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Filosofía, Dios, la vida (I)

La razón vital orteguiana y traída sucesivamente por Marías, es que somos arrojados –involuntariamente y sin invitación- a un lugar y durante un tiempo determinados –espacio-tiempo- y tenemos que actuar necesariamente, en un sinvivir permanente. Algo así como puestos a freír en una sartén. Alguien –infinitamente justo y misericordioso- toma esa iniciativa, responsabilizándose y eso nos debe tranquilizar mucho.

Esto –que nos es dado, e impuesto a la vez- hace que nuestra frágil condición humana, en la que, con un decálogo de conducta, revelado y muy asumible, debemos convivir durante un tiempo –unas décadas insisto, que nos pueden parecer cortas o largas, al gusto- con nuestros coetáneos. Vivir un tramo de la historia de la humanidad, en este planeta regido por leyes físicas y químicas… y otras que desconocemos. Que nuestra conducta sea la mejor o no tan buena depende de tantos factores, que hacen muy difícil –a mi criterio- la culpa, tal como se puede entender y menos con transcendencia eterna.

Hay quienes hacen de la leve distracción su actividad vital y lo cifran todo en cambiar de escenario, de un modo patético y estéril en su mayoría, y pregonan que como se aprende es viajando, haciendo turismo, vamos. La cosa es no hincar los codos. En abierto contraste con esta falacia, Emmanuel Kant –siempre me impresionó ésta actitud- pasó sus ochenta años de vida sin salir de Königsber (Kaliningrado desde 1946), en Prusia -sin alejarse nunca más de 16 km de ella- en cuya universidad (Albertina) se formó. Posteriormente fue catedrático eminente de ella, pasando su larga vida en el estudio, la enseñanza y la meditación, lo que le convirtió en uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal, criticísta y padre del idealismo alemán. Puso la razón en juego con el empirismo y dándoles a ambos factores un protagonismo enlazado y tributario para construir el pensamiento.

Aporta ideas sólidas tanto en metafísica, como en astronomía, siguiendo a Newton y a la providencia divina en la construcción del Universo. La frase conclusiva de su Crítica de la razón práctica, grabada en la proximidad de su tumba, es exponente de sus pensamientos más importantes: ”Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.

Nos van a examinar del amor, al final del tiempo, como dice san Juan de la Cruz. Eso es todo. Julián Marías, católico practicante, convencido y prolífico pensador y escritor, murió en el 2005, con la curiosidad manifiesta por eso de “la resurrección de la carne”. Es muy edificante, al menos para mí. Todo esto mueve de la fe a la certeza, como dice mi amiga Nuria, que además de perspicua, conspicua e iconógrafa, es guapa, elegante y con clase y estilo.

La mediocridad es la nota común en esta vida de a diario y por eso, aporto la opinión de un viejo dominico, que afirmaba que era muy, muy difícil ofender a Dios. Requiere cierta talla y malevolencia que no es común. Que los santos padres velasen por la ortodoxia y que los escolásticos hayan prestado su opinión, con la razón aristotélica en la mano, depende de tantos conceptos evolutivos y de tantas razones históricas y casuísticas, que diluyen las posturas, pero dejan la esencia de la verdad revelada a través de los siglos. A esa nos debemos y tiene principios inmutables, por más que el relativismo –hijo de la ignorancia, del cinismo y de la mala fe- tienda a igualar por lo bajo.

Es curioso que algo tan feble como las tecnologías se apoderen de las mentes con tan suma facilidad, actuando en contra, cuando deberían confirmarnos en la fe, porque nos permiten entrever cosas que antes, durante siglos y milenios, eran impensables e inimaginables. Sonaban a fantasía. Hemos aprendido que hay un software y un hardware perfectamente vinculados, que funcionan juntos, sin soldarse y lo del wifi, o el Intel inside, cosas estas inimaginables cuando andábamos con pizarras, haciendo palotes y sin sospechar de lo digital, lo binario, o lo cuántico y sin embargo se nos hablaba de trinidad, tranquilamente y veíamos a san Agustín buscando en la playa y recibiendo una lección de humildad. Nos parece nada y sin embargo supongo que es la puerta a las estrellas.

No hay excepciones al “no matarás”, ni siquiera en la dejación culpable del Constitucional, que ya tiene edad para asumirlo. Lo entiende cualquiera con mediana voluntad, si no buena. Únicamente se nos exige creer en Cristo como camino, verdad y vida –un acto de voluntad, libre y activo- para no morir eternamente, lo que permite deducir que el que no cree, se autoelimina –pulsar delete- y es muy libre de hacerlo, salvo que Dios haga una repesca. ¿Por qué no? Tan fácil como eso. ¿Cuánta es la gracia suficiente para colegirlo? La que daría cualquier padre a sus hijos por pródigos que fuesen. Podemos medirla. No hay razón alguna para reducirla y ponerse histéricos con la longitud de las faldas, los malos pensamientos, o con los escotes. Estamos hechos por Dios a mano, de forma artesanal y las piezas encajan felizmente por su voluntad, no por la del demonio.

(CONTINUARÁ)