la manipulación nos acorrala contra el muro de la censura, ya que los organismos gubernamentales estarán dotados del poder para decidir qué es desinformación y qué no.

En busca de la coherencia perdida

Por supuesto, el arco completo de la oposición al actual gobierno de izquierda de la coalición PSOE-Unidas Podemos, es decir, desde Vox a Ciudadanos, pasando por el Partido Popular, ha manifestado enérgicamente su disconformidad al respecto. Aunque por otro lado podemos recordar que el propio Partido Popular ,hoy en la oposición, no tuvo inconvenientes en dictar allá por 2015 una análoga “Ley Mordaza”, aún vigente, y que el gobierno de Pedro Sánchez ha utilizado con peculiar entusiasmo en los últimos tiempos.

Parecería pues que los escrúpulos respecto de la preservación de la libertad de expresión varían según quién ocupe circunstancialmente el poder. Nuestras pulsiones censoras se activan cuando estamos arriba, desde la mayoría o desde un rol de autoridad, mientras que “la santa indignación liberal” solo se nos enciende cuando somos nosotros quienes estamos en minoría o en el llano.

Peligra la libertad de expresión

Ahora bien, teniendo en cuenta los riesgos que el control estatal de la información implica, ¿no sería más coherente ser liberales siempre, a toda hora, en todo lugar?

Así pues, tanto el presidente de la sección española de Reporteros sin Fronteras (RSF), Alfonso Armada, como el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), Juan Caño, se han expedido con preocupación al respecto.

Entre los dichos más salientes de ambas personalidades sobre el nuevo texto normativo, reportados por Infobae, cabe subrayar las expresiones de Alfonso Armada, quien manifestó: “Tal y como está escrito, encierra múltiples ambigüedades. Aunque podría ser una herramienta cargada de buenas intenciones, depende de cómo y para qué se utilice y eso no queda claro en el texto”, por lo que podría usarse de “tapadillo” para controlar las noticias que no sean del agrado del Gobierno. En efecto, bastará etiquetar un contenido como «desinformativo» para en rigor de verdad, coartar la libertad de expresión.

En la misma tónica subrayó por su parte Juan Caño: “A todos los Gobiernos les gustaría coartar en mayor o menor medida la imprescindible misión de los periodistas de informar verazmente. Les gustaría imponer ‘su verdad’, sin intermediarios. También a los distintos partidos políticos, si bien es aún más flagrante si la presión es ejercida por miembros del Gobierno. En España, en los últimos años están proliferando los vetos y, asimismo, los señalamientos públicos a varios periodistas y medios de comunicación con la intención de amedrentar al informador”.

Y añadió con singular contundencia: “No es cuestión de una ideología u otra, todos los gobiernos tienen una tendencia a mentir, es su naturaleza. Por eso están sometidos a contrapoderes y el de la prensa es uno de ellos. Por suerte, España es una democracia donde tenemos el derecho a escuchar todo tipo de voces, aunque no nos gusten. Para resguardar eso, seguiremos vigilantes”,

Los ecos orwellianos

La referencia orwelliana es a esta altura ineludible. No podemos sino evocar el Ministerio de la Verdad, que junto a los de la Paz, la Abundancia y el Amor controlaban acciones y pensamientos de los habitantes de la mítica Oceanía en esa maravillosa ficción distópica que es «1984«. Y también cabe recordar de paso alguna reflexión del propio autor sobre su obra.

Escribió en efecto Orwell (o Eric Blair, su nombre real): “Mi última novela [«1984«] (…) quiere describir las perversiones a las que se ve expuesta una economía centralizada y que ya han sido realizadas parcialmente por el comunismo y el fascismo. Yo no creo que el género de sociedad que describo vaya a suceder forzosamente, pero lo que sí creo (si se tiene en cuenta que el libro es una sátira) es que puede ocurrir algo parecido. También creo que las ideas totalitarias han echado raíces en los cerebros de los intelectuales en todas partes del mundo y he intentado llevar estas ideas hasta sus lógicas consecuencias”.

Como afirmara también el filósofo y psicoanalista Erich Fromm: “Los libros como los de Orwell son severas advertencias. Sería lamentable que el lector interpretara presuntuosamente a «1984» como otra descripción más de la barbarie stalinista, y no viera que también está dirigida a nosotros”.

No necesitamos Ministerios de la Verdad

No negamos que los seres humanos somos vulnerables ante la información (o desinformación) que nos impacta. Tampoco ignoramos que las reacciones emocionales generadas a nivel cerebral por nuestra amígdala son naturalmente más veloces que los procesos cognitivos, dirigidos por el córtex. Pero ello no implica que necesitemos de la implementación de paternales Ministerios de la Verdad para cuidarnos cual infantes. Y tampoco justifica el dictado de leyes “mordaza” de ninguna índole que limiten o impidan la libre expresión según el sesgo que quieran brindarle a las prohibiciones unas circunstanciales mayorías parlamentarias.

Admitir la promulgación de tales reglas y apoyar la creación de organismos “vigiladores” es un camino de ida. Las soluciones autoritarias, de cualquier signo que sean, son siempre fáciles y expeditivas, y sobre todo no reclaman el esfuerzo intelectual de la argumentación. Pero si al final del trayecto no nos encontramos aún directamente con una dictadura descaradamente desembozada, lo que sí habremos hecho, indudablemente, es haber pervertido la democracia hasta tornarla irreconocible.