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Globalización cateta – La Gaceta de la Iberosfera

Hasta hace muy poco había un arquetipo social que era el del ciudadano cosmopolita que hablaba idiomas y se movía con facilidad por las ciudades del mundo. Era una persona que apreciaba lo de fuera, pero que tenía también un intenso afecto por lo propio. Hacía gala de una actitud positiva, interesante y que denotaba cierta cultura. Últimamente este ideal, tan edificante, se ha sustituido por un ser globalista que desprecia a todo aquel que no comulga con su muy particular idea de un mundo que transciende a las naciones en todo: costumbres, cultura e historia, y que nos encamina a una fea y monótona uniformidad; eso sí, muy woke, muy eco, muy cool y demás zarandajas. Un globalismo cuya objetivo o última ocurrencia parece ser crear un mundo ficticio y digital, el metaverso, para ser globalista sin moverse de casa.

Un globalismo cateto de nuevo rico que impone un mundo tecnológico, frío, de entes irresponsables y muy poco democráticos, hiperintervencionistas —no hay más que ver la ridícula elefantiasis legislativa europea—, y que defiende los intereses -o no los molestan- de las grandes empresas transnacionales, sobre todo de las tecnológicas.  

De Gaulle y Thatcher lo tenían muy claro al propugnar la Europa de las naciones como una Europa más democrática, más fuerte y menos burocrática

Uno de los mantras de estos globalistas es el de proclamar que un mundo sin naciones será más estable y pacífico, más justo y libre. Por desgracia, como estamos viviendo en el caso de Ucrania, parece que se equivocan. La guerra de Ucrania —como ha señalado Trump recientemente, para disipar cualquier duda sobre su posición— es una consecuencia del poder blando (soft power) del globalismo, cuyo principal representante, entre nosotros, es la Unión Europea. Para hacerlo más evidente, Trump afirmó que Putin con él en el poder no se habría atrevido a invadir Ucrania.

Hace algunos años le pregunté a un gran empresario por las razones por las que participaba en varias asociaciones de empresas y de ejecutivos. No acababa de entender cuál era la función de todos estos entes y la afición que tenía este empresario por ellas. En un rapto de sinceridad me contestó que una de las razones era que le venían muy bien pues cuando le pedían algo, una donación o una ayuda, siempre desviaba a la asociación estas peticiones y así se libraba de cualquier compromiso. Sin duda, es mucho más cómodo delegar los compromisos en un ente superior y difuso. Pero esto que puede valer para las personas y empresas, no debería valer para los Estados.   

En la guerra de Ucrania, los países de la UE están actuando como aquel empresario. Los europeos hemos hecho una dejación vergonzosa de nuestra responsabilidad de defender a nuestros vecinos, en este caso a los ucranianos. Apelar a las directrices de la UE parece que nos alivia de cualquier responsabilidad  frente a al bochornoso acto de matonismo de Putin. Una UE que lleva desarmándose décadas porque como buen ente difuso, burocrático y no democrático adolece del más mínimo sentido de la realidad, y lo que es peor de la responsabilidad.

Con la invasión de Ucrania, la UE produce una rotunda sensación de fracaso. Urge una nueva construcción europea mucho más seria

De Gaulle y Thatcher lo tenían muy claro al propugnar la Europa de las naciones como una Europa más democrática, más fuerte, menos burocrática; sí, y también más unida, porque estaría más comprometida en la defensa de su territorio y de su área de influencia, y también en la defensa de sus ideales comunes. Todo lo contario de la Europa de los funcionarios globalistas que sufrimos.

Hoy, padecemos una UE que aunque sigue siendo una de las primeras potencias económicas y comerciales del mundo, pero que es completamente inútil en cuestiones tan esenciales como es la seguridad. Seguridad que implica defender las fronteras y también las zonas de influencia inmediatas.  Una UE que, como bien la definió Madeleine Albright, para entenderla hace falta ser un genio o un francés. Pero gracietas aparte, hoy, con la invasión de Ucrania, la UE produce una profunda y triste vergüenza. Una rotunda sensación de fracaso. Urge un nuevo compromiso europeo, una nueva construcción europea mucho más seria, mucho más real, de socios responsables.