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Gloria Sanctae Russiae

Catedral San Basilio, uno de los símbolos más emblemáticos de Rusia.

A. Palomares (R).- Los rusos son los patriotas más apasionados del mundo, capaces de todos los sacrificios y de todos los excesos. Para ellos el patriotismo no es una palabra hueca, una pose. El amor a su tierra y el espíritu de sacrificio están inscritos en el ADN de ese pueblo magnífico y excepcional. (Leonid Kharitonov – “The Son of Russia”)

Rusia es un país antiguo, de orígenes misteriosos. El alma de su pueblo, surgido de múltiples mezclas, se ha ido moldeando a través de los siglos por la inmensidad de su territorio, la dureza de los elementos y la hostilidad de enemigos sanguinarios. Lo que ha dado un raro equilibrio entre severidad y humanidad, entre coraje y sentimiento, entre euforia y melancolía. Capacidad de sufrimiento, resistencia indoblegable y apego inquebrantable a la patria: Rusia, en una palabra. Hace pocos días, Vladimir Putin lo decía claramente: “No ha habido, ni hay, ni habrá fuerza capaz de esclavizar al pueblo ruso”. Esas palabras no son una gratuita jactancia, es la definición exacta del carácter nacional forjado en siglos de resistencia y heroísmo.

La larga historia de Rusia halló, casi sin buscarlo, el cénit de su poder en 1945. En 1991, la URSS se suicidó, pero el árbol de la vida de Rusia seguía vivo y ha retornado a ser tan fuerte que ya inquieta y hasta asusta a los EEUU y la vieja Europa, ya decrépita y senil. Ambos tiemblan ante el resurgimiento de Rusia. Esas suspicacias y temores son del todo injustificados. La nación rusa es sin duda el mejor amigo que podamos tener y nuestro aliado natural en este mundo cada vez más peligroso e inestable.

Los rusos son gente sencilla, increiblemente valientes y también ingenuos, como suelen ser las grandes naciones y las mejores razas, pero igualmente son severos y brutales cuando toca serlo: cuando sus enemigos se atreven a levantar la mano sobre los “hijos de Rusia”. Pero no nos equivoquemos, nuestro fin vendrá de nuestra propia mano, los rusos nos enterrarán y encima vendrán a nuestro funeral. Con flores, y algunas lágrimas. Porque además de tenaces e implacables, también son sentimentales. Gloria Sanctae Russiae.

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